El rey que rabió
Mariano Guindal
Con motivo de los 80 años de Juan Carlos I, mi amigo Pepe García Abad afirma que "en términos globales, pasará a la Historia como un gran rey, pero los auditores pondrían salvedades referidas a la ética de sus negocios y a su ejemplaridad personal".
Es posible que así sea, pero como muchos juancarlistas yo soy de la opinión de que fue un mal rey. El motivo es que actuó desde la impunidad más absoluta. El viaje a Botswana para matar elefantes nos permitió visualizar lo que estaba sucediendo, pero solo nos enteramos porque se había roto una pierna. Cuando salió del hospital y pidió perdón se nos derrumbó la imagen de un rey que había salvado la democracia del golpe de estado del 23-F.
En ese instante comenzó el hundimiento de la monarquía parlamentaria y el resurgimiento de la tercera república. Si no cristalizó, fue porque Gobierno y oposición forzaron su salida y su relevo por su hijo Felipe. Rajoy y Rubalcaba salvaron la monarquía del callejón sin salida al que la había conducido un monarca irresponsable.
Por tanto, si algún día alguien hiciese un film o una serie televisiva como Netflix ha hecho sobre la reina Isabel II del Reino Unido tendría que titularlo El rey que rabió, igual que la zarzuela que compuso Ruperto Chapí en 1891. Tendría que ser una tragicomedia sobre el monarca de un país próspero y feliz que decide hacer un viaje de incógnito para divertirse en compañía de su favorita, la princesa Corinna.
Pero la impunidad no es cosa de broma. Es lo que ha conducido a nuestra joven democracia a restregarse en el fango de la corrupción. Cuando los dirigentes actúan con impunidad, el resto de los ciudadanos se arroga de la misma inmunidad y actúa con impunidad. Es ahora cuando la Ley parece que se está haciendo cumplir a todos. Por eso, la decisión del Supremo de mantener en prisión preventiva a Junqueras y a los que conspiraron para subvertir al Estado de Derecho es una decisión justa, aunque moleste a algunos.
Durante dos años las autoridades catalanas actuaron con la más absoluta impunidad, convencidos de que estaban por encima de la Ley, que eran inmunes y por eso no les pasaría nada. Pero señores, ¡cuidado! En un Estado de Derecho, la Ley se discute, pero se cumple y esta regla se aplica a todos: desde el rey al último ciudadano.