Firmas
EEUU: un paraíso a golpe de revólver
- La matanza del instituto de Parkland (Florida) estaba cantada
Víctor Arribas
La matanza del Stoneman Douglas High School de Parkland estaba cantada. Pocas veces un tiroteo mortal en Estados Unidos ha tenido los elementos de este espantoso episodio que durante la noche y la madrugada ha sobresaltado a las televisiones de todo el mundo. Nick Cruz había amenazado a sus compañeros, y éstos habían denunciado muchas veces esas amenazas a los profesores y a las autoridades locales. La matanza esta vez se pudo evitar. Y además el tirador está detenido, no tuvo el valor de pegarse un tiro como hicieron Eric y Dylan tras tirotear a decenas de compañeros en el instituto de secundaria de Columbine, Colorado, la masacre que ha marcado simbólicamente la historia de Estados Unidos.
Parkland es una ciudad residencial cercana a los Everglades, esa pampa infinita de vegetación salvaje, fieras acuáticas y pantanos grumosos de la que los floridenses presumen cada vez que reciben visitantes. De hecho sus calles están atravesadas cada diez metros por pequeños lagos de agua casi hirviente, por canales opacos que adornan tanto como inquietan. No es extraño encontrar caimanes paseando por sus anchas avenidas, ellos te respetan si tú les dejas vivir en paz.
Nada parecido a la actitud que siempre mostró ante la vida este chico marginado en su propio mundo interior, acomplejado y amigo de los fusiles de asalto como remedio para sus complejos. El día de Reyes del año pasado, Cruz había visto por televisión con admiración como un joven de ascendencia puertorriqueña asesinaba a cinco personas en el aeropuerto de Fort Lauderdale, ciudad alejada de su Parkland a sólo cincuenta minutos en coche. Como él, Esteban Santiago había recibido entrenamiento militar. No sería extraño que Nick haya tenido estos últimos meses al asesino del aeropuerto entre sus ídolos de cabecera.
Desde Europa tendemos a simplificar el verdadero problema que este país admirado tiene con la tenencia y el uso de armas de fuego. Se olvida con facilidad qué ocurrió en la gestación de su nación durante décadas, se ignoran las características mastodónticas de su territorio, y sobre todo se pasa por alto la voluntad mayoritaria y democrática de los norteamericanos. Plasmada en la Segunda Enmienda de la Constitución, que establece con claridad absoluta que ni el gobierno federal ni cualquier otro, estatal o local, pueden limitar el derecho de los ciudadanos a portar armas.
Por mucho que nos resulte incomprensible, cosa que ocurre, esta disposición es real y es apoyada todavía hoy por los estadounidenses. La carta conocida como Bill of Rights lo estipula y allí es plenamente legal. Si de Europa dependiera, esa Enmienda sería derogada y prohibido el acceso a las armas de todos aquellos que no tuvieran una licencia para portarlas. Pero las decisiones sobre el país-continente bañado por los dos océanos no las tomamos en Madrid, ni en París, ni en Bruselas.
Mucho menos real es el falso debate sobre el asunto dentro de las fronteras de Estados Unidos. Por muchos Michael Moore que aparezcan con sus manipulados documentales, por muchas ridiculizaciones que se hagan sobre el lobby que defiende la posesión de armas a este lado del Atlántico, la realidad es tozuda. Y pese a todo ello, desde nuestra mentalidad no se puede comprender por qué mantienen esta situación los habitantes del país más avanzado del mundo. No podemos comprender siquiera que los antepasados de cualquier familia media de cualquier estado lograran sobrevivir en los años de la expansión del país gracias a que guardaban en su armario un colt, carabina o winchester que fue providencial para que tuvieran descendientes.
Hoy todavía resulta inquietante pasear por las maravillosas ciudades y pueblos de ese grandioso país pensando que en muchas de las casas unifamiliares que modelan el sueño americano hay fusiles, revólveres, cuchillos afilados y ametralladoras.