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Democracias extraviadas

  • Gobernar el país más poderoso a golpe de Twitter dice mucho de Trump
<i>Foto: Archivo</i>

Eduardo Olier

En 2009 se publicó en español el libro de Amin Maalouf, El desajuste del mundo, cuando nuestras civilizaciones se agotan. La segunda parte tiene un expresivo título: Las legitimidades extraviadas. Comienza con la victoria de George W. Bush en noviembre de 2000. Para Maalouf, por su origen libanés, esto le afectó directamente. Yo diría que a todos nosotros también. Según piensa este autor, los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas podrían haber ocurrido también aunque el presidente hubiera sido otro. En su opinión, la reacción estadounidense habría sido similar. Aunque se habría llevado a cabo de forma menos extrema. Probablemente no se habría destruido Irak, Líbano no se habría partido y el mundo no estaría como está hoy.

También, en 2008, una enorme mayoría pareció respirar con la llegada de Barack Obama. Su legado, sin embargo, es desalentador: en Oriente Medio, está la inacabable guerra de Siria con su enorme drama humano, Libia es un Estado fallido, y han crecido las tensiones con Rusia. Además, se permitió el nacimiento del Estado Islámico, y el terrorismo de origen yihadista se mueve con destreza. Todo ello sin contar con las agresiones continuas a los cristianos de Egipto, los problemas en la Península Arábiga, y otros muchos desajustes globales por volver a la idea de Amin Maalouf.

La llegada de Donald Trump a la presidencia no ha sido mejor. Gobernar el país más poderoso del mundo a golpe de Twitter dice mucho del nuevo mandatario. Casi un año después de su elección no se conoce otra cosa que idas y venidas para acabar en ningún sitio. Eso sí, empeorando lo que parecía estar estable, como es la política interna de Estados Unidos. A lo que se añaden los movimientos espurios con Corea del Norte o Irán, mientras el presidente se dedica a atacar a empresas globales como Amazon, o pone en cuarentena el propio Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y Méjico, país al que ataca sistemáticamente.

Si miramos a Sudamérica salta Venezuela. Basta entrar en la página dedicada a este país en la United Nations Human Rights, Office of the High Commissioner, para ver lo que ahí pasa. Los que no quieren ver lo que sucede deben tener una enorme dosis de ceguera ideológica. Pero no es sólo Venezuela. En otro orden está Brasil, la novena economía global. Un país donde la corrupción alcanza cotas inigualables. También Colombia, que no acaba de cerrar el problema de las Farc y el cultivo de la coca: dos problemas que se dan la mano. Y Argentina, donde el kirchnerismo sigue más que vigente.

Se puede saltar de continente, ir al África Subsahariana y ver los problemas en el Sahel o las permanentes inestabilidades de las democracias africanas. El último acaecido en Kenya, donde los opositores no aceptan los resultados de las legislativas. O también, pasear por Asia y encontrarse con los permanentes problemas de Pakistán o India. Sin olvidar las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos. Una suerte de guerra fría económica que, en lo militar, toma el nombre de Corea del Norte. Un país que sin China no sería nada. Basta ver su balance comercial para comprobarlo: el 85% de sus importaciones vienen de China, y hacia allí van el 83% de sus exportaciones, la mayoría en forma de briquetas de carbón, que llegan al tercer país con mayores reservas de carbón del mundo: China.

Siempre quedará Europa, pensarán algunos. Y quizás sea cierto. Ahí está Italia que es capaz de manejar su economía sin Gobierno. O Francia, que viene de acallar los supuestos excesos del populismo de Marine Le Pen. O Alemania, que parece encaminar a Angela Merkel de nuevo hacia la cancillería. Eso sí, hay que descontar al Reino Unido donde su Gobierno busca la cuadratura del círculo: mantener las prebendas de pertenecer a la Unión Europea estando fuera de ella.

Lo que nos remite al permanente problema español de Cataluña, donde los independentistas quieren serlo pero manteniéndose dentro de no se sabe que nuevo entorno, pues España ya no sería tal después de la separación. Aunque la solución, según proponen los socialistas, está en que todos disfrutemos de la plurinacionalidad, con nuevos Estados en un nuevo Estado de nombre a definir. Pero disfrutaríamos del Estado madrileño, el cántabro o el riojano, por poner tres novedosos ejemplos. Hay que dar por seguro que ninguno de los que proponen esas opciones han leído a Claudio Sánchez-Albornoz. Bastaría que pasaran por el segundo tomo de España un enigma histórico en sus páginas 475 y siguientes para comprender algo de lo que es España (sería demasiada pérdida de tiempo leer sus casi 1.500 páginas para comprender España en su totalidad). Mientras tanto las democracias languidecen extraviadas con unos nuevos estadistas llenos de ambición y parcos en conocimientos. No es de extrañar que España no tenga ninguna Universidad entre las 200 primeras del mundo.