La importancia de la industria
- La crisis trajo a España una destrucción de trabajo rápida y sin precedentes
- La clave de la generación de empleo está en la industria, algo olvidado por todos
Todo apunta a que lo peor de la crisis va quedando atrás. Las perspectivas son alentadoras, incluso pueden ser mejores de lo previsto a finales de 2013. Quizás por eso comienzan a recrudecerse los movimientos antisistema: sería un fracaso para la izquierda radical que en los próximos dos años todo estuviera mucho mejor. Sin embargo, siendo evidentes los signos de recuperación, no son menores los retos. Muy, especialmente, lo que se refiere a la creación de empleo.
Cuando se echa la vista atrás, y se trata de aprender de los errores, se entiende como nadie previó la profunda crisis que hemos sufrido. De 1995 a 2007 se produjo uno de los períodos de mayor crecimiento de la historia. Bajas tasas de inflación, bajos tipos de interés y una menor volatilidad del ciclo económico dieron la impresión de que se había dado con la piedra filosofal de la gestión económica: riesgos controlados y un crecimiento constante. Lo que algunos denominaron como la Gran Moderación.
Fueron años en los que también sucedieron importantes sucesos que fueron controlados con eficacia. Por citar dos, en aquellos años vimos la crisis de las puntocom y la reunificación alemana. Sucesos que, en lo económico, no trajeron mayores problemas. A esto se unió la enorme liquidez de los mercados, que permitió financiar los activos que se usaban como subyacentes de múltiples operaciones financieras. De ahí la enorme demanda que se produjo de ingentes cantidades de derivados financieros y todo tipo de titulizaciones, incluidas las famosas subprime.
En Europa, además, la creación de la Unión Monetaria vino a aumentar ese estado de tranquilidad económica donde se pensó que nunca pasaría nada que no fuera crecimiento y riqueza: desaparecían los riesgos de cambio, parecía asegurarse la convergencia económica de sus miembros, las primas de riesgo eran enormemente bajas, y las balanzas por cuenta corriente venían a demostrar que dentro de la Eurozona todo era seguridad.
Sin embargo, un sorpresivo cambio comenzó en 2007. Las agencias de rating plantearon sus dudas, aumentó la morosidad, los colaterales usados en los múltiples fondos estructurados perdían su valor, y se producía, como en otras ocasiones en la historia, una rápida caída al demandar los inversores su capital. El típico efecto dominó, bien conocido desde la crisis de 1929. De nuevo, falta de liquidez por el retraimiento de los inversores, quiebras de entidades financieras y, en definitiva, crisis de confianza en los mercados y, por tanto, desaparición del crédito. Lo que llevó a una gran contracción en el comercio mundial, al endurecimiento de las condiciones financieras a empresas y familias y, en fin, a una profunda recesión económica generalizada. Era la Gran Recesión.
La respuesta a la crisis fue, por otra parte, distinta a ambos lados del Atlántico. Baste anotar que Estados Unidos hoy ha recuperado alrededor del 70% del empleo perdido en los años más críticos: 2008 y 2009, mientras que Europa sigue su lenta marcha en este sentido. Las complejidades políticas y económicas de la Eurozona, la heterogeneidad de sus miembros y, muy especialmente, su falta de unidad, no hacen factible una respuesta eficaz y rápida. Basta ver cómo la crisis produjo en las economías del sur europeo y, como caso paradigmático, en España, una destrucción de puestos de trabajo muy rápida y sin precedentes. Lo que en otros países será cuestión de unos pocos años, en España, el camino se presenta como una generación perdida.
La gráfica que mostramos, procedente de un estudio de Rafael Domenech, Economista Jefe de Economías Desarrolladas de BBVA Research, es concluyente. Cierto es que se trata de proyecciones, y que las estimaciones pudieran cambiar a mejor, pero es evidente que el suelo desde el que se parte no hace prever ningún milagro.
Figura: Asimetría en la destrucción y recuperación del empleo.
¿Cómo dar respuesta al empleo? Casi desde el comienzo de la transición democrática, en España se optó por un modelo económico basado en los servicios. La década de los ochenta trajo una fortísima reconversión industrial y la llegada del primer Gobierno del PP no cambió las cosas: se siguió apostando por los servicios. Incluso hoy, cualquier dirigente económico asegurará que la economía española es una economía de servicios, como indicando que la industria, el trabajo tecnológico o fabril, es algo que no requiere una especial atención. De ahí que, en lo relativo a la política industrial, ni está ni se la espera; siendo su peso en el PIB del orden del 13%, cuando en los setenta era superior al 30%, al igual que lo es hoy en Alemania. Un problema que sufren igualmente los franceses que miran a los alemanes como modelo a seguir.
La clave de la generación del empleo está en la industria, algo olvidado por casi todos, que esperan que los signos de cambio promuevan la creación de empleo en los servicios, cuando la tecnificación de los mismos no permitirá una generación de empleos de calidad, sino la constante frustración de una generación perdida.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.