Escribir y leer
Joaquín Leguina
El impulso primero que me lleva sobre la página en blanco, dispuesto a escribir una novela o un relato, no es otro que el de contar una historia. Se trata de un oficio tan viejo como el hombre y no posee, por tanto, ni un gramo de originalidad. Quienes predican, al menos desde que yo tengo memoria, el final, la muerte de la novela o del relato olvidan la existencia del contador de historias, de quien se inventa vidas y aventuras para transmitirnos la verdad. Para ello hilvanan argumentos y construyen personajes que se relacionan. El pensamiento y la acción de éstos, sus corazones y cabezas, nos llevan a donde nunca habíamos ido.
Esos personajes literarios viven en un mundo interior, desde luego, pero también un mundo que les rodea. Quiero, como lector, conocer ese mundo y no me sirve tan sólo el punto de vista del historiador o del cronista. Quiero que la novela ocurra en alguna parte y en un tiempo determinado. La novela intemporal, sin carne ni pescado, digamos, históricos, no suele interesarme.
»Comprender las transformaciones históricas -escribió Raymond Williams por Cumbres Borrascosas- no significa ponerse a buscar hechos públicos directos y reacciones a ellos. Cuando existe una ruptura histórica real no tiene por qué buscarse en una huelga o en una revuelta. Puede surgir, radical y auténtica, en todo aquello que, aparentemente, alude sólo a experiencias personales y familiares.
He dedicado una buena parte de mi vida a la política. A la institucional, aclaro, pues de la política se ocupa, aun sin saberlo ni reconocerlo, la mayoría. Esta actividad mía no creo que me haya ayudado en la captación de lectores, pues muchos de éstos, antes de acercarse a una de mis obras, habrán pensado o sospechado que, quizá, estaban ante una "novela política", lo cual les habrá retraído... y con razón. Yo detesto las novelas políticas o de tesis y huyo de ellas como de la peste, se titulen Así se forjó el acero, la conocida novela pro-revolucionaria, o Raza, la novela que Franco escribió con seudónimo. El maniqueísmo sectario es el peor material para construir la obra literaria. Mas, sea como sea, si la novela quiere ser el trasunto de la vida, la política no tiene por qué obviarse, pues también forma parte de la vida, a veces dramáticamente.
Es evidente que los Episodios Nacionales, Imán o Mr. Witt en el cantón, las dos últimas de Sender, se desarrollan en el centro de acontecimientos políticos, pero a nadie -eso espero- se le ocurriría calificar a estas obras literarias con el adjetivo de "políticas". Son novelas que nos emocionan, porque su materia prima es lo humano, porque están en ellas las miserias y grandezas de tal condición, contadas, eso sí, bellamente. Con el sentido y la sensibilidad que exige la obra literaria y, en general, el arte.
¿Qué novelas me gusta leer? Soy un lector voraz y muy desorganizado y como tal poco dado a la relectura, aunque de tarde en tarde vuelva sobre los autores que me dejaron huella.