Firmas

Fin de partida

    <i>Foto: Archivo</i>

    Ana Samboal

    La semana pasada, tras una negociación de madrugada con el PNV en la que vendía su alma al diablo del déficit, Mariano Rajoy sorprendía amarrando su estancia en Moncloa hasta 2020. Esta semana, una moción de censura de Pedro Sánchez puede contribuir a acelerar su final. Las decisiones de los partidos, cada vez más arriesgadas, precipitadas porque van a salto de mata de los acontecimientos, imprimen un ritmo vertiginoso a la realidad política. Se han acostumbrado al regate corto, al puro tactismo que les permita sobrevivir un día, unas semanas, unos meses más. Y envueltos en esa espiral de disputas entre egos por amarrar un puñado de votos, echando cada vez un órdago más alto, la situación amenaza con escapárseles de las manos.

    A priori, todo apunta a que Sánchez se ha precipitado. Capaz de envolverse en la Constitución al tiempo que acepta el voto independentista sin siquiera sonrojarse, olvidó que el de Pontevedra guardaba la amenaza de dejar caer el presupuesto que tantos buenos dineros envía hacia el País Vasco puede retener al partido de Urkullu fiel al Gobierno. Al socialista ya sólo le quedaría la opción de pedir al PP lo que el propio Rajoy solicitó sin éxito a los suyos en mayo de 2010, un relevo al frente del Ejecutivo. Pero tampoco el presidente saldrá indemne del envite. El mejor escenario para el partido del Gobierno lo dibujó Pablo Casado tras la reunión del comité de dirección: si Sánchez cae porque pierde la moción de censura, puede propiciar un nuevo liderazgo en el PSOE deseoso de pactar con el PP. Sería el mejor de los mundos para un bipartidismo deseoso de quitarse de encima el aliento de Ciudadanos. Olvidó o quiso olvidar Casado que a la sentencia de la Gürtel, que su partido no ha querido o no ha sabido explicar, le sucederá un rosario de fallos judiciales en contra que pondrían muy caro ese apoyo. Y no hay que descartar nuevos sobresaltos como el Máster de Cifuentes o la detención de Zaplana unas horas antes de la votación de las cuentas públicas con una fiscalía especialmente activa en las últimas semanas. Esta moción de censura que, en contra de lo que parecía en un primer momento, da muestras de estar abocada al fracaso, será la oportunidad para un ambicioso Albert Rivera, que ya no puede limitarse al papel de comparsa si aspira a más altas responsabilidades. En Podemos, bastante tiene Pablo Iglesias con resolver el roto que ha puesto al descubierto su flamante chalé en el seno del partido: uno de cada tres militantes, liderados por Kichi, le han pedido que se vaya.

    La nueva era política que se anunció como la del triunfo del parlamentarismo ya no da más de sí. A costa de un Gobierno en precario, los independentistas han lanzado su ataque más duro al constitucionalismo y los supuestos defensores de ese régimen se pelean desde las últimas elecciones por ver quién saca un voto más en los próximos comicios. Dure lo que dure en el tiempo, esta legislatura perdida da sus últimas bocanadas.