Firmas

El peor infierno no es ver la espantosa gala de los Goya

    Fotograma de 'El cuaderno de Sara'.

    Javier Huerta

    Nativos provistos de armas automáticas irrumpen en una aldea del Congo y disparan contra todo. Llegan a la choza donde una señora trata de proteger a su hija de ocho o nueve años. Entre varios violan a la mujer delante de la niña; a continuación la arrodillan y piden a la pequeña que dispare contra ella. La cría grita sin parar, mientras escucha a mamá, que la insiste para que la mate, porque si no lo hace acabarán con las dos.

    Uno de los monstruos la fuerza a apuntar a la cabeza de la madre. Agazapada en lo alto de una cabaña cercana para no ser descubierta, una abogada española interpretada por Belén Rueda es testigo de cómo la niña dispara. Es una escena de la última película estrenada por Telecinco Cinema.

    Lo que cuenta El Cuaderno de Sara por desgracia existe; ese infierno es real y es solo una de las muchas tragedias que obligan a la gente a escapar como sea de esas zonas donde el problema no es dónde ponemos la frontera ni el color de la bandera ni en qué idioma están los carteles.

    Son regiones asoladas por el hambre, la falta de expectativas o la violencia extrema. Los telediarios cuentan que se han hallado 21 cadáveres flotando en el Mediterráneo y a este lado del mar nos preguntamos cómo son capaces de echarse al agua con este temporal. La película no es una obra maestra, pero retrata a los señores de la guerra, que se llevan a los niños para convertirles en soldados y esclavos.

    Los reclutan para las minas del coltán que llena los bolsillos de sus jefes. 80 veces mejor conductor que el cobre, el coltán es necesario para que tengamos móviles estupendos. Porque lo importante es hacernos selfies y, si son reivindicativos, mejor.