Evasión

Leemos 'El problema Puccini' y hablamos con Alexandra Wilson, la autora del ensayo sobre el placer del compositor de ser superficial


    Lucas del Barco

    En el rincón más íntimo del arte siempre se libra una guerra secreta. Por un lado, están quienes buscan la profundidad como si fuera un tesoro enterrado, aquellos que creen que el pasado es un refugio donde la moral aún no se ha diluido. Por otro, los que se entregan a la fugacidad del instante, a la superficie brillante que solo puede brindar el presente. Este conflicto, tan eterno como la belleza misma, es el eje sobre el que Alexandra Wilson despliega su análisis en su libro sobre Giacomo Puccini, ese compositor que tuvo la osadía de ser popular y mundano en una época que veneraba la solemnidad y el sacrificio.

    Ahora parece extraño cuando las óperas de Puccini tienen éxito y renombre, pero en su época generaron bastante controversia. "Solo dos de sus obras fueron bien acogidas por la crítica. Se trata de Manon Lescaut, la obra que le dio la fama en 1893, y Gianni Schicchi, una ópera cómica de 1918", señala la musicóloga y autora de El problema Puccini en conversación con Evasión. Su libro ha sido traducido a español para conmemorar el aniversario de la muerte del compositor.

    Su obra más popular, La bohème, "siempre fue criticada por su estructura episódica y una partitura demasiado continua, además de una falta de alineación con las innovaciones de Wagner. Por otro lado, Tosca causó gran revuelo entre el público por su tono melodramático y un lenguaje musical demasiado brutal. Aunque fue Madama Butterfly la que casi termina en motín y tuvo que ser reescrita", nos explica Wilson.

    En 1910, Puccini empezó a experimentar y "aunque la obra póstuma Turandot fue aclamada, la realidad es que muchos oyentes encontraron aquella música como demasiado vanguardista", nos comenta Wilson. Esto llevó, según la musicóloga a que muchos críticos acusaran al compositor de ser demasiado internacional, mientras que otros lo tachaban de sentimental y femenino. Así, para algunos sus obras eran demasiado modernas y para otros no lo suficiente. Sea como fuere, las óperas de Puccini siguen siendo representadas en los teatros italianos, y de todo el mundo.

    Leer este ensayo es como sentarse en la platea de un teatro imaginario donde se entrecruzan las notas de Tosca y los ecos de un siglo convulso. Wilson toma a Puccini y lo desviste ante nosotros, no con crueldad, sino con la ternura que se reserva para los incomprendidos. Nos muestra cómo el genio de Lucca fue vapuleado por una élite cultural que despreciaba el éxito y asociaba la sencillez con la decadencia. Esa crítica feroz, cargada de una misoginia y un nacionalismo que hoy nos resultan demasiado familiares, construyó un discurso contra Puccini que trascendió lo musical para convertirse en una batalla ideológica: ¿Qué significa ser moderno? ¿Qué significa ser italiano?

    Wilson no escribe un libro, sino una partitura literaria en la que cada capítulo se convierte en un aria. La autora, como el propio Puccini, no busca lo monumental, sino lo humano. En sus páginas palpita la vida cotidiana de la Europa de principios del siglo XX, con sus trenes que conectaban capitales, sus grandes almacenes llenos de promesas y sus burgueses que aplaudían entre lágrimas La bohème mientras, en los cafés, un grupo de estetas protofascistas lanzaba panfletos contra lo que llamaban "el embrutecimiento del pueblo". Según ellos, Puccini era demasiado ligero, demasiado cosmopolita, demasiado femenino. En resumen, demasiado feliz para ser tomado en serio.

    Pero ahí radica el milagro: Puccini no quiso ser un redentor ni un profeta. Mientras Wagner construía catedrales de sonido donde el héroe siempre tenía que morir, él escribía óperas donde las emociones corrían libres, y la humanidad, en su imperfección, era la verdadera protagonista. Sus críticas más feroces lo acusaban de sentimentalismo, de copiar demasiado a Wagner o de atender más al decorado que al alma de sus personajes. Pero ¿y si la emoción simple, ese "placer superficial", fuera el último refugio de la verdad?

    El libro también traza un arco inquietante: cómo, tras ser despreciado, Puccini fue más tarde apropiado por el fascismo, que usó su figura para construir un mito nacionalista que poco tenía que ver con su música. Es ahí donde Wilson nos recuerda que el juicio estético nunca es inocente. Las ideas de "profundidad" o "superficialidad" no son más que armas que cambian de manos según la época. Lo que ayer fue vilipendiado por su ligereza hoy se reivindica por su libertad.

    Al cerrar el libro, uno no puede evitar imaginar a Puccini paseando por las calles de Lucca, componiendo melodías que desafiaban las pretensiones de quienes creían que el arte debía ser un martirio. Él sabía que la vida es breve y que, al final, quizá la misión más noble del arte sea simplemente recordarnos que somos humanos. Tosca, Madama Butterfly, La bohème: todas son pequeñas joyas que brillan porque no intentan ser otra cosa que lo que son.

    Alexandra Wilson ha escrito un ensayo que, como las óperas de Puccini, se mueve con gracia entre la inteligencia y el placer. Es un libro que se disfruta como un vino bueno: con los sentidos abiertos y el espíritu ligero. Porque, en el fondo, a veces lo más revolucionario es atreverse a ser sencillo.