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Puigdemont se echa al monte con freno y marcha atrás

    Carles Puigdemont. <i>Foto: Reuters</i>.

    Juan Fernando Robles

    Ahora se evidencia que cualquier negociación con el nacionalismo catalán no tenía ningún sentido. El grado de irracionalidad y empecinamiento del que ha hecho gala el separatismo ha tenido, como se esperaba, el colofón en una declaración de independencia que, aun con la suspensión anunciada, sitúa al Presidente en la rebelión más flagrante, por muchos que se quiera matizar, porque ha declarado que Cataluña se convierta en un Estado Independiente en forma de República. Puede que no le haya gustado a la CUP, porque la suspensión no era de su agrado, pero lo dicho es más que suficiente, porque solo es posible suspender una independencia que previamente se ha declarado.

    El Procés ha terminado y ahora el Estado deberá reponer la legalidad utilizando todos los mecanismos que hemos oído durante todos estos días y todos los que nos quedan por saber. Pero lo que ahora ya resulta imposible es que el Gobierno permanezca sin inmutarse ante la transgresión más grave del orden constitucional que una nación pueda presenciar.

    Puigdemont ha realizado un discurso pueril, relatando para oídos extranjeros todos los supuestos motivos que han conducido a Cataluña, de la que se apropia por entero, a tener en la independencia la única salida posible. Un discurso preñado de las mentiras que el nacionalismo más rancio y radical viene inoculando en la sociedad catalana y que, afortunadamente, pocos creerán fuera de nuestras fronteras, porque quien se sitúa al margen de toda razón y legalidad no merece credibilidad alguna.

    Ha dicho que no era ni un loco ni un delincuente, pero viene comportándose como ambas cosas. Loco por negar sistemáticamente todos las evidencias del daño que están causando a Cataluña y España. Delincuente, porque su acción política se basa en el sistemático incumplimiento de la ley. Tendrán tiempo los tribunales de demostrar lo segundo, aunque todos lo hemos podido presenciar durante meses, pero no creo que haya psiquiatra lo suficientemente docto como para recomponer tanta cabeza echada a perder por una enfermedad que no es otra que una versión renovada del nazismo. Una enfermedad antidemocrática que debe ser eliminada con toda la fuerza de la ley y con toda la determinación que sea necesaria, pues hace de la división, el odio, la xenofobia, el supremacismo y la mentira sistemática el centro de su acción política.

    Produce verdadera vergüenza ajena comprobar en qué manos están las instituciones autonómicas catalanas y causa estupor pensar que puedan estar en ellas un minuto más. El daño a la reputación de Cataluña tardará mucho en olvidarse. De ser una región valorada por su modernidad y europeísmo, ahora es conocida como un foco de tensión en Europa, una zona hostil para los negocios, un lugar del que conviene salir y nadie sabe cuándo volver. Están arrasando importantísimos sectores económicos, a los que les costará levantar cabeza. Han destruido la confianza de los inversores y han convertido Cataluña en la única región de Europa en la que la seguridad jurídica está en entredicho. Y todo ello les parece a estos iluminados algo que el pueblo debe padecer para ganar el futuro, aunque el presente se muestre no ya lleno de incertidumbres, sino repleto de problemas artificiales que la irresponsable actuación del separatismos sedicioso se ha dedicado a sembrar.

    No puede haber comprensión ni debe haber negociación de ninguna especie. Solo cabe reponer la legalidad lo más pronto posible, pero sin aspavientos. Con la tranquilidad y procedimiento que caracteriza la actuación de los estados democráticos y civilizados. Y el Gobierno debe tener el respaldo de la oposición. Ciudadanos no ofrece dudas y el PSOE ha asegurado que respaldará el Estado de Derecho. Pero aún sin los apoyos precisos y con los medios que estén a su alcance, el Gobierno debe poner en marcha todas las medidas que sean precisas para recuperar la legalidad y que cada palo aguante su vela. A ver cómo pueden explicar la tibieza quien la tenga y qué censura puede experimentar del conjunto de los españoles.

    Puigdemont se ha echado al monte con freno y marcha atrás, aunque se le veía en la cara el abismo al que se enfrenta. Con una tos posiblemente nerviosa del que sabe que está cerrando una puerta más que abriendo ninguna. Llevaba escrita en la cara la inmolación inútil.

    Esta situación no puede prolongarse más porque no hay nada peor que la incertidumbre, tanto para la economía como para el normal funcionamiento del Estado y las instituciones autonómicas. Ya hay suficientes razones para actuar. No se puede esperar de brazos cruzados a que se convoquen elecciones, pues el desencuentro con la CUP puede traer esa consecuencia. Sea como fuera, restablezcan de una vez la legalidad.