Evasión

Gabriele Münter: la artista que desafió la sombra del tiempo

    Imagen: Museo Thyssen-Bornevisza

    Evasión

    En el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, las salas parecen latir al compás de un corazón que nunca dejó de buscar su lugar en la historia. La exposición Gabriele Münter. La Gran Pintora es más que un recorrido por la obra de esta extraordinaria mujer; es un viaje al alma de quien miró al mundo con la serenidad de quien se sabe capaz de conquistarlo, pero a quien los siglos intentaron silenciar. Entrar en esta muestra es como asomarse a un cofre donde se guarda el brillo persistente de un genio olvidado, una invitación a redescubrir a una artista que moldeó los contornos del expresionismo alemán y fue, sin embargo, relegada a ser un pie de página en la historia de su tiempo.

    El eco de una cámara y una mirada inquieta

    El preludio de esta retrospectiva lo marca una selección de fotografías que son, en sí mismas, una ventana abierta al espíritu de Münter. Imágenes tomadas con una cámara portátil –un lujo solo accesible para quienes podían permitírselo a finales del siglo XIX– revelan a una mujer de mirada atrevida y aguda, capaz de retratar a desconocidos con la audacia de quien desafía las normas tácitas de la época. Hay algo magnético en estas instantáneas: en ellas resuena la curiosidad de una joven viajera que, al recorrer los Estados Unidos, cultivaba su mirada y trazaba el germen de lo que sería su carrera artística.

    "Estas fotografías educaron su visión, enseñándole a trascender las reglas compositivas más rígidas," explica Marta Ruiz del Árbol, comisaria de la exposición. Son el principio de una vida marcada por el arte y la rebeldía.

    En la estela de Kandinsky, pero con luz propia

    El hilo de la exposición avanza entre las paredes como un río que cambia de color y de ritmo, guiándonos por las distintas etapas de una vida creativa. Münter, nacida en una familia acomodada, tuvo el privilegio de estudiar en la escuela Phalanx, un espacio que ofrecía a las mujeres lo que la Academia de Bellas Artes de Múnich les negaba: el derecho a aprender. Fue allí donde conoció a Wassily Kandinsky, su maestro y, más tarde, su compañero de vida y musa compartida. Pero Kandinsky no apagó su luz: Münter, lejos de quedar eclipsada, floreció bajo la influencia mutua, como lo muestran obras tempranas como Callejón en Túnez, donde el impresionismo asoma con pinceladas cargadas de exotismo y una sensibilidad casi táctil.

    El apogeo de su talento llegó con la compra de una casa en Murnau, ese pequeño paraíso bávaro que se convirtió en su refugio y en el epicentro de su revolución pictórica. En paisajes como Las escuelas, Murnau o Naturaleza muerta delante de la casa amarilla, la artista abandona la contención del impresionismo y da rienda suelta a un expresionismo vibrante, donde los colores saturados y las formas simples logran una poesía visual que desarma. Sus pinceladas ya no describen, sino que emocionan, impregnando cada lienzo de una energía que parece brotar directamente de la naturaleza.

    Más allá del paisaje: el alma humana

    Pero la vida no es siempre un paisaje de colores brillantes. La Primera Guerra Mundial separó a Münter de Kandinsky, y el arte reflejó esta grieta emocional. En su exilio en Suecia, los retratos se volvieron más introspectivos y los colores más apagados. Obras como Futuro (Mujer en Estocolmo), cargadas de melancolía, marcan un giro hacia el interior. Aquí, Münter parece preguntarse por la esencia misma de la existencia, y el resultado son cuadros que, aunque menos estridentes, palpitan con la misma fuerza que sus primeras exploraciones.

    La reinvención constante de una creadora indomable

    Cuando Münter volvió a Alemania, todo había cambiado: Kandinsky, ahora casado con otra mujer, formaba parte de un pasado que ella supo dejar atrás. Vagó por Europa, plasmando en rápidos bocetos las historias que veía pasar ante sus ojos. El trazo ágil de dibujos como La poeta E.K. leyendo o Hilde de cuclillas demuestra que, incluso en las sombras de su vida, su genio nunca dejó de buscar una forma de expresarse.

    En 1931, regresó a Murnau para quedarse. Allí, mientras Europa se desmoronaba bajo la amenaza del nazismo, la artista se convirtió en guardiana de un legado que los totalitarismos intentaron borrar. Ocultó en su casa obras de El Jinete Azul, ese grupo legendario de pintores que ella ayudó a fundar y que incluía nombres como Franz Marc y Paul Klee. Entre esos tesoros, conservó lienzos de Kandinsky que, pese a los años y a las tensiones, nunca devolvió.

    La exposición: un mapa del alma de Münter

    La muestra reúne 145 obras que narran la vida de Gabriele Münter con la intensidad de un poema y la claridad de una confesión. Al recorrerla, el espectador podrá ver cómo las primeras fotografías desembocan en paisajes bañados de color, cómo el expresionismo se transforma en un vehículo para explorar la esencia humana, y cómo, al final, Münter encuentra la paz en los paisajes de su amada Murnau.

    En piezas como El lago azul o Calle de pueblo en invierno, la artista se muestra reconciliada con el mundo, capturando la quietud de la vida cotidiana con una pureza que roza lo sublime. Y en Retrato de Marianne von Werefkin, el uso del color y la línea expresa un respeto casi reverencial por la figura de la mujer, a quien Münter siempre representó con dignidad y fuerza.

    Una visita imprescindible

    En este tributo a Gabriele Münter, el Museo Thyssen no solo rescata a una gran pintora; reivindica el derecho de las mujeres a ocupar un lugar en la historia del arte. Esta exposición es un mapa de emociones que no solo se mira, sino que se siente. Es difícil no salir enamorado de Münter, de su mirada honesta, de su audaz exploración del color, y de su capacidad para transformar lo cotidiano en algo eterno.

    Hasta el 9 de febrero, el Museo Thyssen abre sus puertas a este viaje irrepetible. Es una oportunidad para dejarse seducir por una artista que, a pesar de todo, nunca dejó de brillar