Gente y estilo

El Don Quijote que quería derribar sus "gigantes" con el Gordo de Navidad



    Madrid, 22 dic (EFE).- Érase una vez un Don Quijote del siglo XXI que quería derribar "gigantes" como la hipoteca o los estudios de sus hijos con el Gordo de la Navidad y, así, acompañado de su "simpar" Dulcinea ha acudido hoy al Teatro Real con nueve décimos en el bolsillo con la esperanza de ser tocado por la suerte.

    Desde su ínsula de Fuenlabrada, en la Comunidad de Madrid, ha asistido por primera vez en directo, "en nombre del Ilustre Miguel de Cervantes" y disfrazado de "Quijote tecnológico", al sorteo de la lotería de Navidad, satisfaciendo así los deseos de su enamorada.

    "Mi Dulcinea tenía ganas de venir y que mejor lugar que este castillo encantando donde se reparte fortuna y salud", ha señalado a Efe José Antonio Toro, quien finalmente tendrá que echarle valor para derribar sus gigantes, pues la suerte no lo ha acompañado como tampoco a la mayoría de las casi trescientas personas que hoy han llenado el patio de butacas del Teatro Real.

    Avispas, gente ataviada con gorros de Papa Noel, cuernos de reno y coronas de reyes, disfraces de décimos, algún guardia civil y un legionario y hasta un Papa, que ha querido "bendecir" sus décimos, han formado parte de un público variopinto que cada año quiere vivir en directo el sorteo.

    Un evento especial que comenzó pasadas las nueve de la mañana entre aplausos y al grito de "A por el gordo" con el que algunos de los asistentes dieron la bienvenida a los veinte niños de San Ildefonso, que saludaron al público simultáneamente a que los bombos comenzaran a girar.

    Apenas tres minutos después, se vivió el primer momento de expectación cuando salió uno de los dos cuartos premios pero hubo que esperar una hora para que la bola con el 22.259 (un quinto premio) cayera del bombo.

    Muchas emociones se han dejado sentir esta mañana en el Teatro Real, en el que Fernando Vázquez ha vuelto a revivir "su minuto de gloria". Hace sesenta y dos años cantó el Gordo y hoy como cada año desde entonces acompaña moralmente a los niños de San Ildefonso.

    Y muchas ilusiones puestas en este sorteo, como las que había depositado Justo Huerta, un ciudadano de Almonacid de Zorita (Guadalajara), de 55 años, al que la crisis de la construcción le llevó al paro.

    Vestido "medio de Papa Noel" porque no ha conseguido el disfraz de vikingo que quería, a este alcarreño le quedan cuatro meses de paro y esta vez el número 13 (el día que murió su madre y que le operaron a él) le ha dado suerte, aunque solo haya sido la terminación de uno de los décimos que jugaba.

    Este año el 13, conocido popularmente como el número de la mala suerte, ha perdido ese mal fario que le acompaña, al menos para los portadores del 66.513, el Gordo.

    Dieciséis años lleva acudiendo a presenciar el sorteo en directo Marcelo, un habitante de Leganés de 82 años, al que nunca le ha tocado nada. "Ni para un café".

    A pesar de ello, no pierde la esperanza y cada año acude con un disfraz distinto. En esta ocasión ha elegido uno de cuero remachado con 1.300 casquillos de bala que durante seis meses han estado confeccionando entre él y su mujer.

    Y mientras, el Gordo se hacía esperar. Un primer premio que finalmente llegó poco antes de las doce, casi tres horas después de comenzar el sorteo, que hizo vibrar al patio de butacas.

    Las niñas Lorena Stefan y Nicol Valenzuela han vuelto a ser las protagonistas de esta edición al cantar el Gordo por segundo año consecutivo. Unas afortunadas que también han sacado después un quinto premio y el tercero.

    Poco a poco y conforme han terminado de salir los premios más grandes, el público se ha ido desinflando y el patio de butacas se ha ido quedando vacío.

    A pesar de que el Gordo se ha vendido íntegramente en Madrid, no parece que ninguno de los presentes haya sido agraciado o, al menos, no han querido hacerlo público.

    "No nos hemos hecho millonarias. Otro años será", le ha comentado a su amiga una de las asistentes al Teatro Real. Y es que la esperanza es lo último que se pierde.

    Teresa Díaz y Javier M. Candela