Evasión

Crítica de 'Tierra de nadie', el thriller que empieza como un chiste: un gallego, un vasco y un andaluz se encuentran en Cádiz


Lucas del Barco

Tierra de nadie es un thriller bien ejecutado, con una dirección firme, interpretaciones intachables y una historia que, aunque previsible en algunos aspectos, logra mantener al espectador enganchado. No es una película revolucionaria ni arriesgada, pero cumple su objetivo de entretener y retrata ambientes, lugares y personajes rotos y las vidas que les ha tocado compartir.

Dirigida por Albert Pintó, es una de esas películas que sabe exactamente lo que quiere ser: un entretenimiento cargado de acción trepidante. No se molesta demasiado en ocultar los clichés que vertebran la trama pero, lejos de ser un obstáculo, los integra en el relato y se convierten en parte del disfrute del espectador. Con una historia que se mueve entre los guardias civiles más o menos honestos, y los narcos buenos, los gaditanos (y hasta algunos muy malos, de origen mexicano), el filme se apoya en una talentosa dirección, con mucho oficio, una puesta en escena que sabe manejar los tiempos de suspense y una interpretación cabal de todo su elenco.

La historia de Tierra de nadie no aporta nada nuevo, pero funciona: su desarrollo es entretenido como para mantener al público cautivo desde el principio hasta el final. El guion, aunque algo predecible, ofrece los giros y momentos de tensión como para que el espectador no pierda el interés. La película se centra en el retrato de tres personajes principales, interpretados por Luis Zahera, Karra Elejalde y Jesús Carroza, junto a un elenco secundario igualmente competente, que, a pesar de su caos personal, se enfrentan juntos a la violencia inherente de su entorno.

Luis Zahera, como siempre, se encarga de dar vida a un personaje que es una especie de parodia de su ya muy conocido y encasillado poli gallego. Sin embargo, esto no es un problema; al contrario, Zahera ha perfeccionado esta fórmula. Asume su encasillamiento y lo hace con una maestría tal que se convierte en uno de los puntos más divertidos de la película. A su lado, un enorme Karra Elejalde aporta una sobriedad contenida que equilibra el tono y que es sin duda el gran papel del entrañable y despreciable sinvergüenza. Ambos actores, junto con el resto de los secundarios, tienen una química que eleva la película.

La dirección de Albert Pintó es sólida. En lugar de buscar la originalidad a toda costa, se dedica a afinar los detalles que mantienen la tensión a lo largo de todo el metraje. La película está rodada con una vibrante energía que, sin arriesgar demasiado, consigue mantener al espectador en vilo. Aunque no hay grandes sorpresas en cuanto a la trama, Pintó hace que todo el conjunto funcione como una orquesta bien dirigida. Desde las escenas de acción hasta los momentos de diálogo, todo tiene un ritmo que mantiene el pulso del filme. Hasta los momentos de pastelón (que alguno hay) están bien embotellados.

La ambientación del Cádiz fronterizo está lograda. Esa parte de la ciudad no solo se convierte en el escenario de los enfrentamientos, sino que se siente como un personaje más, cuya atmósfera al borde del Atlántico es tan caótica como los seres que habitan esas tierras y refleja a la perfección el mundo de los protagonistas. La historia de tres hombres perdidos en un submundo corrupto y violento, que intentan navegar sus propios dilemas mientras enfrentan las consecuencias de sus decisiones.

La película no tiene la misma carga de originalidad que la sorprendente Malasaña 32 (¡Concha Velasco, te recordaremos siempre!), otra de las películas de Pintó, pero a cambio, Tierra de nadie compensa la falta de innovación con una destreza narrativa y una comprensión del thriller que resulta en un producto pulido. Aunque las tramas de corrupción, violencia y amistad rota y recauchutada no son nada novedosas, la forma en que se presentan y se desarrollan desde el mismo arranque está divinamente resuelta.