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La economía, el tesoro del que todos se olvidaron con Cataluña

  • La situación es excepcional y debe solucionarse con excepcionalidad
Imagen: Dreamstime.

José Luis Bajo Benayas

Uno puede permitirse el lujo de contratar unas vacaciones, comprarse unos vaqueros de marca o, incluso, secundar una huelga, por el simple hecho de cobrar una nómina a final de mes. Porque el dinero, parece mentira, puede no dar la felicidad, pero sí contribuir a ella. Quien tenga duda puede preguntárselo a uno de esos 3,4 millones de desempleados que un día perdieron su trabajo y pasaron a ser invisibles. O charlar con quien cobra un sueldo miserable y no alcanza a pagar la hipoteca, los alimentos y los gastos más básicos.

Porque esa es todavía la realidad de nuestro país tan solo tres años después de que el PIB volviera a tono positivo tras más de un lustro de recesión pavorosa. Una realidad que, hoy, los protagonistas políticos del supuesto conflicto entre Cataluña y España parecen haber olvidado por completo. ¿Se han parado a pensar en todo lo que podemos perder? ¿Han olvidado los desahucios, los ajustes sanitarios y las subidas de impuestos?

Considero desleal que la Generalitat relanzase el debate soberanista en 2012, cuando arreciaba lo peor de la crisis y los propios catalanes sufrían los recortes más duros. Considero gravísimo que Mariano Rajoy cerrara la puerta a Artur Mas cuando éste llevó a La Moncloa su legítima demanda de pacto fiscal. Considero aberrante el desafío a las normas instigado abiertamente por Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Carme Forcadell. Y considero indigno que el PP, en plena primavera de este año y cuando sonaba la moción de censura a Rajoy, rescatara del olvido mediático al independentismo con el único fin de mantener prietos a los suyos.

Como ciudadano español, expreso mi más amarga queja por la escalada de tensión en la que se han embarcado La Moncloa y el 'Govern' en los últimos días, y que por desgracia se ha trasladado a las redes sociales y en último término a buena parte de la ciudadanía.

El cumplimiento de las leyes es absolutamente necesario, pero no puede ser el único ingrediente. Y ello pese a tener claro que, hoy, el desafío a la Constitución proviene del 'Parlament' y no de La Moncloa. Estamos en una situación excepcional que debe resolverse con excepcionalidad, diálogo, bajada de banderas, llamamientos a la calma y búsqueda de lugares comunes.

Así, hasta que el Ibex 35, gran anticipador del 'momentum' económico, nos tranquilice con una subida que compense el descalabro de ayer y el que puede estar por llegar si prosigue la competición entre nuestros 'machos alfa' de la política.

España bordea una deuda pública del 100%, se mantiene incursa en un procedimiento por déficit excesivo y aborda un problema de pensiones que deja como anécdota cualquier pretensión identitaria. En Madrid, en Barcelona o en Teruel, que también existe. Aún no hemos escapado del todo de las garras de la Gran Recesión y la crisis soberana y, sin rubor, nos hemos metido de lleno en un laberinto sin salida de cuyo peligro advierten el Banco de España y otros agentes.

Ustedes, señores políticos, nos han metido en el embrollo. Arréglenlo. Por mi nómina, la de mi vecino y la del catalán que protesta en la calle. Y arréglenlo todo, sin pensar solo en los votos que otorgan las llamadas vacuas a la fraternidad pero juegan a derribar el sistema.