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Frédéric Bastiat: lo que no se ve

  • Entramos en una zona desconocida y se traduce en una gran incertidumbre
  • España podría acabar como Grecia: enfrentada a exigencias europeas

Eduardo Olier

Frédéric Bastiat es un economista francés del siglo XIX poco conocido en nuestro país pero de bastante reputación en el mundo anglosajón aparte de Francia, su país de origen. Murió en 1850 con 49 años. Dos años antes fue elegido diputado de la Asamblea Nacional donde se distinguió por combatir la generalizada corrupción política que había entonces en Francia; de manera que, al final, tuvo en contra a socialistas y comunistas, como también a los monárquicos y militaristas de aquel tiempo. Se mantuvo siempre defendiendo la libertad y, en lo económico, siguiendo los postulados del laissez faire de Juan Bautista Say, entendía la libertad económica como el medio indispensable para alcanzar la prosperidad. Todo alejado del estatismo que propiciaban los gobiernos franceses de entonces.

Independientemente de la distancia en el tiempo y de las enormes diferencias sociales y económicas del siglo XXI con aquellos lejanos tiempos, las obras de Bastiat siguen teniendo interés. Entre ellas se encuentra un pequeño libro con el título: Lo que se ve y lo que no se ve, donde el autor discute el impacto que tienen en la economía aquellos efectos que no son visibles a primera vista, pero que condicionan el devenir económico de manera determinante. Esto le permite a Bastiat distinguir al economista bueno del malo, basándose en que el primero persigue el bien futuro, mientras que el segundo solo se atiene al beneficio inmediato. Alertando de la imprescindible necesidad de tener experiencia y ser previsor como cualidades indispensables para actuar correctamente, ya que ambas son esenciales a la hora de evitar los errores que nacen de aquello que no se ve pero que puede conducir a una catástrofe segura.

El conocido ejemplo económico que pone Bastiat para describir lo que no se ve es la rotura del cristal de un escaparate por una piedra lanzada equivocadamente por un muchacho. La rotura tiene un inmediato efecto económico positivo, que vendría del encargo de un nuevo vidrio que, traducido económicamente, supondría una mayor actividad en la industria cristalera. Una buena noticia en este sentido para las empresas que se dedican a esta actividad. Esto es lo que, según Bastiat, "se ve". Lo que no se ve, sin embargo, es que el gasto de reponer el cristal roto ha evitado al propietario de ese negocio invertir ese dinero en algo más provechoso o productivo para él, con lo que la imprudencia de romper el cristal, si bien aparentemente positiva para la industria del vidrio, puede ser muy negativa en el largo plazo. Se trata de un ejemplo simple desde luego, pero como método de reflexión tiene enorme trascendencia económica.

Bastiat aplica su modelo de lo que se ve y lo que no se ve a otros sectores de la economía. Un caso que usa son los impuestos, que incluso hoy tienen perniciosos efectos cuando no sirven para otro cometido que mantener ineficiencias. Otro ejemplo que discute tiene que ver con las subvenciones. Y aquí Bastiat saca a relucir las que se refieren a la cultura. La pregunta que hace es muy directa: ¿favorecen las subvenciones al progreso artístico? Con lógica deduce que es evidente que los teatros que prosperan son aquellos que viven de su propio funcionamiento, y que el gobierno no debería inmiscuirse en estas actividades y mucho menos estimularlas por medio de impuestos. Nuevamente, aparece el efecto negativo de lo que no se ve aplicado a nuestros días con esas subvenciones culturales que se mantienen hoy únicamente por criterios de interés político.

España entra ahora en una zona desconocida de gran incertidumbre política, lo que se traduce en gran incertidumbre económica. Lo que ahora se ve son las manifestaciones que hablan de desandar el inacabado camino de reformas de los últimos años. Seguramente, de llevarse a cabo, esta nueva política económica traería beneficios a corto plazo para algunos, pero sería muy negativa en el futuro. Según se habla, se pondrán en marcha nuevas políticas sociales, que se traducirán en mayores endeudamientos y déficit, como ya sucede en las Comunidades Autónomas. Los necesarios pactos para configurar un nuevo Gobierno llevarán también a ceder en pretensiones localistas de unos y otros. Nuevos beneficios económicos a corto para algunos, pero mayores ineficiencias en el largo plazo para todos. Se hablará machaconamente de políticas de progreso (ya es el mantra político de varios partidos del arco parlamentario), sin embargo, el progreso sin las necesarias reformas se quedará en regreso. Y de seguir esta senda, España podría acabar, salvando las evidentes diferencias, como Grecia: enfrentada a la realidad que imponen las exigencias europeas. Los mercados, como es habitual, descontarán las ineficiencias y caminarán al hilo de una mayor prima de riesgo, hoy contenida gracias a la actuación del BCE. Aunque si se ve su evolución desde el mínimo de 102 puntos que alcanzó el 8 de diciembre de 2015, hasta los 129 del 2 de febrero, no hay duda de su tendencia al alza en algo más de un mes. Un dato que sólo refleja una simple variable económica, pero que seguramente encierra otras consideraciones que, de momento, no se ven.