No hay educación ni desarrollo sin libertad
Javier Nart
La política exterior se fundamenta en una acentuada dosis de realismo. Pero una cosa es el pragmatismo y otra muy distinta la hipócrita conjunción de elementos contradictorios. Viene ello a cuento de la experiencia que padecí hace unos días con ocasión de la reciente Asamblea conjunta de miembros del Parlamento Europeo con diputados de Parlamentos nacionales de África, Caribe y Pacífico (ACP).
Discutíamos, algunos con el mayor candor y otros como yo con contenida indignación, una resolución sobre Desafíos y oportunidades de educación y formación vocacional en los países ACP. Resolución trascendente, ya que trataba de la educación en el Tercer Mundo como motor de desarrollo.
Sus redactores eran un cristiano-demócrata español y un diputado eritreo en difícil conciliación de libertad (europea) con tiranía (Eritrea). Por ello, la resolución era una ristra de arcangélicas generalidades. Y yo propuse estas enmiendas: "Considerando que no hay educación sin libertad y que ningún progreso en el área de la educación y formación será posible si no se pone fin a la censura y a la negación del libre acceso a la información". "Considerando que la fuga de cerebros está directamente relacionada con la corrupción". "Pide, con el fin de evitar la fuga de cerebros, que sean instaurados programas efectivos y eficaces de lucha contra la corrupción".
Es evidente que no hay educación sin libertad. Que no hay progreso sin acceso al pensamiento universal. Y que el éxodo de los profesionales cualificados está íntimamente unido con la huida de sus patrias dominadas por la corrupción y la represión.
Mis enmiendas fueron votadas favorablemente por todos los diputados europeos? y rechazadas en "unánime unanimidad" por todos, todos, los diputados de los países ACP. Fueron brutalmente coherentes: reflejaban fielmente la realidad de sus países. De sus oligarquías, de sus cleptocracias, de sus dictaduras. De su subdesarrollo.