Firmas
Lo que el viraje sobre el CETA esconde
- "El supuesto giro de 180 grados del PSOE no pasa de 90"
- "Más que podemirzarse, Sánchez quiere comerse Podemos"
Carmelo Encinas
Primer golpe de efecto. El renacido secretario general del PSOE daba esta semana un giro inesperado a la postura de su Grupo sobre el CETA, el tratado de libre comercio que ha negociado la Unión Europea con Canadá. La noticia provocaba una reacción airada en el Gobierno y el partido que lo sustenta cuyo portavoz mayor, Fernando Martínez Maíllo, llegaba a decir que ahora había "dos Podemos, uno morado y otro de color rojo".
El propio presidente del Ejecutivo se echaba las manos a la cabeza afirmando que "España haría el ridículo si el tratado acaba fracasando". En términos parecidos e incluso más graves abundaba la cohorte de palmeros del Ejecutivo hablando de la "podemización de Sánchez" y trasladando la ficción de que Pablo Iglesias había obligado al PSOE a variar su decisión.
No puedo imaginar, mas allá de la pura manipulación, qué les puede hacer pensar que Iglesias está en condiciones de forzar a los socialistas en esta o cualquier otra cuestión.
La realidad es que el llamado "giro copernicano" de Sánchez sobre el CETA no pasa de los 90 grados. El viraje de 180 grados que le reprochan lo hubiera realizado de apostar por el no en lugar de la abstención en la votación del jueves en el Congreso que ratificara el tratado. Cuando les conviene, algunos le quitan al término abstención lo que tiene de inhibición, es decir el no estar a favor ni en contra de algo.
Tengo serías dudas de que la inmensa mayoría de quienes han criticado con tanta dureza la maniobra del PSOE con respecto al tratado con Canadá se hayan leído los dos mil folios que componen el documento o siquiera un resumen del mismo. Personalmente esto último sí lo hecho pero los dos mil folios ya les digo que no me los he tragado. Aún así creo poseer la suficiente información para concluir que el tratado tiene sus pros y sus contras, y que no es ni la panacea que pintan sus defensores ni el pacto diabólico que describen sus detractores.
Antes de que Pedro Sánchez cambiara de opinión ya había dentro de la socialdemócracia europea posiciones contrarias al tratado fundamentalmente por entender que no se había llegado a garantizar el correcto desarrollo de los derechos sociales y medioambientales. La oposición al mismo no es, como se ha dicho, exclusiva de los populistas eurófobos y los extremismos de izquierda y derecha. También desde la moderación hay reparos bien argumentados y perfectamente respetables.
Quien fuera ministra de Medio Ambiente y hoy flamante presidenta del PSOE, Cristina Narbona, a la que cabe atribuir la autoría intelectual del cambio de postura, se ha esforzado en explicar que no están en contra del libre comercio pero sí consideran manifiestamente mejorable un tratado que, citando un informe de la comisión de empleo del Parlamento europeo, pone en peligro unos 200.000 puestos de trabajo en nuestro país.
Recuerda también Narbona que el acuerdo no protege más que a 27 de las 246 denominaciones de origen españolas y que, sin embargo, se ampara en exceso a los inversores extranjeros creando unos "discutibles" tribunales de arbitraje. Es verdad que estos inconvenientes ya fueron sopesados en su día por los socialistas españoles y que, a pesar de ellos, estaban dispuestos a apoyar el tratado y tampoco les faltaban razones para hacerlo.
Hay sectores a los que su entrada en vigor beneficiará de forma clara. Es el caso de la industria del calzado o la de la cerámica para las que un acuerdo así con Canadá abre grandes expectativas a sus exportaciones. Puede entenderse así la contrariedad del socialista Ximo Puig, quien tenía incluso programado un viaje a la capital canadiense para sacarle el mayor partido a las ventas valencianas en aquel país. Cada uno vela por sus intereses y éstos se cruzan.
El porqué da esta campana Pedro Sánchez a los cuatro días del Congreso de su partido tiene sin embargo una explicación claramente táctica. En Ferraz militaban en la convicción de que el cambio a la abstención iba a ser interpretado como un giro a la izquierda del PSOE y que, además del ruido mediático que iba a provocar, recibiría las criticas de la derecha y los medios afines. Unas criticas buscadas hacia su proceder que ya contribuyeron generosamente a la victoria de Sánchez en el proceso de primarias del partido y que ahora pretenden reeditar en su batalla por la hegemonía de la izquierda. Los reparos al CETA incluyen además un guiño intencionado a los sindicatos de izquierdas y a los verdes que atisba la construcción de un relato "ecosocialista".
No hay duda, a quien más perjudica este golpe de efecto es a Podemos, cuyo electorado objetivo está en el punto de mira del nuevo directorio socialista. Nada es lo que parece. Pablo Iglesias se ve obligado a aplaudir un reposicionamiento que sabe dirigido a su línea de flotación. Más que 'podemizarse', lo que quiere Sánchez es comerse a Podemos, igual que Pablo Iglesias quiso zamparse al PSOE. La abstención al CETA es sólo un primer hito en ese marcaje del terreno, y no será el único.