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Rajoy y sus comportamientos tramposos

    En la imagen, el presidente del Gobierno en funciones Mariano Rajoy. Foto: Reuters.

    Julio Anguita

    La semana pasada comenté los incumplimientos, tretas, trampas y arterías que los sedicentes "partidos constitucionales" cometen a diario con el texto constitucional. Por no hablar de los silencios ominosos ante las fullerías y desmadres perpetrados con el citado texto.

    La última de las felonías ha ocurrido tras la entrevista entre el Jefe del Estado y Rajoy. El Rey, siguiendo lo preceptuado en el artículo 99.1, ha propuesto un candidato a la Presidenta del Congreso a fin de iniciar el proceso que se contempla en el apartado 2 del citado artículo. Es decir, Rajoy debe comparecer ante el Pleno del Congreso para someterse a la investidura.

    El propuesto por el monarca ha dejado claro que se someterá al trámite siempre y cuando consiga una mayoría suficiente y previa a la comparecencia. La marrullería es colosal. La interpretación torticera del artículo 99 es más que notoria. El Jefe del Estado queda en entredicho, la Cámara en cómplice de una conculcación de la Ley y la ciudadanía en víctima del enésimo engaño y la enésima arbitrariedad a la hora de aplicar la legalidad.

    Pienso en lo que dirían las fuerzas políticas, los medios de comunicación y una dócil opinión pública, si tamaño desafuero se hubiese cometido en Venezuela. El asunto del ministro del Interior, complotando y usando la maquinaria policial de manera mafiosa para usos y abusos contra los adversarios políticos se sitúa en una práctica bastante corriente en España ante la indiferencia o anuencia de la mayoría de la opinión pública y una parte nada despreciable de la publicada.

    El Estado Moderno está aún por desarrollar y arraigar en nuestros lares. En esto como en otras muchas cosas somos hijos de nuestra Historia. El que la Ley se acata pero no se cumple, es todavía en España una seña de identidad tan específica y emblemática como el Valle de los Caídos, las víctimas olvidadas del franquismo o el trinconeo institucionalizado. Sin olvidar la hipocresía socialmente instalada o el encallecimiento de las conciencias ante la corrupción.