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Elecciones andaluzas: una continuidad con cambios

    La presidenta andaluza Susana Díaz (PSOE).

    Antonio Papell

    Las elecciones de ayer en Andalucía marcaron el arranque de un proceso electoral sin precedentes en la política española, que encadena cinco consultas consecutivas (andaluzas, autonómicas, municipales, catalanas y generales), en un marco contextual también inédito puesto que la gran crisis y la desmesurada corrupción han debilitado el viejo modelo del bipartidismo imperfecto y han alumbrado nuevas opciones políticas basadas en la irritación social y dispuestas, como acaba de verse, a disputar la hegemonía a las antiguas organizaciones, con serias dificultades de readaptarse y congraciarse con la masa social.

    Es obvio que esta concatenación de citas electorales no es una suma de hitos aislados: cada elección influirá poderosamente en las siguientes, como es natural. Sobre todo en lo que concierne al arraigo de las nuevas fuerzas y al declive de las antiguas.

    En consecuencia, aunque Andalucía es una comunidad autónoma cargadas de singularidades -de entrada, es la única en que no se ha producido nunca una alternancia desde el arranque de la etapa democrática-, los resultados de ayer marcan un relativo precedente que establece, entre otras cosas, el mantenimiento del PSOE con los mismos 47 escaños de 2012, una gran bajada del PP -pierde 17 escaños con respecto a 2012- y la irrupción de Podemos y de Ciudadanos en la política nacional. También se han registrado el declive de Izquierda Unida, carcomida por Podemos, y de UPyD, que sigue sin obtener representación.

    ¿Qué cuentan los resultados?

    El desarrollo de la campaña electoral, muy intenso por el alto número de indecisos que los partidos han intentado seducir, no ha sido en esta ocasión inocuo porque, aunque no ha sido capaz de alterar sustancialmente las preferencias que las encuestas habían manifestado con anterioridad, sí ha consolidado algunas tendencias.

    En primer lugar, la visualización de Susana Díaz en su propia salsa andaluza ha diluido sus posibilidades de liderazgo estatal. Su discurso intimista y sin propuestas ha servido seguramente para cristalizar buena parte de los apoyos socialistas tradicionales pero no ha reforzado sus potenciales adhesiones estatales. En este sentido, Pedro Sánchez sale reforzado y sin duda verá confirmado su liderazgo estatal y su victoria en las primarias para la designación de la candidatura a las elecciones generales, a menos que el PSOE sufra una débacle en las autonómicas y municipales de mayo.

    En segundo lugar, el candidato popular, Moreno Bonilla, que pareció ínfimo en sus comienzos, no ha aprovechado el potente apoyo llegado desde Madrid -los seis viajes de Rajoy y los innumerables de los ministros durante la campaña- y aunque ha adquirido cierta corporeidad, no ha logrado sobreponerse a la adversidad de la coyuntura, por lo que su liderazgo queda suspendido en el aire.

    Por último, las minorías han confirmado la fragmentación del mapa ideológico. Podemos, con menos de la mitad de votos que el PSOE y 15 escaños, obtiene el tercer lugar previsto, aunque muy lejos en todo caso de representar una opción ganadora y capaz de ser el revulsivo del sistema. Y Ciudadanos, con 9 escaños, ha logrado un dignísimo cuarto lugar en una región en la que todavía está escasamente implantado. Izquierda Unida, por su parte, después del abrazo del oso de Anguita al candidato Maíllo -el viejo líder, famoso por la pinza al PSOE con Aznar, propuso la convergencia de IU con Podemos-, ha quedado en posición agónica, con sólo 5 escaños, una representación insuficiente para reeditar el pacto de Gobierno con el PSOE.

    Una vez aclaradas y consolidadas las tendencias, Andalucía deberá buscar ahora la vía de la estabilidad, que sólo se logrará mediante acuerdos políticos entre los grupos. En el parlamento de 109 escaños, la mayoría absoluta requiere 55 asientos, que, si se descarta una imposible e impensable gran coalición, podría lograrlos el PSOE pactando con Podemos o con Ciudadanos.

    Con todo, Susana Díaz podría superar la investidura con mayoría simple y convertirse en presidenta electa de Andalucía si el pacto se limitara a auspiciar la abstención del PP o de las restantes fuerzas de centro y de izquierda. En este caso, el ulterior Gobierno en minoría podría gobernar con apoyos puntuales, al menos hasta que tras las elecciones generales tengan lugar acuerdos más estables, cuando ya no haya que temer el efecto de los pactos sobre consultas inminentes. Si no le fuera posible, en fin, a Susana Díaz obtener la mayoría simple que le dé la investidura, el parlamento quedaría automáticamente disuelto pasados dos meses de la primera votación (art. 118.3 del Estatuto de Autonomía). No parece, sin embargo, que haya que recurrir a esta solución extrema.