Firmas

El problema básico del socialismo

  • El PSOE ha olvidado los planteamientos esenciales de la ciencia económica
<i>Foto: Archivo</i>

Juan Velarde

Tras la práctica liquidación del Partido Socialista en Francia; tras el retroceso de la socialdemocracia en Alemania; tras el previsible fracaso del Partido Laborista en el Reino Unido; tras su desaparición en Italia y en Grecia, nos encontramos, como probaron las internas del 21 de mayo de 2017, con que una situación muy preocupante se abre ante el PSOE, el cual se ha convertido en poco tiempo, de ser un partido muy votado, en uno de izquierdas en competencia con diversos populismos. La contestación la tenemos, sobre todo, en relación con la economía.

La proyección del socialismo tenía dos planos. Por un lado, una situación agobiadora para amplias capas de la población trabajadora y reacciones espontáneas ante ellas. Es lo que desde el ámbito de la famosa y neoyorkina New School for Social Research, en el libro de Robert L. Heilbroner, Vida y doctrina de los grandes economistas (Aguilar, 1982), conduce a difundir lo que se califica como "el bello mundo de los socialistas utópicos" en el capítulo II.

Ese mundo del socialismo utópico estaba presidido por una espantosa realidad nacida de la interacción de la búsqueda de la libertad por encima de todo, con la aparición de la Revolución Industrial. Tras exponer un texto sobre lo sucedido al obrero Robert Blincoe en 1828 en unas fábricas, tomándolo de una información aparecida en el periódico radical The Lion, se ve obligado a concluir que "no era cosa extraordinaria la jornada de 16 horas de trabajo, lo que obligaba a los obreros a salir de sus casas a las 6 de la mañana a fin de dirigirse a pie a las fábricas, para regresar a sus domicilios a las 10 de la noche. Para coronar tamaña indignidad, había muchos patronos que no permitían a sus obreros el llevar sus relojes a la fábrica, a fin de que no pudiesen comprobar la extraña tendencia a adelantarse que mostraba el único reloj de la factoría durante los cortos intervalos permitidos para las comidas. Quizá los industriales más ricos y previsores lamentasen tales excesos, pero sus encargados de fábrica y los competidores afanosos los veían, según parece, con mirada indiferente". Además, los fuertes progresos del "maquinismo" generaban oleadas de parados, lo que originó el fenómeno del luddismo, la reacción destructora de las instalaciones fabriles.

Y como el luddismo, reacciones de este tipo elemental y molesto habían aparecido y se habían consolidado. La historia del cooperativismo está llena de relatos de ese tipo. También frente a eso se alzaron voces en ámbitos intelectuales y, desde luego, por parte de la Iglesia Católica. Y como esos movimientos se mostraban como pacifistas, en Alemania Bismarck consideró que era intolerable que así se pudiese alterar su progreso hacia un gran Imperio alemán, y concretamente, que hubiesen dificultado su pugna con Francia en 1870. En contacto con los economistas históricos, herejes frente al liberalismo de los Ricardo y compañía de la Escuela Clásica asentada en Inglaterra y que incluso impulsaban el empleo de la mano de obra infantil. El profesor Bernis relata cómo en la industria textil de Barcelona se buscaba que trabajasen niñas en ella, porque sus deditos infantiles servían mejor las necesidades de ciertas máquinas. Bismarck consideraba que era necesario para el progreso de Alemania que eso hechos rebeldes se impidiesen.

Y del luddismo, cuando aparecieron las doctrinas de la acción directa y del anarquismo, se pasó a la creación de ambientes terribles vinculados con zonas productoras. Basta recordar la Semana Trágica en Barcelona, o en el terreno agrícola, lo que significaron los fenómenos espartaquistas en zonas rurales españolas.

Ante todo esto, el ejemplo de Bismarck pasó a orientar la acción de los políticos conservadores españoles, y a ellos se debe, lo que se denomina el impulso de la legislación social, normalmente con un ligero retraso con Alemania. En España, los puntos de vista de Cánovas del Castillo, de Dato o de Maura se encuentran detrás de progresos importantísimos en la denominada legislación social. En buena parte, como repito, le sucedía a Bismarck. El impulso esencial era evitar las conmociones violentísimas derivadas de anarquistas, de espartaquistas, de violentos obreros que no veían más solución que plantear excentricidades como sucedía con los falansterios de Fourier.

Todo eso constituyó una semilla de los movimientos socialistas, pero era una semilla incapaz de generar una propuesta correcta al cabo de poco tiempo.

Eso fue lo aprovechado por los grupos conservadores, que han determinado legislativamente que la jornada ha de ser de ocho horas, o la prohibición del trabajo infantil, y además, desde los seguros sociales a la autorización de la aparición de las organizaciones sindicales, que tuviesen, acceso al asesoramiento de la legislación, sin olvidar realidades administrativas, como, por ejemplo, la Inspección de Trabajo. Cójase cualquier tratado de derecho del trabajo y véase qué políticos son los fundadores de esas realidades. Su inicio es, prácticamente en todos los casos, algo iniciado por una decisión ideológica de conservadores.

Por eso los partidos socialistas abandonaron ese sendero de experimentos, como el New Lamark de Owen, y con Marx a la cabeza iniciaron otro sendero: el de la derivación de la acción directa al análisis económico, y eso es lo que históricamente se debe, sobre todo, a Marx.

Como señala Schumpeter, Marx tuvo aportaciones verdaderamente originales en la ciencia económica, porque "no era el suyo un tipo de espíritu que apaga todo fuego (de la ciencia económica)... sino por el contrario, que cada hecho, cada nuevo argumento que le llamara la atención durante sus lecturas provocaba una lucha tan apasionada y gustosa que le apartaba constantemente de su línea de avance principal. No se insistirá nunca demasiado en esto. Basta para convencerse de ello cualquier lectura de un texto científico de Marx.

Esto proporcionó a todo partido socialista una base seria para actuar en economía. Por esto, cuando creyó el socialismo que se consolidaba con las aportaciones de Keynes, se entusiasmó.

Leamos las aportaciones del Círculo de Cambridge, o los trabajos de los Sraffa, o de Lange, entre otros muchísimos, y que además mucho influyeron, a partir de los años 50 en economistas españoles.

Pero la impecable crítica económica, incluyendo reacciones como aquella que tuvo Keynes y que cita Hayek, al decir de esa dirección aparentemente derivada, "Son unos tontos". La razón de Keynes se manifestó en fracasos continuos y ruidosos de esa línea mixta en el terreno de la política económica. En España ahí quedarán para siempre los de Felipe González y Rodríguez Zapatero y en Francia multitud de veces.

Los economistas se han ido apartando de eso en todos los países. Otros grupos populistas les han robado las líneas utópicas que siempre habían dejado a un lado desde Marx. La variante derivada de éste por Rosa Luxemburgo y Lenin, condujo a atentados terribles contra la civilización nacida en Grecia y consolidada hoy en el mundo cristiano-occidental.

Aquí se encuentra el problema actual derivado de la masificación generada por el avance económico que ha motivado que surgiese en el siglo XXI otro socialismo utópico, el del populismo, olvidando planteamientos esenciales de la ciencia económica que han señalado que el camino es, concretamente para Europa, otro.

¿En qué se pueden apoyar sus tesis de política económica, tanto no ya del PSOE, sino por los otros partidos hermanos que existen en la Europa actual?

Da la impresión de que en nada. De ahí su crisis. Este es el problema básico del PSOE y no parece tener solución para él.