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Aznar, el gran cínico

    El expresidente del Gobierno, José María Aznar. <i>Foto: Efe</i>.

    Mariano Guindal

    José María Aznar, una vez más, ha hecho gala de ser un gran cínico. Como en la película de Henri Decoin, The bienfaiteur (1942), va por la vida como un benefactor, cuando en realidad dirigía una organización corrompida hasta las entrañas. Solo hay que echar un vistazo a la lista de invitados a la boda de su hija Ana, la tercera infanta: Francisco Correa Don Vito, Álvaro Pérez El Bigotes, Ana Mato y su ex, Jesús Sepúlveda, Luis Bárcenas y su mujer, Miguel Blesa, Rita Barberá, Rodrigo Rato, Silvio Berlusconi... También habría que preguntarse qué pasó con esos 32.000 euros que sirvieron para pagar parcialmente el banquete y que habían salido de la red Gürtel ,que tanto dolor de cabeza da al PP.

    Haciendo caso omiso de su pasado, el señor Aznar aprovechó la presentación del magnífico libro de Javier Zarzalejos, No hay ala oeste en La Moncloa (Península), para hacer un monumental ejercicio de cinismo. Ni corto ni perezoso, se ofreció a reconstruir el centroderecha, al tiempo que culpaba a su sucesor, Mariano Rajoy, de ser responsable de la desintegración del partido que con tanto esfuerzo él había creado y de la desafección de Cataluña.

    El expresidente no parece entender que nadie quiere que vuelva a la política, que es preferible que siga ganando dinero a espuertas con lo que mejor sabe hacer: comisionista y conseguidor. Tampoco entiende que el surgimiento de un partido como Ciudadanos se debe solo a sus errores. Albert Rivera no se habría convertido en una alternativa si el PP de Aznar, de Esperanza Aguirre y de Eduardo Zaplana no se hubiese convertido en una auténtica red corrupta para financiarse ilegalmente y para el enriquecimiento de ciertas personas.

    Tampoco entiende que la independencia de Cataluña arranca en 1996, cuando el mismo Aznar firmó con Jordi Pujol el Pacto del Majestic. Gracias al mismo se concedieron transferencias tan importantes en el devenir de los acontecimientos como la policía local, la política penitenciaria, la televisión autonómica y la enseñanza. Nunca hasta entonces se había producido una descentralización tan fuerte del Estado a cambio del apoyo de CiU para que él fuese presidente, después de haber coreado aquello de: "Pujol, enano, habla castellano". El president se lo hizo pagar, y bien caro.