Firmas

Ciudadanos y PP, condenados a entenderse

  • El PP tendrá que considerar a Cs como una formación madura
  • Los de Rivera tendrán que replantearse su cruzada enmascarada
<i>Mariano Rajoy y Albert Rivera. Foto: Nacho Martín</i>

Víctor Arribas

Cualquiera que siga la actualidad política desde hace un par de años habrá comprobado la evolución de las nuevas formaciones políticas nacidas en el caldo de cultivo de la crisis, la económica y la de valores, que España ha padecido. Las costuras han ido poco a poco asentándose y sus posiciones y decisiones ya sorprenden menos que al principio, en aquel 2015 lejano en el que cualquiera que llevara más de un lustro en la vida pública era un despojo inservible. Ahora ya sorprenden menos y resultan más previsibles.

Las encuestas regalan el oído de Rivera y los suyos en esta primavera con resonancias preelectorales. Desde su victoria épica en las catalanas, Ciudadanos ha girado considerablemente sus posiciones en aspectos clave, el más importante de ellos su relación con el PP que sigue siendo el partido mayoritario y de gobierno.

Los sondeos parecen dar alas a la dureza política de los naranjas respecto a los populares, lo cual está provocando fricciones muy difíciles de resolver en no pocas instituciones. La crisis del máster de Cristina Cifuentes ha condicionado las relaciones entre ambas fuerzas y a estas alturas, por muchos analistas que aseguren tener claro el desenlace, nadie sabe qué ocurrirá en la Comunidad de Madrid en los próximos días.

La exigencia de dimisiones por doquier, en algunos casos como contrapartida a la aprobación de proyectos tan determinantes como unos presupuestos del Estado, ha terminado por hartar al inquilino de La Moncloa, que como es su costumbre da cuerda y cuerda a su adversario con la esperanza de que termine ahorcándose él mismo.

Poner en riesgo acuerdos presupuestarios que mejoran la vida de los ciudadanos por la situación particular de una senadora, a la que para más datos la fiscalía ha dado la razón frente a las acusaciones, le parece a Rajoy una chiquillada infantiloide debida a la escasa experiencia de Ciudadanos.

La paradoja de todo este escenario irrespirable entre la primera y la cuarta fuerza política del país es que en el futuro tendrán que aparcar sus diferencias, más parecen personales que de otro tipo, y superar sus fobias mutuas. Si se cumple el camino político que seguirá España de aquí a junio de 2020, la única opción que dejarán los electores en el tablero de muchas instituciones será un acuerdo entre ellos.

El PP tendrá que considerar a Ciudadanos como una formación madura y responsable, y ésta tendrá que replantearse su cruzada enmascarada contra todo lo que aparente ser corrupto aunque no tenga tacha judicial. Un término medio siempre es acertado, y sería lo más recomendable por ambas partes.

Posiblemente no sean Rajoy y Rivera quienes protagonicen ese necesario entendimiento cuando la imperiosa necesidad llegue, en futuras legislaturas nacionales, municipales o autonómicas. Por eso su rechazo mutuo pasará a ser una anécdota del pasado. Pero hoy por hoy deberían empezar a recuperar el sentido de Estado suficiente para saber que la estabilidad de las instituciones está por encima de las manías personales o mejor personalistas.