Qué ver en El Prado: la exposición sobre esculturas barrocas del Siglo de Oro que llena de color las galerías
Ana Gómez Viñas
El centro madrileño alberga la exposición Darse la mano, una colección de piezas policromadas españolas. Fotos superiores: Exposición Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro. © Museo del Prado; María Magdalena, de Juan de Juni y Juan Tomás Celma. Valladolid, Museo Nacional de Escultura; y La lactación de san Bernardo, Alonso Cano (1645-52 y 1657-60).
El Prado propicia este diálogo entre pintura y escultura del Siglo de Oro que nos muestra los colores barrocos que iluminaron el arte religioso del Barroco español. Una exposición que reivindica la importancia de las piezas policromadas a través de importantes obras que han sido adquiridas por el museo recientemente: Buen y Mal ladrón de Alonso Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa y José de Arimatea y Nicodemo, pertenecientes a un Descendimiento castellano bajomedieval.
La instalación Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro, acoge casi cien esculturas de grandes maestros, como Venus tipo Lovatelli con idolillo, de Taller pompeyano Mármol de Paros (Museo Archeologico Nazionale di Napoli); La Inmaculada Concepción, de Gregorio Fernández; y Los primeros pasos de Jesús, de Luisa Roldán, La Roldana. Junto a estas piezas, lucen pinturas y grabados que, como en un juego de espejos, las reproducen y parecen entablar conversación. Un recorrido colorista de la escultura desde la Antigüedad. Entre los artistas que conforman el programa, destacan Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo y Juan Martínez Montañés.
Esta policromía inundó iglesias y conventos en el siglo XVII. La escultura jugó un papel fundamental como apoyo en la predicación y de los rezos. Una etapa de estrecha colaboración entre escultores y pintores para dar luz a los interiores de basílicas, catedrales, capillas y monasterio.
¿Qué papel jugo el color en este Barroco? El color contribuyó a acentuar el dramatismo de las figuras, tanto las destinadas a retablos, como las que se procesionaban en los pasos de Semana Santa. Se unen a esta teatralidad, los gestos, la expresión de las miradas, el virtuosismo de los ropajes, ya fueran esculpidos y pintados o entelados que cubrían la figura.
La escultura de temática sagrada mantuvo fuertes connotaciones con lo sobrenatural desde el momento mismo de su ejecución por las creencias religiosas de la época. A través de la imagen, la divinidad que representaba se acercaba a los fieles que oraban. Se cubría de color, que es un pátina vinculada a la vida, frente a lo palidez de lo inerte. Así lo expresaba en 1677 el benedictino Gregorio de Argaiz: "Cada figura, por perfecta que sea en la escultura, es un cadáver; quien le da vida, y alma, y espíritu, es el pincel, que representa los afectos del alma".
Destacamos La lactación de san Bernardo, Alonso Cano (1645-52 y 1657-60); y San Juan Bautista, de Juan de Mesa. La exposición, en colaboración con la Fundación AXA, se puede visitar en las salas A y B del edificio Jerónimos de El Prado hasta el 2 de marzo de 2025.