Firmas

Decencia

  • El mérito y la capacidad no cuentan en la selección dentro de los partidos
Congreso de los diputados. <i>Foto: Reuters</i>.

Joaquín Leguina

Si ustedes observan el habla de los españoles en la hora actual llegarán a la conclusión de que la palabra "decencia" se usa menos que antes. Parecería que ese término de tan arraigada nobleza se ha tornado obsoleto. Por ejemplo, para elogiar a una persona honrada ya no se suele decir: "es una persona decente". Lo que sí se usa y en abundancia es su antónimo, indecencia ("lo de las preferentes de los bancos es una indecencia"). 

Sin embargo, la decencia es un término que debería casar bien con la actividad política y con el discurso de quienes se dedican al noble arte de llevar en sus manos "la cosa pública". Ahora bien, si uno lee las encuestas que hoy se publican en España o, simplemente, acude a las redes sociales -verdaderos recipientes del desmadre nacional- se encuentra con una "clase política" vapuleada, denigrada, humillada y ofendida.

En suma, que en el campo de las opiniones acerca de la política y de los políticos hemos vuelto al medieval "juicio de Dios": "Matadlos a todos, que Dios escogerá a los buenos". Es cierto que en lo tocante al "aseo, compostura y adorno correspondientes a cada persona", los políticos españoles actuales presentan, en media, perfiles mucho más pobres que aquéllos que hicieron la Transición y eso, sin duda, es preocupante, pues describe una pauperización profesional e intelectual de los políticos hoy en activo frente a sus predecesores.

Este deterioro tiene una explicación sencilla y una solución difícil. La explicación está en el grave problema que tienen los partidos en España. Problema que tiene su raíz en un sistema perverso de selección de sus elites, sistema que se ha mostrado incapaz de promocionar a los mejores. Pero, aparte de la mala voluntad, esta perversión tiene una causa previa.

Los términos "mérito y capacidad" que aparecen en la Constitución son negados en la selección de personal dentro de los partidos, al ser sustituidos por "la confianza". Y esa confianza no es otra cosa que amiguismo, de suerte que si quieres ser diputado o ministro no has de ser "el más listo de la clase", sino el más amigo o el más pelota del jefe, que es, a la postre, quien hace las listas electorales. España carece de una ley que desarrolle y precise dos mandatos constitucionales: el del artículo 6 y el del artículo 103. Tengo para mí que sin un potente impulso externo jamás se pondrá sobre el tapete ese desarrollo legislativo. Los aparatos de los partidos rechazan cualquier norma que les obligue.

La cosa ha llegado a ser tan llamativa que podemos asegurar que hoy vivimos en pleno "cirulismo". Explicaré ese término. A Cirilo Cánovas lo tenían sus condiscípulos en la Escuela de Ingenieros Agrónomos por torpe, y lo apodaban "Cirulo". El día que Franco tuvo la ocurrencia de nombrarlo ministro de Agricultura, uno de esos condiscípulos envió a otro un telegrama con el siguiente texto: "Cirulo ministro. Te lo juro por mi madre".