¿Qué pasa ahora con el efectivo?
Fernando Méndez Ibisate
Las autoridades y varios economistas, entre los que destaca Kenneth Rogoff, han propuesto acabar con nuestro actual sistema de pagos de monedas y billetes, en adelante efectivo, como forma de lucha contra la economía sumergida y la evasión fiscal, la corrupción y hasta, dicen, el tráfico delictivo (drogas, personas...), para sustituirlo por formas de pago electrónicas que, también dicen, son más propias de rastrear.
Se trata, una vez más, de derrumbar instituciones, que por cierto han sido tomadas literalmente al asalto por las autoridades (como si usted o yo pudiésemos imprimir efectivo como si tal cosa), para combatir actividades, unas delictivas en sí mismas, otras delictivas porque así lo establecen quienes mandan. Al menos su nivel de delincuencia.
Porque, convendrán que no toda "evasión", elusión fiscal o no pago de impuestos es ilegal en muchos aspectos o por muchos conceptos, como características personales, figuras o hechos impositivos (por ejemplo, según de dónde provengan las rentas, e incluso no se cargan igual incluso los mismos hechos), exenciones, límites tributarios o legales y hasta límites de persecución del propio delito, pues también aquí y desde muy antiguo se plantean problemas.
La lucha contra la evasión fiscal requiere, de un lado, minimizar los costes de persecución del delito, ya que si el cobro de la cuantía o deuda tributaria no compensa ni de lejos, incluida la hoy tan famosa pena de ejemplaridad, los costes y gastos empleados en su consecución, o en la reducción de la evasión por tal efecto y objeto impositivo, mejor eliminar el impuesto. Y, de otro lado, minimizar el margen entre la tasa de beneficio obtenido en caso de evasión o elusión tributaria y el coste de tributación más la pena por hacerlo. Lejos de lo que parece intuitivo, no resulta eficiente elevar los costes de evasión al máximo y, por tanto, ampliar el margen referido, bien subiendo mucho los impuestos o bien subiendo mucho la pena por evasión, pues tal acción aumenta el margen de beneficio, y por tanto el incentivo, de saltarse la obligación tributaria.
Por supuesto, ni siquiera tendré en cuenta el tema del tráfico de drogas, armas, personas... en este asunto, ya que la desaparición o no del efectivo nada tiene que ver con el mismo: ni tales actividades desaparecerán con la supuesta eliminación del actual efectivo, entre otras cosas porque, como indico luego, el efectivo como tal no desaparecerá, ni todas las transacciones ligadas al crimen o el delito se realizan únicamente en efectivo.
Lo que quiero aclarar aquí es la falacia de que podríamos vivir sin efectivo, e incluso sin dinero, que no son exactamente la misma cosa. Es como pensar que el mercado es contrario a las relaciones humanas o a su naturaleza. El impulso, y hasta la necesidad, de intercambiar, negociar (por cierto, tan apreciado en política) y trocar conduce a las personas a ponerse de acuerdo y cooperar (oferentes y demandantes) para obtener los bienes y servicios deseados. Y el mercado no es mucho más. Ni pérfido, ni perfecto.
Al igual que el mercado, el dinero es una institución que nos ahorra costes de transacción, aunque imponga otros en forma de reglas; por cierto, estrictas, pues su manipulación al antojo y discrecionalidad de quien puede hacerlo, tiende a provocar graves consecuencias para la riqueza y el bienestar de toda una sociedad, como hemos visto en la crisis de 2007. Precisamente, del mercado surge el dinero, como forma de ahorrar numerosos y complejos costes de transacción, y la moneda o efectivo no es sino la forma en que se sustancia o formaliza el dinero y en que éste cumple con las famosas funciones que acostumbramos a atribuirle. En realidad sólo se trata de una única función, eso sí, establecida en el espacio y en el tiempo, como casi todo en economía.
Por tanto, si, como el mercado, el dinero no va a desaparecer (hay mercado, es decir intercambios y acuerdos, con precios, aunque expresados de otras formas primitivas, incluso donde expresamente se dice haberlo abolido, como en Cuba, Corea del Norte o la antigua Unión Soviética), tampoco lo hará el efectivo, aunque éste pueda tomar otras formas bien diferentes que las actuales. Y, ciertamente, eso puede ayudar a combatir los mencionados delitos, pero no por la desaparición sino por la sofisticación del efectivo. Refinamiento que deberá siempre tener en cuenta que, como institución, el dinero está relacionado con la confianza, el crédito de las personas, y que por tanto éstas deben aceptar cualquiera que sea su materialización.
Que la apropiación que las autoridades han hecho del dinero, desde muchos siglos antes de Cristo, no nos impida ver que el objetivo de todo esto es mayor control, mayor discrecionalidad, hacer a su antojo y poder seguir extrayendo recursos de lo que usamos como dinero, esto es, del efectivo que nos imponen.