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La nueva crisis del euro será en Portugal

  • La crisis podría no estar al este de la eurozona sino al oeste

Matthew Lynn

Dejamos atrás una semana más en la que los mercados han estado pendientes de un hilo, preguntándose cuál será el futuro de Grecia dentro del euro. Sigo creyendo que no se va a solucionar el problema griego ni el propio de la moneda única tampoco, pero, este mes de junio, se remendará el sistema entero hasta las navidades, y así todos ganan tiempo para centrarse en otra cosa.

En realidad, la crisis podría no estar al este de la eurozona sino al oeste. Portugal es una bomba de relojería a punto de estallar. ¿Por qué? El país está asfixiado por deudas insostenibles, casi todo el dinero se debe a extranjeros y con la economía todavía en apuros, quizá tenga que impagar también. Las elecciones a finales de año podrían desencadenar la segunda crisis portuguesa y eso desvelará que los problemas en Europa implican a mucho más que solo Grecia, por mucho que esta acapare casi toda la atención mundial.

Los tres enfermos

Allá por 2011 y 2012, cuando la crisis del euro empezó a brotar, tres países se hundieron. De ellos, Grecia sigue en cuidados intensivos y podría permanecer así en un futuro inmediato. Los griegos parecen estar dispuestos a hacer lo justo para quedarse en la eurozona, mientras el resto de Europa les ofrece el dinero justo para seguir a flote pero no para crecer (es la teoría invertida de ricitos de oro: probablemente la peor de todas las soluciones posibles).

Irlanda, que siempre ha sido el país más fuerte de los tres Estados en quiebra, vuelve a crecer a un ritmo razonable, ayudado por el camino por la sólida recuperación del Reino Unido, que siempre ha sido su principal mercado para la exportación. Y luego está Portugal, no en crisis permanente a la griega, pero tampoco capaz por lo visto de una recuperación sostenible.

El caso de Portugal

A primera vista, Portugal parece estar en mucha mejor forma que hace tres años. Abandonó el plan de rescate en mayo del año pasado, una vez cumplidos los objetivos del Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. La economía vuelve a expandirse de nuevo. El PIB subió un 0,4% el último trimestre y amplía la racha a todo un año de expansión, con un índice de crecimiento anual de hasta el 1,5%. Está previsto que crezca otro 1,6% este año. Si Portugal puede recuperarse, será una victoria aplastante para la UE y el FMI.

Su combinación catastrófica de devaluación interna y austeridad ha conducido a un fracaso rotundo en Grecia pero si logran que funcione en Irlanda y Portugal, la reputación de ambas instituciones podría salvarse. Dos de tres no está mal, después de todo. El problema es que Portugal podría no salvarse.

La recuperación no parece demasiado duradera. Está impulsada sobre todo por el gasto del consumo y un repunte cíclico de la inversión, pero las exportaciones siguen fallando y el paro sube (las últimas cifras apuntan a un 13,7% de la mano de obra). El problema verdadero, eso sí, sigue siendo la deuda. Según los últimos datos de la agencia estadística de la UE, Eurostat, el índice deuda sobre PIB de Portugal ha escalado hasta el 130%.

Todavía más preocupante es que el 70% está en manos extranjeras. La deuda de algunos países, como Finlandia o Letonia, es de extranjeros en su mayoría también, pero tienen la suerte de no tener mucha. Otros países, como Italia, tienen mucha deuda pero están en la afortunada tesitura de que la mayoría es de titularidad nacional. Los portugueses son prácticamente únicos por tener, a la vez, unas deudas muy altas y la mayoría en manos extranjeras.

Pero todo no acaba aquí. Cuando se añade la deuda familiar y corporativa a la ecuación, Portugal tiene más deuda en total que cualquier otro país de la eurozona, incluida Grecia (que básicamente tiene que afrontar la deuda estatal). No existen datos fiables de quién posee esa deuda pero se puede apostar a que la mayoría también es de extranjeros.

Mientras la economía esté estable, y el Gobierno se muestre seguro, no tiene por qué ser un problema, pero Portugal no parece tener esos lujos. El Ejecutivo del líder de centroderecha Pedro Coelho tendrá que convocar elecciones antes de finales de octubre, y el partido socialista de Antonio Costa podría lograr una victoria arrolladora con una plataforma antiausteridad. Si gana las elecciones (y las encuestas le sitúan en cabeza), podría ralentizar el ritmo de los ajustes y provocar la ira del BCE y FMI.

Si Podemos, el partido protesta español, funciona bien al otro lado de la frontera en las elecciones de su país, envalentonará a girar a la izquierda al centro del gobierno portugués y rechazar los recortes del gasto que se le exigen. Hasta ahora, hay poca evidencia de nerviosismo entre los inversores. Los rendimientos de bonos portugueses a diez años han vuelto a subir al 2,7%, del 1,6% que alcanzaron a principios de año, pero nada comparado con el 14% al que llegaron en lo más alto de la crisis.

Las acciones portuguesas han recuperado la mayoría de las pérdidas que sufrieron cuando el país quebró, aunque no hayan vuelto exactamente a niveles de 2011. Y deberían. Todos los datos sugieren que cuando el índice de deuda sobre PIB remonta a la franja del 130% y superior, es prácticamente insostenible. Un país debe crecer a más del 3% solo para mantener las deudas al mismo nivel, y no hay nada absolutamente que indique que Portugal puede lograr eso ni nada parecido. En algún momento, todos esos titulares extranjeros de deuda portuguesa se darán cuenta de que tienen que condonarla, al menos en parte. Cuando eso ocurra, habrá una estampida para vender y las elecciones de otoño podrían ser el desencadenante.

Ahora mismo, los mercados creen que Grecia puede contenerse. Quizá. ¿Pero también Portugal? Eso ya es menos probable. Casi todos piensan que el centro de la crisis de la eurozona está en Atenas, pero podría situarse en Lisboa.