Firmas
La Iglesia y la ciencia económica
- La línea básica del pensamiento católico enlaza con grandes economistas
Juan Velarde
La influencia de la Iglesia ha sido y es muy importante. Para comprobarlo es suficiente con tener en cuenta que la creación de la actual economía necesitó una serie de apoyos técnicos y de pensamiento que en más de una ocasión se alejaba de posturas del tomismo. Basa citar, en primer lugar, que fue un fraile, Lucas Pachiolo, en 1494, quien enseñó para siempre por qué debía emplearse la partida doble en el mundo de la actividad económica. Pero, además, un contemporáneo, el Cardenal Cayetano, tuvo un gran papel. Como señala ese miembro de la Escuela Austriaca que es Murray N. Rothbard, en su Historia del Pensamiento Económico Cayetano expuso "la opinión escolástica habitual de que el justo precio es el precio común de mercado, el que refleja la estimación de los compradores y sostiene que el precio fluctuaría al cambiar las condiciones de la oferta y la demanda". Y también el Cardenal Cayetano en De cambiis defiende que eso es lo que debe funcionar entre las monedas y, como señala Rothbard, mostró que el valor de una moneda concreta "no depende solo de la demanda de las condiciones actuales de la oferta y demanda de moneda, sino también de las expectativas sobre el estado futuro del mercado".
Y en el terreno del crédito fue fundamental la aceptación de la licitud del cobro de intereses, por parte de la Escuela de Francisco de Vitoria, vinculada a la Universidad de Salamanca. Martin de Azpilcueta expuso definitivamente la necesidad de cobrar intereses porque "un bien presente vale más que un bien futuro". Finalmente, desde el punto de vista católico, es el jesuita P. Mariana el que, ante la inflación del vellón en su De Monetae mutatione, consideraba que actuaciones de este tipo eran un robo efectuado sobre la población.
Todo ese conjunto de planteamientos crearon la base, simultáneamente con los avances científicos, para que se produjese la Revolución Industrial en el siglo XVIII y su expansión desde entonces hasta ahora mismo. Pero justamente ahí se provocó algo así como un apartamiento, porque coincide con el triunfo del liberalismo que adopta, a lo largo del siglo XIX, un talante denodadamente anticlerical a partir de la Revolución Francesa. La reacción, también radicalmente anticristiana, vendrá de Marx.
Y frente al liberalismo y al socialismo, así como por un nacionalismo proteccionista e industrializador, surgió, con el rumano Manoilescu una postura que se acompañaría de un autoritarismo que contaminó al economista Pareto, una especie de luz contra las crisis. El apartamiento de la ciencia económica era así derivado del ambiente, cada vez más grande, que quedó claro con Pio XI. Se produjo entonces una especie de separación entre economistas católicos y esa línea hizo que pronto volviesen las aguas a su cauce, primero con el mensaje de la Escuela de Friburgo, situada, con Eucken a la cabeza, en esta Universidad católica, y de modo radical, con San Juan Pablo II. Al aceptar éste, la que podríamos denominar línea básica de la teoría económica, ha creado unas reacciones absurdas. Por ejemplo, ha surgido el grupo denominado "Cristianos para el socialismo" de Gutiérrez, basado en la Teoría de la Liberación, y desde luego en el estructuralismo económico latinoamericano. También de ahí se derivaban otras posturas cristianas del ámbito iberoamericano, así como del sindicalismo cristiano.
Pero la línea básica del mensaje de la Iglesia Católica en relación con la economía ya ha enlazado, gracias a San Juan Pablo II, con lo más granado del actual pensamiento de los economistas. Pero, vuelvo a repetir, ¿ha concluido esta situación definitivamente? En en el libro Acerca de Centesimus Annus, junto con Olegario González de Cardedal, el cardenal Marcelo González-Martín, Manuel Alonso Olea y José Ángel Sánchez Asiain, reflexioné sobre esta realidad. Recientemente he escrito un ensayo (Liberalismo y Cristianismo) que aparecerá pronto. Y no puedo dejar de recordar que en 1894 Sidney y Beatrice Webb concluían así la redacción de un célebre libro The History of Trade Unionism: "Esta historia no va a terminar en nuestro tiempo. Ni en muchas generaciones después de nosotros", pero eso sí, hay que enviar el mensaje para los que vienen.