Firmas

Aquellas torres

    <i>Foto: Archivo</i>

    Joaquín Leguina

    Las Torres Gemelas de Minoru Yamasaki se vinieron al suelo por el incendio. Parece evidente que los asesinos querían derribar las Torres y sabían cómo hacerlo. Por eso secuestraron aviones que se disponían a viajar a Los Ángeles desde la costa Este, es decir, con los depósitos llenos de combustible. Fue esta carga incendiaria la que provocó el infierno mortal.

    Conviene que se sepa que las estructuras metálicas sometidas a esas temperaturas de infierno, simplemente, se derriten. Además, hoy por hoy, es imposible que los bomberos puedan acceder desde el exterior del edificio a esas alturas. Algunas conclusiones arquitectónicas y urbanísticas podrían haberse sacado, pero no se hizo, pese al riesgo, contabilizado en vidas de bomberos, pues ellos sí cumplieron por encima de cualquier exigencia razonable.

    Desde el momento que siguió al horror del ataque, se habló y se informó de los asesinos, pero apenas se ha entrado en los procesos mentales que llevaron a un grupo de personas hasta inmolarse para matar en frío, es decir, sin motivos personales contra los asesinados. Los kamikazes japoneses o los suicidas palestinos no son comparables a éstos, precisamente por la carencia de motivos. El corazón de los hombres, se ha dicho, "es un pozo profundo y oscuro" y, quizá por ello, da miedo acercarse al brocal. Por otro lado, en su libro sobre Eichman, Hanna Arendt dejó escrito que "el mal carece de profundidad".

    Pero si en verdad se quiere entender el mal, habrá que encender alguna bujía que ilumine esa oscuridad. "Una operación tan perfectamente ejecutada -escribió Vargas Llosa en El País- requiere no sólo voluntarios poseídos de un celo fanático y esa voluntad de inmolación que las iglesias celebran en sus mártires, también una cuidadosa planificación intelectual...".

    En cualquier caso, conviene aclarar que, por ejemplo, para la Iglesia Católica un mártir es quien muere por sus ideas o creencias, no quien mata por ellas. A este respecto quiero citar a un héroe laico, Melchor Rodríguez, quien, ante una multitud dispuesta al asesinato, la contuvo con estas palabras: "Se puede morir por las ideas, pero no matar por ellas". Si no existieran ideas, sentimientos, dignidad... por los que merece la pena morir, la vida carecería de sentido.

    Lo diré de una vez: la vida es el valor supremo cuando se refiere a la vida de los demás, pero no a la vida propia. En todo caso, abundan más los que están dispuestos a matar. La intersección de esos dos conjuntos (dispuestos a morir y a matar) es decir, los disponibles para suicidarse en un acto terrorista, no abundan. Es más, estos fanáticos precisan de una inoculación profunda. La versión más pobre y peligrosa de todas cuantas se leyeron en aquellos días y que, como todas las simplezas, tuvo muchos seguidores, decía así: "Cuando la vida resulta un infierno, morir matando a quien se culpa de ello es una opción. Sólo el desesperado muere matando, el que tiene esperanza prefiere vivir luchando".