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División ante los sucesos en Cataluña

  • Aplicar el 155 no implica represión, sino la vuelta al Estado de Derecho
<i>Foto: Dreamstime</i>

Fernando Méndez Ibisate

Tras los acontecimientos del pasado viernes 27 de octubre y la manifestación del domingo 29 en Barcelona, convocada por Sociedad Civil Catalana, mi razón, que no así mi corazón, se encuentra, tal vez como la sociedad catalana, dividida entre la tragedia y la esperanza.

La tragedia, con tintes de esperpento, escenificada por el radicalismo (¿golpismo?) nacionalista o el otro populismo que se apunta a lo que sea con tal de tumbar el actual sistema constitucional, cívico, pacífico, abierto, democrático y libre que llevamos disfrutando como sociedad desde 1978; con muchos defectos y algunas limitaciones, ¡vale!, pero históricamente el más eficiente. Y la esperanza de una sociedad que parece despertar de parte de su letargo ciudadano, junto con un Estado que hace muestra de sus funciones, aunque manifestando todavía diversos complejos por nuestra historia. Una historia que, después de todo, fue forjada con aciertos y errores por nuestros antepasados y en la que también tomaron parte, forma y fondo algunas de las formaciones políticas y sindicales retornadas con la democracia. Algunas de ellas entonces, en 1978, con un sentido del deber y del Estado encomiables del que parecen querer arrepentirse ahora, en muchas ocasiones y en algunas de sus acciones: por ejemplo, censurar al Rey por obviar en su discurso un "diálogo"... ¡con golpistas!

Como ya han resaltado diversos expertos, el artículo 155 de la Constitución y su aplicación no es, ni supone, nada de lo que se le ha atribuido: represión, golpismo, acción autoritaria o dictatorial, antidemocrático, violento, desproporcionado..., bien al contrario. Supone o es aplicar la ley, la fundamental, la Constitución, y constituye, precisamente, un instrumento de defensa de la libertad, la democracia, el Estado de Derecho, de la propia ley o Constitución, frente a quienes, obligados a cumplirla, defenderla y hacerla cumplir, se la saltan o quieren destruirla en un verdadero acto antidemocrático y de auténtico golpismo, autoritarismo, dictadura y, por más que se trate de disimular o vender bajo lo contrario, repleto de violencia. Por cierto, tal instrumento está incluido en todas las constituciones democráticas y liberales, máxime cuando disponen una administración muy descentralizada, pues no siempre los errores históricos caen en saco roto.

Violencia que empieza por hurtar e impedir al conjunto de ciudadanos decidir sobre algo que les compete: España. Y, como creo que ha dicho en estos días el Tribunal Constitucional, no se puede convocar un referéndum en los términos que el nacionalismo, el independentismo y una parte no despreciable de la izquierda, mal considerada progresista, han pretendido en todo momento y desde hace largo tiempo (no en los últimos meses): despreciando al conjunto. Pues lo que a todos afecta y compete, por ley, historia, reconocimiento y legalidad nacional e internacional, deben decidirlo todos y no una parte, considerada así "selecta o predilecta", bajo cuya idea emerge un peligroso "supremacismo" que debería haber hecho pensar a muchos que han apoyado el nacionalismo y tal "derecho a decidir".

La división en mi ánimo intelectual surge por la forma en que el Gobierno ha decidido aplicar dicho artículo constitucional, convocando elecciones en poco más de mes y medio.

A bote pronto, me parece que Rajoy, retraído por diversos factores e impelido por el PSOE (el de los complejos de progresismo) y Ciudadanos (¿acelerado por aprovechar sus expectativas electorales y de poder?), ha facilitado la tarea al independentismo para volver a ganar unas elecciones autonómicas (piénsese que son unos pocos días de organizarlo todo y algunos ya tienen mucho recorrido hecho) que, por cierto, muchos independentistas en la campaña presentarán como elecciones constituyentes. Y es que, tras décadas de "formación del espíritu nacional(ista)", el sentimiento o convicción independentista está presente en muchos votantes que no van a reflexionar o cambiar su percepción del nacionalismo. Demasiadas mentiras, demasiado tiempo.

No está, precisamente, el independentismo en pañales en cuanto a orden y organización. Son grupos que llevan muchos, muchos años preparándose y que tienen, según los papeles que vamos conociendo, bien contemplados todos los escenarios y organizados todas los movimientos y respuestas posibles. El Estado de derecho, los demócratas, la libertad, no se enfrentan a meros grupos ideológicos o representaciones políticas que aspiran a tomar parte en el juego democrático; muchos de esos grupos y colectivos son auténticos sistemas revolucionarios. Eso supone que los del lado de la libertad y la democracia jugamos con desventajas, que el 155 debería haber revocado para las elecciones. Cincuenta días no lo harán: demasiados complejos por esta parte.

Espero, de veras, equivocarme y que los sentimientos y, aún más, la razón y lógica de quienes se han manifestado por la libertad, la paz y la convivencia en un auténtico marco de democracia y estado de derecho prevalezcan sobre el despotismo, la barbarie, el odio, la cueva o la tribu de los nacionalistas de todos los tipos y ámbitos, porque Cataluña sigue siendo un lugar maravilloso, con gentes magníficas, cultas y muy sensatas y Barcelona sigue siendo, al menos todavía hoy, una de las ciudades más bonitas de España.