Firmas

Cambios de camiseta

    El nuevo presidente del PP, Pablo Casado. <i>Foto: Efe</i>.

    Ana Samboal

    Este pasado lunes, 23 de junio de 2018, bien podría pasar a los anales de la política como el día oficial del transformismo. Articulistas, opinadores y sesudos analistas se impusieron el deber de opinar sobre la nueva estrella emergente del PP, el vencedor contra pronóstico de las primarias, y algunos de sus comentarios provocaban tal hilaridad que a sus autores les hubiera resultado mucho más conveniente mantener el silencio, porque la gran mayoría no resistía un contraste con la hemeroteca más reciente. El cambio de camiseta en el panorama mediático ha sido fulminante.

    En la derecha, a simple vista ya no quedan marianistas más que para certificar la muerte del régimen, cuando lo han sido casi todos. Si no marianistas, sí rendidos súbditos de un sorayismo que repartía subvenciones y licencias, permisos para hablar y muertes civiles. Casado, por el que la gran mayoría no daba un duro, es sin embargo desde hoy el líder natural, preclaro, el salvador necesario. Y la izquierda, que también le menospreciaba, le dibuja ahora como un peligroso enemigo a abatir. Bien haría el nuevo presidente del PP en mantenerse a resguardo de las lisonjas zalameras de unos y los exabruptos de otros, siguiendo con prudencia el camino que él mismo se ha marcado para alcanzar sus objetivos.

    Esos que hoy le rinden impostada pleitesía le volverán la espalda a la primera oportunidad. Y habrá demasiadas. Los amos de Génova no entregarán de buen talante las llaves de la fortaleza, aunque estén agrietadas sus paredes y desierto su corazón. Esperarán emboscados al primer tropiezo y emergerán de las sombras para reclamar la que consideran su heredad. Y entonces volveremos a ver el transformismo, la muda de camisetas, el sí pero no, el no pero sí que retrata al que lo firma ante cualquiera que tenga un ápice de memoria.

    Es de tal calibre la crisis en el periodismo que nada tiene que envidiar a la política. La refundación de medios y partidos ya no es que sea conveniente, es que resulta esencial. La crisis económica del sector ha devenido en crisis de valores, el contrato no escrito con el lector o telespectador a través de una línea editorial definida y reconocible ha degenerado en muchos casos en el pacto con unas voraces estructuras partidistas, que se han extendido como a través de todo el entramado social. Hasta el punto de que todo el que aspirara a ser alguien en los medios de comunicación estaba obligado a posicionarse, a recoger el carné o a aguantar que se lo adjudicaran. Y otro tanto ha ocurrido en las empresas. O en la judicatura, donde el cabreo con la política es mayúsculo. Ahí, en ese nudo gordiano en el que confluyen intereses inconfesables radica el gran problema de la democracia y al tiempo la gran oportunidad. No sólo de Casado, también de Sánchez o Rivera. La sociedad española es demasiado rica, plural, cargada de matices y de proyectos. Su mandato es soltar lastre, dejarla crecer en libertad. El que acierte con la fórmula será el que recoja los frutos.