Pilar Eyre nos descubre a Andrea, la jubilada inquieta que no se resigna al silencio
- Señoras bien es la última novela de Pilar Eyre, una autora que conoce bien los recovecos del alma femenina, sobre todo cuando la vida parece haberse ralentizado sin pedir permiso
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Lucas del Barco
Esta novela no propone una revolución. Es algo mucho más íntimo y profundo: la posibilidad de volver a comenzar, incluso cuando todo el mundo da por hecho que ya has terminado.
"Durante décadas, Andrea se dejó la piel entre planos, maquetas y visitas a obra. Era arquitecta, y una buena. De esas que entienden que construir no es solo levantar paredes, sino también diseñar espacios donde la vida pueda pasar con dignidad. Ahora, tras años de esfuerzo, ha llegado el momento que todos le dijeron que debía esperar como una especie de redención: la jubilación. Pero Andrea no está feliz. Al contrario de lo que prometía el relato oficial, ese que adorna la vejez con paseos tranquilos y tardes infinitas de ocio, Andrea descubre en su nueva libertad una especie de jaula de oro. No le faltan amigas, ni salud, ni afecto familiar. Su hija y su nuera la llaman, la miman, la invitan. Pero ella, sola en su casa demasiado ordenada, empieza a sentir una punzada que no sabe muy bien cómo nombrar. Melancolía, tal vez".
Así arranca Señoras bien, la última novela de Pilar Eyre, una autora que conoce bien los recovecos del alma femenina, sobre todo cuando la vida parece haberse ralentizado sin pedir permiso. En Andrea, Eyre nos ofrece el retrato de una mujer que descubre que no todo lo que reluce en la promesa de la jubilación es oro. Que retirarse del trabajo no siempre significa descansar, sino a veces apagarse, como una lámpara que aún tenía luz.
La jubilación, una trampa disfrazada de premio
Eyre no oculta su postura: "La jubilación, en muchos casos, es una trampa disfrazada de premio", ha dicho sin rodeos. Y lo cree, porque lo vive. Ella misma es incansable: escribe, opina, graba vídeos, aparece en televisión. No por vanidad, sino por necesidad vital. "El trabajo es contacto, es energía, es despertarse con un propósito", insiste. Y en el fondo, eso es lo que le falta a Andrea.
La novela muestra, con una ironía delicada, cómo nuestra sociedad ha vendido la jubilación como un paraíso artificial. Nos han dicho que es tiempo de hobbies, de golf, de clases de acuarela y viajes organizados. Pero ¿quién puede llenar el vacío de las horas con pequeños pasatiempos sin que acaben pesando como losas?
Andrea, cuando vuelve casi por accidente a su antiguo trabajo, se reencuentra con una parte de sí misma que creía dormida. Dibujar planos y volver a pisar una obra es, más que un acto profesional, una forma de respiración. La rutina, el compromiso, el sentirse útil, se revelan como antídotos contra esa tristeza que no tenía nombre.
Pero Señoras bien no es solo una historia sobre la jubilación. Es, sobre todo, una historia sobre el amor que persiste. Andrea es viuda, y no quiere un compañero solo para espantar el silencio, sino alguien que le despierte el alma. Porque —y aquí Eyre es clarísima— las mujeres mayores no buscan afecto por necesidad, sino por deseo. No quieren que las cuiden, quieren volver a sentir. "Enamorarse sigue siendo lo más parecido a un milagro", dice la escritora. Y lo dice con la voz de quien lo ha vivido, y lo sigue esperando. Porque el amor no es patrimonio de los veinte años, ni el deseo se apaga con las canas. Andrea lo sabe. Pilar también.