Celebramos un siglo de Puccini: "La ópera y el gran poder de provocar emociones"
- Hablamos con Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, el tenor Ismael Jordi y la soprano Lisette Oropesa
María Orriols
"No estoy hecho para las acciones heroicas. Me gustan los seres que tienen un corazón como el nuestro, que están hechos de esperanza e ilusiones, que tienen minutos de alegría y horas de melancolía, que lloran en silencio y sufren con una amargura interior", con estas palabras se definía a sí mismo Giacomo Puccini que, sin duda, reflejan el secreto de sus óperas. Y es quizá por ese querer reflejar gente de carne y hueso, lo que hace que las obras del compositor italiano sean el mejor camino para acercarse a este arte.
"Puccini tenía un gran sentido del ritmo dramático y sus óperas son como bandas sonoras de películas: en ellas se escuchan todas las emociones.", comenta la soprano Lisette Oropesa. Para el tenor Ismael Jordi, llega rápidamente al público "porque esas óperas maravillosas te arrancan el alma".
Sin embargo, el hecho de gustar a todo el mundo, no siempre ha estado bien visto, como así lo explica Joan Matabosch: "Durante una parte del siglo XX para un sector de la vanguardia cultural gustar a todo el público era un pecado. Eso lo convirtió en odioso. Y, a pesar de ser un compositor extraordinario, a veces se interpreta con una falta de rigor artístico desesperante, como si sus textos y sus tramas se redujeran a meras confrontaciones emotivas. Y Puccini es mucho más que pasiones explícitas, epidérmicas y fugaces". En este sentido, Ismael Jordi añade: "Sí, ese es el problema. De hecho, si las partituras se interpretaran tal y como fueron compuestas, también podrían cantarlas otro tipo de tenores o barítonos".
El tenor jerezano que solo ha cantado Gianni Schicchi del compositor italiano, reconoce que es Manon Lescaut una de sus preferidas, "pero para escucharla y solo cantarla en la ducha, porque mi voz es lírico ligera y en esta ópera se necesita una voz más lírica". Sin embargo, lejos de frustrase, Ismael Jordi da gracias por tener "un repertorio maravilloso y hay mucho que cantar y mejorar. Es Donizetti el compositor con el que puedo sacar más a relucir los colores de mi voz, es al que más he cantado". Precisamente el tenor está este mes de diciembre en el Teatro Real con María Stuarda junto a Lissette Oropesa. Al igual que el jerezano, la soprano americana que solo ha interpretado el papel de Lisette en La rodine, asegura que "hubo un tiempo que me frustraba no poder cantar las notas altas que tanto deseaba, pero ahora acepto mejor mi voz tal y como es y trato de cuidarla. Todavía hay mucho repertorio que puedo cantar y no siento que me esté perdiendo nada. Tendré que esperar que mi voz madure para poder interpretar a Liu de Turandot".
Esta ópera, la última que compuso Puccini, donde el compositor, en palabras de Joan Matabosch "tuvo las agallas de reinventarse. Es una obra en las antípodas de aquella dramaturgia realista y conmovedora que hasta ese momento había sido su sello de identidad. La obra tiene la rigidez coral propia del oratorio, la estructura dramática de un misterio pagano, de un universo cerrado, puramente legendario, extraño a cualquier lectura ajena a la metáfora, plenamente adscrita a la estética simbolista". Y añade: "Turandot es una figura trágica, desposeída de cualquier concreción sentimental, como símbolo impersonal de la inhumanidad, se erige en ejecutora trágica de una sagrada misión de venganza. Una diosa de la destrucción para quien el amor no puede ser más que una rendición pero que al final regresa a lo humano en un dúo imposible. Pirueta sorprendente con la que Puccini parece invertir los términos de sus anteriores obres, en las que sus criaturas enamoradas acaban marcadas por la brutalidad y la violencia".
Un arte atemporal
Uno de los grandes logros de la ópera es el hecho de que una obra vista muchas veces siga teniendo la capacidad de emocionarte. "El espectáculo debe ser capaz de conectar con nuestra sensibilidad contemporánea, sea cual sea la época en la que se concibió y se estrenó la obra, porque como sucede con los clásicos nos expresan y nos interrogan y como cualquier forma de arte tiene la facultad de poner delante del hombre lo que el hombre es", explica Matabosch. Y, como todo arte, la ópera también ha evolucionado. "El cambio de mentalidad de los artistas es evidente: la nueva generación tiene una conciencia plena de participar en un espectáculo donde el conjunto es tan importante como su propio lucimiento", comenta Matabosch. En este sentido Ismael Jordi añade que "ahora estamos viviendo una época de oro donde hay una preparación, una profesionalidad y una seriedad increíble a la hora de trabajar." A todo esto, hay que añadir, como cuenta Lisette, que "las orquestas son más grandes, los instrumentos modernos suenan más fuerte, el público cuenta con grabaciones para juzgar a los cantantes y tenemos más acceso a las interpretaciones gracias a internet. Todo esto se traduce en que la ópera se ha vuelto más accesible".
Sin embargo, la ópera "es un espectáculo y un arte con un potencial expresivo enorme y, como decía Pavarotti, tiene el gran poder de provocar emociones, pero estas se tienen que encontrar en el público. Es decir, te emocionas porque pones algo de tu parte", asegura Joan Matabosch. Por esta razón, para poder disfrutarla al máximo, el director artístico del Teatro Real aconseja "informarse del tema que desarrolla la ópera, del código en el que ha sido compuesta. El disfrute del arte no es algo espontáneo." "La grandeza de esta música y de los genios que la compusieron queda reflejado en que doscientos años después, sigue vigente. Y sí, para alguien que se acerque a la ópera, la va a disfrutar más si trae el trabajo hecho de casa". "Es una forma de arte completamente humana y orgánica que ha perdurado durante siglos y que llega a lo más profundo de nuestros corazones y mentes", finaliza Oropesa.