Firmas

La autodestrucción de Grecia


    Juan Fernando Robles

    Si Grecia fuera un problema económico ya estaría resuelto, pero constituye un problema político de primer orden. Permitir una salida airosa y triunfal al gobierno de Tsipras es un pésimo ejemplo para los votantes europeos, en tanto en cuanto supone dar alas al populismo que amenaza la estabilidad política de buena parte del continente.

    Sin aportar ninguna solución práctica para la población, el efecto Syriza ha arrasado la economía helena, recortado drásticamente la recaudación fiscal, llevado a la quiebra a su sistema financiero, sólo vivo gracias al BCE, destruido las bases mismas del crecimiento económico con vuelta a la recesión y a la destrucción de empleo y conducido al país a un empobrecimiento mayor del que encontraron, con huida de capitales y parálisis inversora.

    Así, se han hecho cada día más dependientes de los fondos del rescate y, sin embargo, su arrogancia es tal que pretenden emplear el dinero de los contribuyentes europeos en mantener, cuando no incrementar, un gasto público insostenible. Esas irracionales exigencias creen que son posibles por el temor a las turbulencias que provocaría una situación de quiebra, pero aunque el resto de los socios europeos estén deseando evitar el accidente y hayan movido sus posturas iniciales hacia una mayor flexibilidad, ésta no puede ser tal que el coste para Tsipras sea nulo. Debe pagar su precio, pero quizás sea un precio que haga caer su Gobierno desde sus propios apoyos. El caso es que si no consigue un acuerdo, tampoco será viable el mantenimiento del Gobierno, culpable de un fracaso sin precedentes. Por tanto, los acreedores parece que han estado forzando de alguna forma la caída del gobierno, pues, pase lo que pase, no podrá sostenerse.

    Cualquier analista mínimamente sensato concluye que Grecia precisa una reestructuración de su deuda, cuando no una condonación parcial, sobre todo desde que su economía vuelve a la recesión. No se puede afirmar que los acreedores sean tan torpes como para no reconocer esta evidencia, pero que Syriza haya llevado la situación a este punto sólo es su responsabilidad. Podría parecer que el deterioro de la situación económica no importa mucho a las autoridades helenas, porque suponen que refuerza la presión sobre una solución que alivie sus obligaciones a corto plazo, liberando recursos que pueden emplear en cumplir todas esas promesas que les llevaron al poder. El error de cálculo con que se pueden encontrar en los próximos días es que la eurozona quizás prefiera enfrentarse a lo que venga. Es en realidad una cuestión de principios, esos que Tsipras cree que no existen en la Europa de los mercaderes, y uno de los principios que las potencias siempre han procurado respetar es no ceder ante los chantajes.

    La conclusión a la que llegan las llamadas instituciones es que no se puede premiar a Tsipras y que si hay que reestructurar la deuda quizás sea mejor hacerlo después de la quiebra y que fracase un Gobierno que está resultando ser una verdadera pesadilla, al tiempo que monopoliza una agenda que debería ocuparse de otros muchos asuntos. Que Tsipras haya forzado una cumbre al máximo nivel no implica que en ese ámbito vaya a conseguir lo que no ha conseguido en el Eurogrupo. Resulta un poco pueril pensar que sus argumentos serán decisivos ante los jefes de Estado y de Gobierno cuando no lo han sido ante los ministros de Economía. Si consigue una prórroga y liberar fondos, será un triunfo, pero la pregunta es si le van a dejar obtenerlo.

    El tiempo se agota para que Grecia evite el default. Los acreedores ya le han puesto el papel que tiene que firmar, pero no lo hace, y no se espera que le vayan a poner otro. Parece que si el Gobierno griego no se disuelve por firmar, lo hará por no hacerlo. La filtración hace unos días de que Alemania había suavizado su postura, seguida de unas conciliadoras palabras de la canciller, no deben llevarnos más que a pensar que en realidad lo que se espera es el accidente, del cual, al menos de cara a la galería, los alemanes no quieren hacerse completa y principalmente responsables.

    Los bancos griegos están colapsados y no pueden soportar una semana más la presión. El BCE no ha querido sacar a Grecia del euro y está esperando a que le den el pistoletazo de salida. Todo puede ocurrir, pero el 2 por ciento de algo no es posible que arruine al 98 por ciento restante. Quizás Tsipras no sabe de porcentajes a pesar de todas las veces que le han hecho las cuentas y quizás no pueda ser el beneficiario de una reestructuración que más tarde o más temprano llegará, por las buenas o por las malas, aunque es posible que haga falta un Gobierno más empático y realista para que le sea concedida.