Firmas
Justicia
Ana Samboal
Un personaje nombrado verificador por ETA, no reconocido que sepamos por el Gobierno de España, nos anuncia que la banda terrorista va a anunciar dónde tiene sus zulos. Moncloa le ignora y otro tanto hace El Elíseo. Puede ser una farsa más, que sobradas pruebas tenemos de ello. Para colmo, es más que probable que la Guardia Civil tenga localizadas esas armas.
Pero los gurús catódicos nos vaticinan con emoción el fin de la violencia; se anuncia la comparecencia de Arnaldo Otegi como si de un líder espiritual de talla mundial se tratara y el lehendakari pide altura de miras a los Gobiernos. Pero, en vísperas de la celebración del Día del Padre, nadie o casi nadie tuvo una palabra de cariño y aliento para esos niños, hombres hoy, que perdieron hace años al suyo, ante sus propios ojos, en plena calle, viéndolo caer desplomado después de que un vil asesino le pegara un cobarde tiro en la nuca.
Nadie o casi nadie recordó a las familias que tuvieron que huir de su casa, a los hogares rotos y atormentados para siempre por una bomba lapa. Se evoca lo pasado como un conflicto cuando fue una campaña de exterminio; se pide generosidad para los terroristas y a sus víctimas, en el mejor de los casos, se las mira con recelo, no vaya a ser que les dé por quejarse. ¿Es esa la sociedad que deseamos? Lamentablemente, ahora que no matan, nos resulta más cómodo mirar hacia otro lado. Pero les debemos, si no el afecto, que últimamente anda bastante escaso, al menos la Justicia a la que tiene derecho cualquier persona en una sociedad democrática.
Les debemos que los asesinos que hoy reclaman un estado de gracia se disuelvan como organización y pongan nombre y apellido a aquellos que apretaron el gatillo. Hay más de 300 crímenes de ETA sin resolver. Y, hasta ahora, las únicas que han dado muestras de tener altura de miras han sido sus víctimas. Ni una sola ha decidido tomarse la justicia por su mano.