El terror puede dañar la economía europea
Matthew Lynn
Primero París, ahora Bruselas. Europa todavía estaba digiriendo las consecuencias del mortal atentado terrorista en París el pasado mes de noviembre cuando la capital belga ha sido víctima de otra ronda de atrocidades que, en el momento de escribir estas líneas, ha costado la vida de más de tres decenas de víctimas inocentes. Por desgracia, Europa se está teniendo que acostumbrar a unos ataques terroristas antes inimaginables.
El continente lo superará. Las naciones que componen la UE son ricas y fuertes. Sus fuerzas militares y policiales son más que capaces de gestionar lo que se les venga encima, y Europa ha pasado por traumas mucho peores que este en el último siglo, y ha emergido de todos ellos más segura y próspera.
Aun así, no se puede ocultar el hecho de que pueden perjudicar a la economía. ¿Cómo? De tres maneras. Ya es inevitable que la libre circulación de personas entre fronteras se restrinja progresivamente y a su vez eso afectará al crecimiento. La fe en la fortaleza de las instituciones políticas de Europa se debilitará más todavía y será una losa para la moneda.
La autoridad de los líderes políticos, demasiado lentos para aceptar la magnitud del problema y tomar las medidas necesarias para afrontarlo, se verá socavada. La canciller alemana Angela Merkel parece más debilitada que nunca, y las probabilidades de que Gran Bretaña abandone la UE han aumentado. Por supuesto, nada de eso es comparable al coste en vidas humanas, pero el precio económico de este último atentado será alto.
Los atentados de ayer martes en el aeropuerto y la estación de metro Maelbeek de Bruselas, próxima a la sede de la UE, arrojan una dimensión nueva a la amenaza que pesa sobre el continente. Como han aprendido las fuerzas de seguridad en Israel y otras partes, cada vez cuesta más defender una ciudad contra el objetivo de los terroristas suicidas fanáticos de propagar la muerte y la destrucción en espacios concurridos.
Se pueden escanear aviones en busca de armas y también los trenes de las grandes líneas, pero ninguna ciudad puede seguir funcionando si hay que revisar cada autobús y cada estación de metro en busca de posibles armas y explosivos. Las ciudades se detendrían en seco si así fuera.
Las consecuencias inmediatas se silenciarán, como ocurrió tras los atentados de París el año pasado. Francia puede que siga formalmente en estado de emergencia, pero la vida recuperará la normalidad con rapidez relativa mientras la economía renquea. Lo mismo ocurrirá en Bélgica. En cuanto el polvo y los escombros se limpien, las personas volverán a sus oficinas y fábricas. A pesar de ello, las implicaciones a largo plazo serán más graves.
Primero, la libre circulación de personas entre fronteras, uno de los logros más importantes y útiles de la Unión Europea, corre más peligro que nunca. Tras los atentados de París y la crisis de los inmigrantes, el acuerdo de Schengen, por el cual la mayoría de las personas ni siquiera tienen que enseñar el pasaporte en muchas fronteras, se suspendió en muchos cruces fronterizos. Es de esperar que continúe así. Más grave todavía es que los gobiernos podrían empezar a suspender los derechos de los ciudadanos de la UE de vivir y trabajar en todo el continente.
La primera obligación de cualquier gobierno es proteger a sus ciudadanos y preservar el estado de derecho, y si no lo consiguen saben que pueden ser sustituidos. Por eso los gobiernos harán lo que haga falta para reprimir el terror. Si eso significa revocar la libre circulación, que así sea. Sin embargo, eso producirá unos efectos importantes y enteramente negativos para la economía, porque dejar que las personas vayan donde quieran ha impulsado mucho el comercio y la productividad.
El grupo de reflexión francés Strategie calculaba en febrero que el retorno de los controles fronterizos costaría a la economía europea 110.000 millones de euros en producción perdida. En realidad, la cifra podría ser mucho mayor si las empresas vuelven a concentrarse en el mercado nacional en vez del continental.
¿Qué debe hacer la UE?
Después, la fe en las instituciones de la UE se debilitará aun más. Si la UE no es capaz de proteger su propio edificio, ¿qué es lo que puede hacer? Y se produce justo en un momento en que, si el euro quiere ser una moneda que fomente en vez de sofocar el crecimiento, la UE necesita más poder. El presidente del BCE, Mario Draghi, no podrá rescatarla solo. La eurozona necesita, como mínimo, una unión bancaria completa, una agrupación de la deuda y con el tiempo una política común fiscal también. ¿Querría ceder ese poder a un órgano que ni siquiera puede prevenir atentados terroristas? Probablemente no.
Por último, el impacto político será masivo. No hay duda de que la UE no ha respondido a la amenaza como es debido. El contraste con Estados Unidos después del 11-S es doloroso. Gran parte de la respuesta de Bush parece exagerada en retrospectiva. Se hizo mucho daño a la reputación de Estados Unidos. Sin embargo, el hecho es que en los años siguientes no se han producido grandes ataques terroristas en ese país. El Gobierno se ha enfrentado a la amenaza.
En Europa no está ocurriendo así. La política de Angela Merkel de animar a los refugiados le ha supuesto ya muchos problemas. Ahora será mucho peor. Incluso es cuestionable que se presente a las elecciones alemanas previstas el año que viene. El referéndum británico sobre la membresía a la UE, que se celebrará en junio, ya parecía ajustado antes de la noticia de Bruselas. Ahora esto reforzará los argumentos de quienes quieren que salga Gran Bretaña. Con razón o sin ella, muchas más personas creen que es hora de levantar el puente. La libra sufrirá muchas más presiones entrado el verano.
Europa ya se ha enfrentado a muchos desafíos con una moneda disfuncional, una deflación rampante y unas tasas masivas de desempleo en casi toda la periferia. Los atentados terroristas dificultan mucho más la solución a todos esos problemas. Se cazará y castigará a los responsables, pero Europa vivirá con las consecuencias económicas durante mucho tiempo.