Firmas

Distorsiones conceptuales

    <i>Foto: Getty</i>.

    Fernando Méndez Ibisate

    La ignorancia o la maldad, puestas al servicio de la búsqueda de objetivos particulares o propios, pero siempre egoístas y espurios, puede llegar a tener mucho predicamento, gran poder de convicción, adhesión mayoritaria y hasta puede llegar a instalarse como principio indiscutible. Pero nunca será verdad, se vista como se vista.

    Tengo para mí que, de forma intencionada muchas de las veces, se han instalado ideas, conceptos, enunciados y proposiciones en materia económica que distan mucho de ser ciertas, siendo falaces; que se han convertido en aceptadas y aceptables, o al menos no puestas en duda, por gran cantidad de personas y que, siendo así, dañan mucho nuestra capacidad de desarrollo o progreso.

    Entre ellas, muchas de las contrarias al capitalismo y el mercado, que han llegado al paroxismo con el lema "el capitalismo, el mercado, mata", aunque la realidad sea la contraria: que es el sistema o institución que más ha hecho por el progreso y mejora de los seres humanos y que cualquier otro sistema alternativo (como se dice ahora) empleado o puesto en práctica no ha salido bien parado del laboratorio de la historia. La razón tiene más que ver con la naturaleza humana que con la institución o sistema en sí, al que no pueden achacarse las propiedades, pasiones, necesidades, preferencias o impulsos humanos: éstos son propios de las personas que intervienen o interactúan en las instituciones, de las que el mercado es una más de las muchas que funcionan en la sociedad, pero no del mercado o el capitalismo en sí. Y es que la economía, como ciencia que es (a pesar de algunos), no es sencilla de entender o analizar y, desde luego, no es intuitiva, como muchos consideran.

    El mercado no es más que un lugar físico (siempre lo es, incluso para los que consideran el ámbito virtual o del ciberespacio, pues también eso es física) donde tienen lugar intercambios, acuerdos, tratos, contratos, transacciones, etc, entre dos partes, una que ofrece y otra que demanda, surgidos de las necesidades humanas que, por cierto y a pesar de la existencia o evidencia de los puntos de saturación en nuestras preferencias, son infinitas, en el sentido de que las preferencias y necesidades cambian, aparecen y desaparecen sin límites imaginables: nadie antes pensó que necesitaría tanto el móvil y nadie hoy se plantea la necesidad o consumo de zarzaparrilla. Cierto que, para que el mercado sea libre o competitivo, debe cumplir que no haya coacción (nada de ofertas que no podrá rechazar; eso es mafia pero no mercado) y que no haya engaño; para lo cual existen instituciones coactivas, como el estado o poder administrativo, que supuestamente facilita e imparte paz o seguridad y justicia.

    Pero tal es la naturaleza humana, nos dijo Adam Smith y no Marx, que en tal sistema, aquella parte de la sociedad que podía establecer determinados acuerdos o grupos de presión con cierta facilidad o menores costes, podría maniobrar en su favor particular y contrariamente a los intereses del grupo principal y mayoritario (todos), que son los consumidores: esos eran los empresarios, industriales o comerciantes. Y contra ellos estableció varias de sus críticas más citadas.

    Por cierto, tal como lo explicó Smith, el sistema de libre mercado o capitalismo no es egoísta, pues no se trata de un impulso, fuerza o sentimiento destructivo, codicioso o narcisista (ese es, más bien, el mundo que expone Bernard Mandeville en 1714 y contra el que escribe Smith), sino una fuerza socialmente constructiva basada en la búsqueda del propio interés, que incluye a los próximos, a los que nos importan: para la Madre Teresa de Calcuta ésos son prácticamente toda la humanidad, para Ebenezer Scrooge sólo él o quienes puedan darle algo a cambio.

    Por favor, no seamos tan ingenuos como para creer que las transacciones o intercambios; el mercado; el capital (el humano también lo es) y los capitalistas; el dinero (no necesariamente en forma de moneda); las ganancias, rentas o recompensas de cualquier tipo; los precios y costes, etc. desaparecerán en cualquier arcadia feliz que les cuenten o propongan, como de hecho no han desaparecido en ninguno de los experimentos comunistas, socialistas o marxistas (en Corea del Norte existen todos ellos y funcionan ávidamente), ni tampoco lo han hecho en las comunas anarquistas. Entre otras cosas porque las necesidades, las pasiones, los impulsos de los seres humanos que componen todas esas sociedades persisten.

    Además, la naturaleza humana es muy compleja y variable; cambia con las variaciones en el marco institucional y éste lo hace en cada intercambio o transacción que tiene lugar, incluso levantarnos o no cada mañana. Y es suficientemente flexible y rica como para que ninguno de nosotros, sea cual sea nuestra condición, "tenga que" delinquir para sobrevivir.