Firmas
Caída del euro o subida del dólar
Eduardo Olier
El euro ha vuelto a caer respecto del dólar. Está alrededor de 1,04 dólares. Hace dos años, cuando comenzó su caída, se encontraba cercano al 1,35, habiendo llegado a comienzos de abril de 2014 a un cambio de 1,4 dólares por euro; por no remontarnos a primeros de junio de 2008 cuando alcanzó un máximo de 1,57 dólares. Desde diciembre de 2014 el euro se ha depreciado respecto del dólar más del 14%. Con un euro en baja respecto del dólar surgen varios análisis. El primero se refiere a la cantidad de euros en circulación, pues es bien conocida la relación que existe entre el volumen de moneda en circulación y su valor de mercado. Aunque en este sentido, no parece que la causa fundamental de la caída del euro sea debida a la cantidad de euros en circulación. De hecho desde su lanzamiento, en enero de 2002, los euros en el mercado han crecido algo más del 13%, mientras el dólar lo hizo el 136% en ese mismo período. No parece, por tanto, que la depreciación del euro venga por ese lado.
Los hay que argumentan que esta situación, sin atender a otras causas, es positiva para Europa, en tanto que favorece a las exportaciones que llegan a EEUU. Sin embargo, cuando se analiza con detalle la balanza comercial entre las dos zonas, independientemente de su saldo positivo hacia Europa, el efecto de un depreciado euro no ha favorecido drásticamente las exportaciones europeas. De hecho, en 2007, antes del inicio de la crisis, el saldo negativo de EEUU con Europa era similar al de 2016. En concreto: 119.000 millones contra 110.000 millones de dólares a favor de las exportaciones europeas.
Estas primeras reflexiones nos llevan a deducir que la economía europea pasa por unos momentos de fragilidad que se muestran en el comportamiento del euro, cuya depreciación sostenida en el tiempo no responde simplemente a las causas procedentes del funcionamiento de los mercados de intercambio de divisas, sino que nace de un modelo económico que tiene serios problemas estructurales en su interior. Y es que Europa, independientemente del éxito en el lanzamiento de la moneda única muestra unas debilidades intrínsecas que, al final, aparecen con claridad.
El primer factor evidente es la política europea. O, por decirlo mejor: las políticas europeas. Donde el peso de los avatares políticos de cada estado miembro influye determinantemente en el conjunto. No hemos acabado todavía de sobreponernos con el Brexit, cuando este mismo año tendremos enfrente un potencial Frexit (si llegara al poder Marine Le Pen), unas inciertas elecciones alemanas, y las permanentes inestabilidades políticas en casi todos los países europeos donde España no es ninguna excepción. Inestabilidades políticas que se abren a populismos que no favorecen las necesarias reformas aún incompletas, ni permiten adecuarse con una voz única a un escenario geopolítico cada vez más complejo. Véase los problemas en Oriente Medio o, más cercanamente, la incesante emigración ilegal desde las costas libias donde la respuesta europea es poco menos que tímida. Un escenario global en el cual Europa como tal es un jugador inexistente.
Otro factor, más de orden económico, tiene que ver con los desajustes económicos de cada país. Desajustes que van en contra de la política económica común. Donde se advierte una incoherente política de precios comunes en servicios esenciales, por ejemplo en la energía; por no hablar de otros productos más básicos como podrían ser la alimentación, o en otro orden las políticas salariales, que se enfrentan también a las existentes dificultades de circulación de trabajadores de unos países a otros. Una situación en la que el euro y el Banco Central Europeo por sí solos no son los instrumentos adecuados. Lo cual va en detrimento de la productividad europea que se resiente por las diferencias entre unos y otros. Y se traduce en fragilidades de orden económico, cuya muestra más evidente no es sólo el valor de la divisa, sino los limitados crecimientos que se dan en los países más importantes de la UE.
No basta que España crezca por encima del 2% cuando la media europea no alcanza el medio punto, mientras EEUU supera con creces el punto y medio y ha tenido en años pasados crecimientos superiores al 3%. A lo que habría que sumar un esquema de híper regulación, donde la economía europea se ve encorsetada con múltiples normas administrativas a nivel nacional y regional, a lo que se añaden los altos costes operacionales en muchas industrias y unas rigideces excesivas en los mercados de empleo. Todo ello sin entrar en el peso de la creciente deuda pública y privada que nos atenaza. Un contexto político-económico donde los estímulos monetarios no son sino una suerte de bálsamo de fierabrás de corto alcance. Nada bueno sucederá en Europa si no se ponen los medios para aumentar los niveles de integración económica. Un escenario, desgraciadamente, cada vez más lejano.