Firmas

Obama y su lugar en la historia

    El presidente de EEUU, Barack Obama.

    Ana Samboal

    Sus actos le delatan. Las decisiones que están tomando cuerpo en la recta final de su mandato indican que Barack Obama busca algo más que ser un apunte en los libros de Historia, la del primer afroamericano que desembarca en la Casa Blanca. Su ambición le llevó hasta ahí, pero sueña con llegar más lejos. Entre otras cosas, porque no puede permitirse el lujo de desperdiciar la gesta de su victoria con un mandato anodino que, con el paso del tiempo, la convertiría en un clamoroso fracaso.

    Confieso que el personaje siempre ha despertado mi recelo, pero eso no me impide admirar y aplaudir su audacia. ¿O es temeridad? Sin ella no se hubiera lanzado a la carrera presidencial enfrentándose, ni más ni menos, que a la poderosa Hillary Clinton y sin ella no estaría a punto de cerrarla con dos grandes acuerdos internacionales, que, para bien o para mal, y ambas opciones son factibles, dejarán huella: el que decreta la reapertura de las relaciones comerciales y diplomáticas con Cuba y el tratado con el que pretende congelar, durante una década al menos, la carrera de Irán hacia la bomba nuclear.

    Se juega el tipo, de eso no cabe duda. Si Reagan acabó con la amenaza soviética cercando al Pacto de Varsovia con tanques y cañones en el mismo corazón de Europa, Obama ha decidido usar, frente a sus enemigos, la estrategia diametralmente opuesta: ha abierto a los Castro las puertas de su casa y, de paso, muestra el camino a los ayatolas si se avienen a cumplir las reglas del juego.

    Será otro, su sucesor, el que administre las consecuencias de su experimento. En el mejor de los casos, fortalecerá a los moderados y abrirá un resquicio a la democracia. En el peor, dará oxígeno a un dictador repugnante y a uno de los regímenes más execrables del planeta. Pero él, Barack Obama, ya formará parte del pasado. Y los libros dirán de él que puso la primera piedra, que al menos lo intentó. El futuro dirá si ha valido la pena.