El hombre más divertido provoca el mayor disgusto
Javier Huerta
José Mota es un cómico capaz de inocular su humor barato en el ideario colectivo, a poder ser, flambeado de sidra. Sus personajes triunfan, pero a mí jamás me han hecho gracia. Martes y Trece exhibieron momentos imborrables por todos conocidos, como la empanadilla, pero el suyo fue un humor perecedero, sensible al tiempo y murió más de pena que de risa.
Faemino y Cansado sí me provocan carcajadas solo con tenerlos a medio metro, tan obstinados en sus determinaciones. Luego se han hecho distintos, pero mantienen ese halo de jeta irreverente que el buen cómico incluye de serie.
Ángel Garó, allá por los primeros 90, consiguió una noche en Barcelona que me orinara encima, y con Leo Bassi en Madrid, en el Alfil, casi me tienen que sacar infartado porque no podía parar de llorar de tanta risa. Eran los 90.
Antes de aquello estaban los insuperables Tip y Coll, que en paz descansen. Como el humor de Boris Vian o el de Cortázar, el de Tip y Coll vence al tiempo. Con ambos tuve la oportunidad de compartir rodaje siendo niño en 'No somos de piedra' (1968), dirigida por el inconmensurable Manuel Summers, padre de David, de Hombres G. Summers sí sabía hacer reír, igual que Fernán Gómez ('La venganza de don Mendo') o López Vázquez cuando estaban ante la cámara.
Pero como José Luis Cuerda, David Trueba, el gran Vázquez, Francisco Ibáñez, Miguel Gila y Berlanga, pocos. Solo un ser dotado con un superpoder aglutinaba en apenas un papel y dos garabatos las capacidades de todo los anteriores para fundir a diario el costumbrismo, la historia de España, el humor, la justicia social y el azote a la actualidad. Se llamaba Forges.