Evasión
Hortensia Herrero propone un planazo en Valencia con Anish Kapoor o Mat Collishaw: arte contemporáneo en el CAHH
Lucas del Barco
Hortensia Herrero es mucho más que la vicepresidenta de Mercadona. La mujer de Juan Roig recuerda en el diario valenciano Las Provincias que realizó su primer dibujo con 12 años, de la mano de su profesor Manuel Sigüenza. Tenía apenas 16 años cuando firmó su primer óleo.
Manuel Mira Candel, en su biografía Juan Roig, el emprendedor y visionario, cuenta, entre otras cosas, que hasta que no metieron interno al actual presidente de Mercadona en un colegio llevado por franciscanos, no era demasiado buen estudiante. Y que recaló en Económicas un poco por casualidad. Allí, en la universidad, fue donde conoció a Hortensia Herrero, la mujer que le cambiaría la vida y responsable en buena parte del éxito de la empresa valenciana de la que es vicepresidenta y que juntos han convertido en un bólido empresarial. La personalidad de esta mujer, hija de un militar, llamó la atención del hoy presidente de Mercadona. "Fui un estudiante regular hasta que llegué a la Facultad de Económicas y tuve la suerte de conocer a Hortensia. Era mucho más estudiosa que yo y eso me motivó a estudiar más si quería salir con ella. Aquí pasé de ser un estudiante regular-flojo a un estudiante regular-bien", ha declarado el propio Roig.
En el umbral de los días, cuando el arte era solo una brizna de luz que se colaba entre los barrotes de la rutina, Hortensia Herrero ya había comenzado a trazar su legado con la misma naturalidad con la que un árbol se inclina hacia el sol. Desde aquellos primeros óleos juveniles hasta las majestuosas restauraciones que hoy embellecen Valencia, la vida de Hortensia parece un lienzo en el que cada pincelada ha sido dada con la precisión y el arrojo de quien sabe que la belleza es también una forma de resistencia. El centro de gravedad de su historia no reside únicamente en los números vertiginosos de Mercadona, esa máquina imparable que Juan Roig y ella han erigido juntos. Hay en su trayectoria una inclinación hacia lo sublime, un impulso casi invisible, como el de las raíces que se hunden en la tierra buscando agua. Su Fundación Hortensia Herrero es el cauce por el que ese impulso encuentra forma, un hilo conductor entre el pasado que se preserva y el futuro que se sueña. El Palacio Valeriola, que durante décadas languideció como una sombra de lo que fue, es ahora el corazón palpitante del Centro de Arte Hortensia Herrero. Ese edificio restaurado con mimo y determinación no es solo una construcción renacida; es una metáfora de la labor de su mecenas. Así como las grietas del palacio fueron selladas, Hortensia ha sabido curar las heridas de la memoria arquitectónica de Valencia, devolviéndole a la ciudad espacios donde la historia y la modernidad se dan la mano.
Pero lo que hace verdaderamente única su labor no es solo la restauración de piedras y frescos. Es su capacidad para traer al presente un arte que mira hacia el mañana. La colección que ahora habita el Centro de Arte es un caleidoscopio de nombres que han marcado el pulso del arte contemporáneo: Anish Kapoor, Andreas Gursky, Mat Collishaw. Al recorrer esas salas, el visitante siente que Hortensia no solo colecciona obras, sino también posibilidades, ventanas a mundos que desafían las fronteras del tiempo y el espacio.
Sin embargo, no todo está en los grandes nombres o en los presupuestos millonarios. La verdadera medida de su generosidad radica en los gestos pequeños que se expanden como ondas en un estanque. Restaurar la Iglesia de los Santos Juanes, devolverle a las fachadas su esplendor barroco, es más que un acto de conservación; es un regalo a la gente común, a los paseantes distraídos que, sin saberlo, se encontrarán de nuevo con la belleza mientras caminan hacia el mercado o hacia casa.
Hortensia ha entendido que el arte no debe encerrarse en vitrinas, sino integrarse en la vida cotidiana, como una música que se filtra por las grietas de la ciudad. En sus proyectos no hay grandilocuencia, sino un amor discreto y constante por Valencia, un deseo de tejer la trama cultural de la ciudad con hilos invisibles que solo pueden ser vistos por quienes saben mirar con el corazón.
Y si alguna vez se le pregunta por qué lo hace, probablemente responderá con la humildad de quien no busca protagonismo. Porque Hortensia no necesita adornarse con laureles. En sus palabras, y en sus acciones, late una certeza: "Uno de los objetivos de mi Fundación es velar por el patrimonio de la ciudad, sacar a la luz la belleza de edificios que son nuestra historia y están en ruinas". Así habla alguien que ha encontrado en el arte no solo un refugio personal, sino también un puente hacia los demás.
Al final, lo que queda de Hortensia Herrero no son solo las restauraciones ni las obras de arte que ha traído a Valencia. Es la inspiración que su figura proyecta sobre todos nosotros, recordándonos que el verdadero éxito no radica en acumular riquezas, sino en saber devolverle al mundo, con creces, lo que nos ha sido dado. Ella lo hace con la naturalidad de un río que fluye hacia el mar, sin alardes, pero con una fuerza imparable. Valencia, gracias a ella, respira mejor. Y quienes la visitan, también.