Los economistas como profetas y el poder del olvido
Joaquín Leguina
Tomaré "especular" como equivalente de "conjeturar" o, si se quiere, "adivinar el futuro". Pues bien, una auténtica multitud de economistas se dedica hoy precisamente a eso. "Prospectiva" lo llaman.
Grabriele Lepori, profesor de economía en Copenhague, se entretuvo en analizar 80 años de comportamiento de los brokers estadounidenses y de los grandes países asiáticos y los datos mostraron con una claridad más que significativa que los brokers se comportaban de forma más conservadora durante los eclipses de sol.
Galbraith no iba mal encaminado. Economistas. Oficio de profetas es el último libro del profesor Roberto Velasco, que recomiendo con entusiasmo. Allí habla de la "obsesiva preocupación" por el futuro que atenaza al oficio de economista. "Todas las previsiones, acertadas o inexactas, se olvidan rápidamente", escribió también Galbraith, y quizá sea eso, el olvido, lo que ha hecho florecer el oficio de profeta, desde que Joseph A. Livinsgton creó su survey.
Desde el FMI a la OCDE (por cierto, ¿alguien sabe para qué sirve la OCDE?) pasando por Funcas y todos los bancos españoles, la plaga de los echadores de cartas no deja de crecer, pero no sólo en Economía, también en política y en sociología, y qué decir de la demoscopia electoral: cometer tantos y tan repetidos errores habría arruinado al mismo Rockefeller, pero los demoscópicos siguen ahí, metiendo la pata pero con los morros bien cerrados sobre la teta de alguna institución pública (ministerios, CCAA, ayuntamientos?) o privada (cada periódico tiene su empresa-gurú).
También hay políticos a quienes les gusta la prospectiva y ahí tenemos a Antonio Baños, líder de la CUP, que en su libro Posteconomía augura así nuestro futuro: "Nueva Edad Media con ricos asquerosamente ricos y pobres casi con el estatus de esclavos". Y añade: "Ya lo dice una pintada que hay cerca de mi casa: 'Se acaba la crisis y empieza la miseria'".