Firmas

Trump, un peligro más que un error


    Fernando Méndez Ibisate

    No es baladí lo expuesto por Trump en su rueda de prensa, como tampoco lo es lo omitido o eludido, por ejemplo su (no) respuesta a la pregunta directa de si alguno de sus colaboradores tenía o había tenido relación con Rusia, se entiende que por el espionaje o hacking durante la campaña electoral. Puede ser que, como dijo, todo el mundo los hackea, o al menos lo intenta. Pero no es de recibo la actitud ingenua que, sobre tal asunto, muestran los medios y la gente en EEUU o Europa, escandalizados por hechos extendidos, que forman parte de las reglas de "ese" juego y que durante la presidencia de Obama se han utilizado con desenvoltura, naturalidad, complacencia, abundancia y hasta imprudencia.

    ¿O es que no nos acordamos ya de las muchas denuncias sobre el espionaje y hackeo chinos, en todos los ámbitos, y que este es el mayor del mundo? ¿Es que hemos olvidado lo de los teléfonos de mandatarios alemanes (Merkel), italianos, franceses y hasta españoles? ¿Acaso sería la primera vez o el primer caso en que una parte de los servicios secretos norteamericanos funcionan como agencia propia y para sus intereses en lugar de hacerlo al servicio o los intereses del país?

    Aquí Trump debería poner orden y desde luego ha prometido hacerlo en 60 días, tras las conclusiones del informe encargado al nuevo jefe del Departamento de Seguridad, John Kelly. Pero incluso esto, en sus manos, suena peligroso.

    No me fio de Trump. Simplemente me resulta un populista que plantea verdades a medias y siempre me deja con la sensación de tener intenciones ocultas. Ahora bien, eso no excusa en absoluto las malas y desleales políticas desplegadas por su antecesor, Obama, ni por el poderoso grupo de adeptos de Clinton que, en todo momento, han abonado la duda de legalidad democrática sobre la victoria y futura presidencia de Trump, incluso fomentando, primero, el no respeto del resultado de las elecciones (algo a lo que, por cierto, también se apuntó Trump previamente) y, luego, el miedo de que la democracia de EEUU peligra con el nuevo presidente.

    La democracia liberal, no la populista, siempre es frágil y hay que cuidarla. Pero si con algo cuenta ?la democracia en América? desde su instauración, es con una serie de normas, instituciones y contrapesos (independencia), de los que carecen muchas de nuestras democracias europeas y que, aunque no son perfectos ni invulnerables, impiden, o lo intentan, muchos de los temores que, por experiencia, nos asaltan aquí. Por ejemplo, las mismas cortapisas, obstáculos, vigilancias o prohibiciones actúan y se aplican a los negocios de Trump, estén conducidos por sus hijos o por él; incluso puede que tales cortapisas sean mayores que si los hubiese traspasado a un fiduciario independiente.

    Por eso no se planteó de igual forma antes, con otros presidentes en similar situación que Trump, el problema de conflicto de intereses. Personalmente creo que hubiese sido mejor otra solución (una fundación con un grupo de personas independientes a su mando y con ciertos límites) que la anunciada por Trump, pues conviene a la mujer del César adoptar todo tipo de cautelas. Pero no se puede ser ahora especialmente hipócrita con Trump, porque caiga mal.

    Por cierto, respecto del espionaje, hackeo o los problemas con los servicios secretos, divididos (FBI, CIA y NSA) precisamente por razones de dispersión de un poder inmenso que en varias ocasiones puso en más de un apuro, con y sin razón, a otros presidentes, debe señalarse que Trump atina cuando, tras admitir la existencia de hackeos, incide en que una parte de éstos ponía de manifiesto que Hillary disponía con anticipación de las preguntas en los debates; asunto que, de haber sido al contrario, la doble moral imperante habría señalado con furia.

    Pero, como las sensaciones no son argumentos, es el aspecto económico lo que encuentro más peligroso y preocupante de su discurso. El proteccionismo, levantar barreras e impedimentos comerciales e industriales y la prohibición de la inmigración no harán ningún bien a la economía americana ni a los estadounidenses, si realmente los lleva a cabo tal como expuso. Creará desempleo, reducción de la actividad y empobrecimiento del espíritu empresarial, que tanto caracteriza al país.

    No sólo perjudicará grandes compañías o sectores determinados, como el automóvil o farmacéutico a los que Trump se refirió. Muchas empresas norteamericanas, incluso instaladas en el extranjero y que abastecen a los que producen dentro; los directamente afectados y todos, pues hasta el minorista de frutas quedará afectado, perderán oportunidades, competitividad, eficiencia y eso se notará en los costes internos del país empobreciendo, en mayor o menor medida, a sus ciudadanos, como bien sabemos en España y Europa. No los beneficiará, contrariamente a lo que dice Trump. Sólo cabe esperar que esos mecanismos institucionales, esos contrapesos, funcionen.