Perspectivas del empleo, riesgos y oportunidades
- Ante la visible reconversión digital el Estado debe priorizar en políticas de formación
Juan Rubio Martín
España es uno de los países cuyo empleo aumenta significativamente desde 2013. Eso sí, partimos, y aún estamos, de un alto nivel de desempleo, sin precedentes, por su cuantía y persistencia, en el entorno de países desarrollados.
Los últimos datos de coyuntura reflejan un aumento de afiliados y una disminución del paro superiores a la media de 2016, pero una gran mayoría de contratos son temporales (90% en febrero), consecuencia, básicamente, de dos factores concurrentes: la peculiar composición sectorial del PIB y la regulación laboral, cuyo último hito fue el Decreto-ley 3/2012, que cumple cinco años.
Bien es cierto que el empleo indefinido se recupera, en tasas, más intensamente que el temporal. En perspectiva histórica, el Gobierno destaca 37 meses consecutivos de incremento. Pero la OCDE (marzo) insiste en las dificultades de conseguir un crecimiento inclusivo: la proporción de temporales es la segunda más alta de sus miembros.
En cuanto a la última EPA, basada en una amplia muestra, mostró una moderación del ritmo de crecimiento del empleo, aunque 2016 fuera, en conjunto, positivo para reducir la tasa de paro. Preocupante porque mientras el PIB de 2016 mantuvo el crecimiento respecto a 2015 (muy superior a 2014), el incremento del empleo fue menor en 2016 que en 2015. Si en 2017 creciéramos un 2,6% (Funcas) se crearía menos empleo.
Claro que habrá que esperar a los próximos meses; la tasa oficial es del 2,5% (cuadro macroeconómico para los PGE), pero el Gobierno ya considera un repunte cercano al 3% en la primera mitad del año. De hecho, con los últimos indicadores, la AIReF prevé un 0,8% y 0,9% en los dos primeros trimestres; se superaría, incluso, la tasa anual de 2016. Y es que los indicadores de actividad de los meses de enero y febrero son algo más positivos que los del trimestre precedente, particularmente en el consumo privado.
Ciertamente, el crecimiento del empleo se produce, básicamente, por el aumento del temporal y a tiempo parcial. Jóvenes y parados de larga duración son los más afectados. Los primeros se enfrentan a una tasa de paro del 43% y, aunque tengan empleo, los ingresos son insuficientes para hacer planes de futuro, como formar familias en un país con bajísima tasa de fecundidad. Obvio dada la vulnerabilidad de los hogares con niños que sufren desempleo, como advierte la OCDE.
Una posible desaceleración del crecimiento, un cese de la política monetaria ultra-laxa del BCE o un shock como los de los últimos años (crisis griega, riesgos políticos, China...), obstaculizaría la capacidad de crear empleos estables sostenidamente. El FMI pronosticó hace unas semanas un crecimiento potencial a medio/largo plazo inferior al 2%, cuando se agoten esos vientos de cola que han estimulado el empleo en sectores coyunturales (turismo, comercio, hostelería...).
¿Qué hacer ante esta situación? Si no queremos experimentar pérdidas adicionales del nivel de vida es imprescindible actuar para el medio/largo plazo. Ante el avance de la transformación digital -en un país con baja productividad comparada e inversión en I+D del 1,2% sobre PIB- el Estado debe priorizar políticas y programas de formación dirigidos a reducir ese desempleo estructural que ninguna reforma laboral de la reciente historia ha sido capaz de eliminar.
La reconversión digital y la robótica golpearán pronto, y fuertemente, a sectores intensivos en empleo (ya lo hace en banca) y es fundamental la formación para el nuevo mercado. Algo que apenas se hizo en otra reconversión, la industrial de los 70 y 80. El inevitable cambio tecnológico no destruye, per se, empleos; crea otros y se generan nuevas demandas, más sofisticadas. Siempre ha sido así, como lo fue en los setenta y ochenta en varios países del entorno desarrollado que afrontaron una verdadera (re)conversión.
Es inaplazable rediseñar las políticas activas de empleo: que se basen no tanto en incentivos económicos como en modernizar y la formación, tanto de desempleados como de ocupados con riesgo de próximo desempleo por pérdida de habilidades. Así se conseguirá aumentar la productividad, clave para el crecimiento sostenido e inclusivo del empleo. Estas cuestiones, sobre las que se lleva insistiendo años, son retos inaplazables que se obviaron en la reforma laboral de 2012, limitada a dotar al mercado de trabajo de más flexibilidad contractual.