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La actual crisis del socialismo

    <i>Foto: Reuters</i>.

    Juan Velarde

    La posibilidad de crear, de forma estable, diríamos que definitiva, una economía basada en el socialismo, ha tenido varias alternativas. Las ideas, variadas por otro lado, que habían surgido como reacción ante las penosas condiciones de vida de gran parte de la población activa, a partir del siglo XIX, pareció que podían servir de ejemplo tras la Revolución bolchevique. Lenin, triunfador político, percibió que su proyecto socialista había fracasado, y por ello no tuvo más remedio que volver la vista a formas capitalistas en la actividad económica rusa. Ese fue el caso de la llamada Nueva Política Económica (NEP) que se vio obligada a admitir formas capitalistas.

    Pero este tropezón pronto va a ser seguido por otro. La combinación de nacionalismos múltiples unidos a políticas económicas proteccionistas y a los desastres que ya había señalado Keynes generados por el Tratado de Versalles en Alemania, con el añadido de la necesidad de reacciones ante la Gran Depresión de 1930, lo cual dio lugar al auge del intervencionismo del Estado en una magnitud colosal, a partir del triunfo del nacionalsocialismo en Alemania, del de Musolini en Italia, así como de la enorme influencia de Manoilescu en la política económica de todo el continente europeo, frente a lo cual las críticas a todo esto de los Viner, los Haberler, nada significaban. Todo esto es lo que se agazapa en estas frases de Keynes, aparecidas en el Prólogo a la edición alemana de la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, fechado el 7 de septiembre de 1936: "Tengo que confesar que... la teoría de la producción agregada que es lo que el libro trata de proporcionar, se adaptaría con más facilidad a las condiciones que se dan en un Estado totalitario que lo que lo hace la teoría de la producción y distribución de una producción determinada bajo condiciones de libre competencia y laissez faire".

    Pero del pensamiento keynesiano se desprendía otra rama, con la llegada de exiliados que escapaban, por sus ideas socialistas, del ámbito continental europeo, como fue el caso de Oskar Lange o de Piero Sraffa, los cuales influyen y son influidos por el grupo de Cambridge de seguidores de Keynes, como fue el caso de Joan Robinson. Todo esto dio lugar a una amplia bibliografía, a más de influencias políticas directas que yo intenté reunir en mi ensayo Los caminos de la heterodoxia. Una recapitulación y algunas ideas, en las páginas 879-919, en el volumen 5, Las críticas a la economía clásica del conjunto dirigido por Fuentes Quintana, Economía y Economistas españoles. Pero curiosamente todo eso que pasó a latir en el socialismo español en la Transición fracasó ruidosamente, cuando intentó mantenerlo frente al Pacto de La Moncloa, Tierno Galván. A continuación, el Gobierno de Felipe González, seducido por el modelo socialista-keynesiano de Mitterrand, hundió a la economía española, y en el mejor de los casos, ofrecía el resultado de un débil incremento del PIB, aunque, sobre todo mostraba lo que señalaba así el Boletín nº 8 de Fedea, octubre-diciembre 1993: la causa de que la creación de empleo fuese escasa, se debía al conjunto de "ciertas restricciones legales que, precisamente para proteger a los trabajadores", generaban un desempleo elevado y constante. El motivo se aclaraba en la exposición que Fuentes Quintana efectuaba en unas declaraciones a Rosa María Echevarría en Blanco y Negro, 5 de marzo de 1994: "El principal partido político que hay en el país lo forman los sindicatos, quienes defienden a sus afiliados, sin importarles mucho más que eso". El trío UGT-Comisiones Obreras-USO entonces defendía efectivamente los intereses de los afiliados por encima de todo. Malo de Molina, en el mismo número de Blanco y Negro, indicaba agudamente que "las actitudes puramente defensivas a los sindicatos frente a las necesidades de adaptación del marco institucional, colocan a los sindicatos en una posición conservadora, enfrentada al progreso social". Pero el socialismo, en la etapa de Felipe González sólo veía como problema el escaso desarrollo, y creía encontrar la solución aumentando la demanda efectiva. Por eso, aceptó la postura sindical. Esta sindicalización conservadora del socialismo español provocaba además que en el último año completo de su administración, 1995, en España, el PIB por habitante no se incrementase en el 2%, y desde luego estuviese por debajo del de un año antes.

    Todo esto supuso que el socialismo decidiese abandonar la política económica de Boyer, Solchaga y Solbes. Y cuando llegó Zapatero al poder, a causa de una especie de horror colectivo ante las consecuencias posibles de participar en un conflicto en el Oriente Medio, como parecía deducirse de planteamientos de Aznar, el cataclismo fue aún más amplio. De 2003 a 2013 el PIB por habitante pasa, en 2010 de 22.291 a 21.594 euros.

    Como estos fracasos contrastaban, por un lado, con éxitos de la política más ortodoxa del Partido Popular, y por otro con frenos intelectuales derivados de serios planteamientos doctrinales y al no encontrar alternativa se intentó una rectificación. Desde un planteamiento ortodoxo, era lo adecuado, pero dejaba un terreno abonado para el que podría denominarse partido heredero de posiciones sentimentales a favor de los trabajadores, planteamiento heredero de aquello que había servido de base, siendo doctrinalmente muy diferentes entre sí, del anarcosindicalismo que hasta la Guerra Civil había tenido mucho peso en España, y de derivaciones del leninismo, del trostkismo, que habían tenido un cierto arraigo entre nosotros. Y eso es lo que late, desde el punto de vista doctrinal en los movimientos que suelen ahora denominarse populistas, y que así han renacido en España, y ahora ofrecen alternativas al socialismo.

    Y además el socialismo ya no posee el atractivo que tuvo tras la II Guerra Mundial, en ser un activo participante a favor de que existiesen en Europa sistemas democrático-liberales, complementados con un Estado del Bienestar que igualase rentas y generase pleno empleo, que es lo que se buscó en España en la Transición. Y, repito, desde el punto de vista intelectual, ahora no aparece por ningún lado alguien que sea capaz de adecuar a la realidad doctrinal actual, eso que tendría que ser la superación de las críticas a planteamientos de política económica expuestos desde Marx a Sraffa. Por fidelidad a su pasado, continuará teniendo alguna presencia esa crítica obligada, pero nada más. En España hemos visto esta realidad concretamente con el tradicionalismo. ¿Se me permite insinuar que ambos movimientos procedieron de dos Carlos, de peso político evidente, que jugaron papeles históricos clave, lograron lealtades impresionantes, pero no superaron las exigencias planteadas por la realidad actual derivada del siglo XXI? Tras leer el interesante libro de Carlos Sebastián, España estancada. ¿Por qué somos poco eficientes? (Fundación Alfonso Martín Escudero, 2016), es posible que los dirigentes actuales del socialismo busquen refugiarse en un simple regeneracionismo, pero comparto con Sebastián que esa vía "está llena de dificultades".

    Es posible también que, tras el impacto del actual capítulo de la revolución industrial que ahora empieza a vivirse, surjan crisis importantes que afecten a buena parte de la actual clase media, y que esto enlace, como ahora mismo vemos, con movimientos relacionados con el cambio climático, o sea, con derivaciones del ecologismo, como cuando se leen las posturas de Dominique Ristori, Director General de Energía de la Unión Europea a favor de la sostenibilidad. Pero esas novedades no parece que tengan gran cosa que ver con ese socialismo nacido en 1848, y en España, como partido político, en 1879. En su seno, ¿ha resucitado ahora aquello que un socialista, Timoteo Orbe, el 12 de agosto de 1897 escribió a Unamuno: "No sé qué hacer ni qué rumbo tomar; a veces pienso que lo mejor es no saber nada"?