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De Cataluña a Austria o Polonia: vuelve el riesgo político a la Eurozona

    Imagen: Getty.

    Matthew Lynn

    Francia tiene un líder joven y centrista, decidido a reformar la economía y solucionar la Eurozona. Los populistas han perdido en Holanda y la magistral Angela Merkel ha sido reelegida en Alemania. La crisis griega se ha archivado y el desempleo empieza a bajar. Hasta parece que Italia ha vuelto a crecer.

    Si rebobinamos solo unas semanas, el panorama de la Eurozona era mejor de lo que había sido desde 2011. Los inversores, lógicamente, empezaban a traer dinero a un continente que se había infravalorado mucho. Las encuestas en primavera indicaban que la rotación a títulos europeos alcanzaba máximos de quince años y los índices crecían gracias al influjo repentino de dinero.

    No es nada sorprendente. La Eurozona tiene muchas grandes empresas, que eran hirientemente baratas porque nadie estaba seguro de si la moneda en que cotizaban iba a sobrevivir. Descartado el riesgo de ruptura o más separaciones en la Unión Europea, llegó el momento de comprar en ellas mientras los mercados seguían siendo baratos.

    Pero un momento: resulta que todo el mundo se apresuró demasiado. En realidad, el riesgo político no se ha desvanecido sino que se escondió debajo de la alfombra durante unos meses. Una vez aclarado eso, el inmenso flujo de fondos hacia la eurozona huirá con la misma rapidez. Fijémonos en las broncas que ha presenciado la Eurozona estas semanas.

    La amenaza de Cataluña

    La más grave es la amenaza de independencia de Cataluña. La respuesta de mano dura del Gobierno español no ha hecho más que avivar el sentimiento nacionalista y, aunque se tapen las grietas, la salida parece probable en los próximos años. Para la UE, el Brexit parecería una mera obertura. ¿Permitirá a Cataluña incorporarse automáticamente? ¿Podrá seguir usando el euro? ¿Qué hará el BCE con los bancos españoles que son levemente solventes en el mejor de los casos? No hay respuestas fáciles a estas preguntas.

    Si acepta a Cataluña, se arriesga a una desavenencia permanente con Madrid. Si adopta una postura más firme, habrá que esperar una generación entera para que el nuevo estado independiente perdone a Bruselas y otra región se habrá escindido, como Gran Bretaña.

    En Austria, el encarnizado euroescéptico Sebastian Kurz ganó las elecciones y podría acabar gobernando en coalición con el Partido de la Libertad, de extrema derecha. Junto con los recortes radicales tributarios, Kurz ha prometido restringir la inmigración y enfrentarse a Bruselas. Se ha alineado con Europa del Este en su rechazo de los cupos de migrantes y ha dicho que el Reino Unido podría beneficiarse del brexit, no exactamente popular en Europa. Será el primer dirigente de un gran país de la UE que se declara abiertamente antieuropeo. Una consecuencia será que el avance hacia una integración mayor quedará en punto muerto.

    En Polonia, la UE se ha implicado en una lucha cada vez más reñida con el partido gobernante Ley y Justicia. Un conflicto sobre la reforma del sistema judicial se ha convertido en un forcejeo de poder en aumento y la Comisión Europea ha amenazado con imponer sanciones al mayor país de Europa del Este. Cuesta adivinar cuál será el desenlace. Los polacos son europeos comprometidos y su economía se ha beneficiado mucho de la inversión del occidente continental.

    Tienen mucho más que perder que los británicos. Aún así, no da visos de someterse a Bruselas. Mientras, Alemania no es precisamente la roca de estabilidad de antaño. Angela Merkel se ha llevado un buen golpe en las elecciones y todavía no se ha formado una coalición. Aunque sigue siendo la cancillera, su figura se ha debilitado y ha perdido capacidad para imponer soluciones al resto del continente.

    Crisis en la Eurozona

    Si sumamos todo eso, resulta obvio que el riesgo político ha vuelto (en realidad, no había desaparecido). Cuando la crisis de la Eurozona estalló en 2011, sacó a la luz las fracturas de una moneda mal diseñada. Los enormes excedentes comerciales se acumulaban en la hípercompetitiva economía alemana. No había forma de compensarlo con la moneda ni un mecanismo eficaz de reciclar ese dinero. Alemania seguía creciendo mientras gran parte del continente restante se sumía en una depresión. Italia no ha crecido desde que se incorporó al euro y la producción industrial francesa continúa por debajo de sus niveles de 2007.

    En los tres últimos años, el Banco Central Europeo ha lanzado 2,2 billones de euros de dinero nuevo a la economía. Se han tapado algunas grietas pero no están resueltos los problemas subyacentes. El excedente alemán sigue creciendo y ya ha alcanzado la insostenible cifra del 8% del PIB. España se ha recuperado pero el resto de la periferia sigue en el mismo aprieto de antes.

    Entre los dos, Emmanuel Macron y Angela Merkel tal vez hayan iniciado la solución. Un ministro de economía de la eurozona con poderes para subir los impuestos y gastar dinero en el área monetaria podría haber funcionado o no. Nadie podía saberlo antes de probarse, pero no lo sabremos por la sencilla razón de que no va a instaurarse. El impulso político se ha desvanecido.

    La Eurozona seguirá estando tan desequilibrada como desde su creación y eso significa que conservará la inestabilidad potencial. Los electores de los países con economías deprimidas siempre han estado dispuestos a votar a favor de cambios radicales. Y también cuando les dicen que tendrán que rescatar a países con menos fortuna. Tal vez no ocurra este año ni el que viene, pero la crisis volverá a irrumpir tarde o temprano y los inversores que han caído en "estabilidad" y la "recuperación" se quemarán.