La atmósfera gótica salva el inquietante juego entre deseo, muerte y poder de 'Nosferatu'
Lucas del Barco
Robert Eggers logra en Nosferatu una relectura del mito vampírico que, aunque no se desmarca del todo de las referencias clásicas, aporta una capa de profundidad y ambigüedad temática que destaca dentro del panorama cinematográfico actual. Si bien la película recoge numerosos elementos visuales y narrativos de sus predecesoras, como el icónico Drácula de Coppola, lo hace con una intención que parece más reflexiva que imitativa, centrando su mirada en la figura de Ellen, interpretada por Lily-Rose Depp. Su relación con Orlok (Bill Skarsgård) se presenta como el verdadero eje del relato, más allá del vampiro en sí, y despliega un inquietante juego entre deseo, muerte y poder.
El filme es, sin duda, un despliegue técnico impecable. La atmósfera gótica, el diseño de producción y la recreación histórica son visualmente alucinantes, reafirmando la habilidad de Eggers para trasladar al espectador a tiempos pasados con una fidelidad inquietante. Sin embargo, su narrativa opta por un ritmo más pausado y contemplativo, lo que puede resultar exasperante para quienes busquen una experiencia más visceral o directa. La tensión no reside tanto en el miedo tradicional como en una malsana fascinación que provoca la complejidad de sus personajes y las oscuras dinámicas entre ellos.
La película, sin embargo, no es perfecta. Su influencia de Drácula de 1992 es tan evidente que, en ocasiones, se siente demasiado dependiente de ella, y el diseño de Orlok, aunque efectivo, no alcanza el impacto visual que uno esperaría de una obra tan ambiciosa. Además, algunas decisiones interpretativas, como las de Aaron Taylor-Johnson y Willem Dafoe, parecen rozar el absurdo, aunque en el contexto del humor macabro que Eggers incorpora, pueden tener cierto sentido.
En definitiva, Nosferatu no revoluciona el cine vampírico, pero su mezcla de elementos clásicos con un enfoque más simbólico y psicológico la convierten en una experiencia única. No es una obra maestra, pero en un panorama saturado de producciones mediocres, su valentía y cuidado artístico la elevan como una de las apuestas más destacadas del año.