Firmas

Economía y cambio sociopolítico

  • España ha logrado transformaciones radicales y positivas en setenta años

Juan Velarde Fuertes

La decadencia en la situación internacional de España, que había quedado clara tras la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis y del Congreso de Viena, continuó en el siglo XIX y los comienzos del XX, culminando en la II República. En lo económico se basaba en una cuádruple combinación de fuerte proteccionismo, un internacionalismo ligado a un corporativismo generalizado, fuerte tensión social y una financiación basada en un Banco de España que, con su política respecto a la deuda pública y a la peseta, la alejaba de todo patrón monetario.

Débiles intentos de rectificación, como los de Figuerola en el Sexenio Revolucionario o los de la Dictadura de Primo de Rivera, precisamente por ser muy parciales, fracasaron. Los citados planteamientos económicos se ligaban a una incansable búsqueda de neutralidad política, lo que creaba retrocesos continuos, como fue la independencia de los Virreinatos americanos, la pérdida de presencia en el Caribe en 1898, nuestra desaparición asiática tras, también, 1898 y por 25 millones de pesetas, de las posesiones de los archipiélagos de la Micronesia en Oceanía. Quedaba una débil y costosa presencia en África del Norte y Este, una minúscula en el África central atlántica y una voz sin peso alguno en la Sociedad de las Naciones, por muy inteligente y capaz que fuese (que lo era‑ Salvador de Madariaga).

Todo esto cambió radicalmente en 1953, cuando se rompió el mensaje de la neutralidad con el Pacto con Norteamérica y se participó en la Guerra Fría y cuando, a partir de 1959 se pusieron las bases para que cesase el mensaje proteccionista, se aceptase como base esencial el equilibrio presupuestario, se estatificase el Banco de España, se considerase que el mundo empresarial debía romper las cadenas corporativistas, y que España participase en las creaciones nacidas en Bretton Woods ligándose la peseta al patrón oro-dólar, e iniciando las negociaciones para vincularnos con el entonces llamado Mercado Común Europeo.

Todo cambió aceleradamente hasta estos momentos, con todos los altibajos que se quieran, y el resultado fue triple. Un incremento formidable del PIB por un lado. De 1953 a 2014 aumentó a precios de mercado un 436%; en el periodo que va de 1892 a 1953, o sea, a lo largo de los sesenta y dos años que llegan a los Tratados con Norteamérica, el incremento sólo había sido de un 44%. La transformación fue radical, y con todas las alteraciones políticas que se efectuaban con el lema, que ya había insinuado el profesor Fernández Carvajal y que amplió el profesor Fernández Miranda de, como ahora ocurre, ir de disposición legal en disposición legal. Sobre ello acaba de dar noticias complementarias el profesor Suárez González en ABC de 20 de noviembre de 2016, a los 40 años del paso de la Jefatura del Estado de Franco a Juan Carlos I.

Por lo que se refiere a la paz social, hubo algún hecho notable, como el que se debe, en buena parte, al profesor Fuentes Quintana, alma del Pacto de La Moncloa. Y la puerta europea, aunque solo algunos lo destacamos en 1985, cuando se abrió definitivamente, fue ya ampliamente entornada, y en más de un sentido con ventaja para nuestro impulso con el preludio del ingreso en la OECE en 1959, y al denominado Acuerdo Preferencial de 1970, un colosal éxito diplomático extraordinariamente ventajoso con el conjunto comunitario.

Las pugnas sociales de extraordinaria virulencia como las ocurridas en la Restauración habían desaparecido, por cierto pronto. A ello colaboró un formidable avance del Estado de Bienestar. Fue el momento en el que el mundo empresarial extranjero pasó a apostar por España. Lo expuse basándome en datos procedentes del FMI, en el Boletín de Estudios Financieros, diciembre 1975, en el artículo Las inversiones privadas extranjeras en España en el periodo 1960-1970.

Este enlace no ha cesado de aumentar y con la ampliación de nuestras exportaciones e importaciones que, como ha mostrado el profesor Requeijo nos convierten en uno de los países importantes más abiertos de la UE, más el de nuestras inversiones empresariales sobre todo en Europa y en América, nos han transformado en una potencia económica significativa, que enlaza con nuestra presencia política internacional.

Por ejemplo, cuando leemos la noticia de que una fragata española, ha tenido tal o cual papel en el Mar Rojo, se ofrece de modo subyacente, la noticia de que facilita el tráfico entre el conjunto de fuerte actividad productiva del Pacífico y del Índico y la industrial Europa. Y he aquí que ese tráfico rodea a España, mejora su renta de situación y, al modo como le sucedió a Irlanda con el enlace de esa Europa y la rica América del Norte, de esa renta de situación se deriva una forzosa llegada de capitales y empresas extranjeras que, como ya ocurría en la década de los sesenta, nos convierte cada vez más, en una pieza notable en el conjunto de las potencias económicas mundiales.

Por supuesto que, a más de procurar mejoras continuas, también crea preocupaciones y exige costes. Hacia el futuro no es imaginable que sean tan débiles como ahora nuestros gastos en defensa nacional. Basta pensar lo que significa para España la llegada normal del gas argelino, o lo que se deriva de la acción contra el terrorismo, de raíz en el Sahel, para esa pieza tan notable de nuestra economía hacia el exterior que es el turismo. Y, por otro lado, obliga a no descuidar en absoluto, los planes de enseñanza y de investigación.

Desde la universidad a los centros de todo nivel de formación profesional, todo eso es preciso para que permanezca incólume ese binomio de potencia internacional (importante fuerte potencia económica porque estamos en una nueva etapa de la Revolución Industrial) desde los aspectos digitales a los energéticos‑ y de ahí se deriva que esta novedad que amanece contemple el pasado como lo hizo en 1492 y conviene recordarlo en el Centenario de Fernando el Católico y no como se vio obligado a hacerlo a partir de 1808, etapa en la que el gran economista Flórez-Estrada observaba admirado, sobre el río Clyde, el progreso económico y político de Inglaterra y su creciente peso internacional, que nada se parecía a la España de la que se había visto obligado a exiliarse.

Eso es lo que explica, por ejemplo, la importancia de la cumbre de Berlín, con Rajoy, Hollande, Merkel, Obama, Renzi y May y, simultáneamente, que el ritmo de nuestro PIB muestre en 2016 unas cifras superiores a las de todos estos países. Esto es en síntesis lo que España ha logrado en muchos sentidos, desde 1936 a 2016: un cambio radical y positivo más de una vez. Y en más de un sentido es mi réplica al mensaje derivado del artículo de ese insigne universitario que es Gabriel Albiac, al que siempre he admirado mucho, titulado 20-N. "Al morir Franco todo estaba ya pactado. Nosotros no lo sabíamos. Por supuesto", publicado en ABC el 21 de noviembre de 2016.