Firmas

Volar bajo tortura

  • Las compañías aéreas se han sacado de la manga unos cuantos 'privilegios'
<i>Foto: Dreamstime</i>

Joaquín Leguina

El jueves 7 de junio tuve que volar a La Coruña para dar allí una charla. Como estoy avisado, llego al aeropuerto con la carta de embarque y entro en la T-4, que se ha convertido en un Corte Inglés lleno de tiendas por doquier. Llevo una maletilla sin nada sospechoso dentro (tijeras, frascos...). Meto todo lo metálico en la chaqueta y hago pasar las dos cosas por el escáner. Pero antes de pasar el cuerpo por el otro escáner, una vigilante me dice: "Quítese el cinturón". Le contesto: "Se me caerán los pantalones", a lo que ella replica sonriendo: "No sería usted el primero". Me resigno y paso sujetándome con una mano el pantalón.

Como es sabido, las compañías aéreas maltratan a sus clientes cuanto pueden y hace poco se han sacado de la manga unos supuestos privilegios que consisten en entrar antes en el avión. Algo verdaderamente demencial, pues lo lógico es que entren primero los que tienen los asientos al fondo y los últimos los de la cabecera. Con este exprimidor consiguen montar un desmadre en los pasillos de la aeronave: molestias sin cuento y retrasos en los despegues, además de volver locas a las pobres azafatas. No contentas con esas sevicias, alguna compañía ha propuesto que los clientes viajen de pie, como en el Metro.

Me siento y compruebo que mi fémur no cabe bien allí. Le doy la razón a Cervantes, que a propósito de su cautiverio argelino escribió: "Un lugar en el cual toda incomodidad tiene su asiento".

El viernes 8 regresé a Madrid y tras pasar por las mismas dificultades que a la ida, volví a sufrir la estrechez de mi asiento y me puse con el periódico. Una azafata durante el despegue y el aterrizaje se sentó a mi lado. Era una joven amable y hermosa de origen dominicano y con residencia en Madrid.

-¿Descansará este fin de semana en Madrid? -le pregunté.

-¡Qué va! Saldremos inmediatamente para Roma- respondió.

-Roma es un buen sitio para pasar el fin de semana -sugerí.

-Qué más quisiera yo. Estaré volando casi sin parar hasta la tarde del lunes- me dijo.

Pensé: "no sólo esclavizan a los pasajeros". Una vez en tierra, tomo un taxi, tras mis buenos veinte minutos de cola. Como es viernes y está lloviendo, tardamos hora y media en llegar a La Latina.

El sábado abro el periódico y leo la columna de Fernando Savater. He aquí un extracto:

"El otro día, al ir a tomar un avión en Londres, le comenté a un chaval quinceañero mi nostalgia de cuando los aeropuertos aún no eran supermercados. [...]. La nueva terminal 5 de Heathrow es el parangón del futuro que ya está aquí. Me evoca el mundo abigarrado, ultracomercial y vigilado de Blade Runner. [...]. Tras una larga peregrinación hasta la puerta de embarque, se nos informó que debíamos renunciar a llevar a bordo el equipaje de mano al que por ser un vuelo regular estábamos autorizados. Había que facturarlo sí o sí. Una vez en el minúsculo avión comprobamos que los maleteros superiores iban semivacíos". No me alegré de los males sufridos por Fernando, sólo pensé que "mal de muchos", epidemia. Y me pregunto: ¿La UE no podría meter en cintura a estos maltratadores?