Beatriz Serrano: "Quienes no venimos de la clase alta también tenemos el clasismo interiorizado"
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Ana Latorre
Marisa tiene treinta años y sobrevive a base de ansiolíticos y vídeos de YouTube. Trabaja en una agencia de publicidad, pero hace un tiempo que rechaza la imagen romantizada que se tiene de su puesto: odia su rutina, la hipocresía de su entorno, los team building y, sobre todo, esa soledad que le crece dentro hasta desgastarla. Frente al conformismo de su alrededor, le duele menos narrar la rutina si lo hace desde el sarcasmo. Su historia, tan ácida e incómoda, podría ser la de muchos. Al menos, eso opinan quienes han leído El descontento. Desde el pasado mes de octubre, este libro no deja de dar alegrías a su autora, Beatriz Serrano (Madrid, 1989). Por el momento, ya se ha convertido en la novela de la Feria del Libro de Londres, tal y como anuncia la editorial Temas de Hoy.
Este debut narrativo se publicará en 2025 en Knopf – Vintage (USA) y Harvill Secker (UK), que editan a autores como Haruki Murakami, Ian McEwan o Maggie O'Farrell. Se trata de una gran noticia para Serrano, que actualmente trabaja como periodista en El País, y que desde que se licenciara en la Complutense ha escrito para medios como BuzzFeed, Vanity Fair, GQ, Harper's Bazaar, SModa o Vogue. Además, copresenta con Guillermo Alonso el pódcast Arsénico Caviar (Ondas a Mejor Podcast conversacional), que gira alrededor del hartazgo y el resentimiento que nos producen algunas cosas tontas del día a día.
En el libro, escribes: "Lo que ni el médico de cabecera ni mi posterior terapeuta llegaron nunca a entender es que el estrés no me lo causaba el trabajo, sino, tal y como le había dicho, el hecho de tener que ir a trabajar". ¿Qué hay detrás de este descontento?
Debo decir que tendía a pensar que esta novela era generacional, y me he dado cuenta de que contiene, en realidad, un sentimiento bastante intergeneracional. Nuestros padres, los de los millenials, se preocuparon para que encontrasemos un trabajo que nos diera felicidad, y por eso hemos bebido desde niños la idea de 'encuentra el trabajo de tus sueños y nunca tendrás que trabajar'. Tu trabajo tiene que ser la manera en la que te desarrollas como ser humano. Y esta idea, que es muy romántica, también es muy tramposa. Después de la crisis de 2008 o de la pandemia nos hemos dado cuenta de que aunque tengamos un trabajo que nos guste, no nos queremos dedicar en cuerpo y alma a él.
¿El trabajo cuánto nos define?
Por mucho que te guste un trabajo, no tiene por qué definirte, pero nos hemos puesto frente al mundo hablando de a qué nos dedicamos y qué hacemos. A veces no es tanto que nos guste más o menos el trabajo, sino cuánto nos apetece pasar diez horas en ese lugar, o cuánto tiempo pensamos en el trabajo cuando llegamos a casa. Tú quieres vivir la vida de fuera. Por eso a Marisa no le molesta su trabajo, sino esa reiteración, esa rutina, esos fuegos que tiene que apagar, ese 'tengo que venir aquí cuando podría estar en otro sitio'… Si te fijas, Marisa no tiene grandes ambiciones. A ella le gusta pasear, ir al Prado y comer rico. No quiere dar la vuelta al mundo, solo estar tranquilita.
En el otro extremo está Natalia, la becaria que acepta lo que le echen y que presume de trabajar en publicidad. ¿Tienen trampa el trabajo creativo?
Natalia es carne para la explotación, porque es de esas personas entusiastas que se exponen a que abusen de ellas. Nos identificamos mucho con lo que hacemos porque nos da un estatus de cara a la galería, y esto es un peligro. Me hace muchísima gracia esta idea básica que se tiene de la clase media, y que está muy relacionada con un concepto tan difuso como es el estilo de vida. ¿Qué diferencia hay, a nivel material, entre una chica explotada en una agencia de publicidad y un reponedor que cobra lo mismo? Recuerdo que en Londres me dedicaba a escribir artículos para España mientras trabajaba de camarera, y durante ese tiempo me dio por hacer un experimento. En unas fiestas decía que era camarera y, en otras, periodista. Y siempre me trataban diferente. Es bastante fuerte, porque la persona que va a la fiesta es la misma. Algunas personas no se molestaban en hablar conmigo porque era otra camarera trabajando en Londres. En cambio, si decía que escribía en Vanity Fair, me convertía en la persona más interesante de la habitación.
Hay una pregunta que a Marisa le molesta profundamente: "¿A qué te dedicas?".
Es la segunda pregunta que te suelen hacer cuando te presentas, y me parece superclasista. Lo que pasa es que te ayuda a meter a los otros en cajitas. "¿Esta persona es relevante o no?, ¿es lo suficientemente interesante?". Creo que hemos empezado a relacionamos en base al networking y los contactos y creamos una versión superutilitarista del ser humano. Es tremendo hacer la pelota por este tipo de cosas, y me da muchísima pena, porque me parece que yo soy mucho más interesante por lo que hago fuera del trabajo que por lo que hago en el trabajo. Y eso que mi trabajo me gusta y me parece muy interesante, ¿sabes? Pero son más llamativos los libros que leo, las exposiciones que visito, los documentales que veo… Cualquier persona va a saber mejor quién soy si le cuento qué he leído este verano en lugar de que soy periodista en El País. Pero vivimos en una sociedad en la que hay cosas que no se pueden cambiar, y las personas que no venimos de clase alta también tenemos el clasismo interiorizado.
¿Por qué un personaje tan aparentemente incómodo entre su entorno laboral, como es Marisa, nos cae tan bien a los lectores?
He tenido muchas conversaciones sobre esto con mi editora, porque a ella le ha llegado que a algunos Marisa les cae mal. Me dijo: 'Me he dado cuenta de que a la gente a la que le cae mal son generalmente hombres heterosexuales' (risas). Ni siquiera yo tenía claro que Marisa fuese a caer bien, porque es una amargada. Las figuras de antihéroe o papeles incómodos se dan más en personajes masculinos, pero siempre he empatizado mucho con ellos. En mi libro, Marisa solo te ofrece su realidad. Y eso te puede dar o una caricia o una bofetada, pero hay momentos en los que la entiendes. La novela tiene una division clara: por un lado está el ambiente laboral, que es rutinario. Y, por otro, lo que hay afuera, más luminoso. Marisa intenta agarrarse a las pequeñas tablas de salvación que encuentra fuera del trabajo.
En este sentido, dices que "las vacaciones son como una tirita para tapar el corte de un hacha".
Cuando empecé a escribir este libro me di cuenta de que el trabajo había pasado a ser una conversación de primer plano entre mis amigos. Vivimos con ansiedad esa necesidad de escapismo. Salimos en busca de borracheras el fin de semana y pensamos en cuánto queda para que lleguen los festivos. Y, de repente, te vas de vacaciones y esa no es la realidad, porque en dos semanas te gastas lo que pagas en un mes. Deberíamos tener unas vidas mejores para no soñar tanto con vidas imposibles. Qué mal vivir nuestro día a día con esa sensación constante de huir. Lo decía Marisa: 'no tienes depresión posvacacional. Es que no te gusta tu vida de mierda'.
Comentas que en el trabajo se toleran unas violencias que en otros espacios no se permiten.
Sí, porque en el trabajo hay jerarquías. Desde el momento en que hay jefe y subordinados, se establece una relación que no es la natural. Tú no te comportas en el trabajo igual que cuando estás con tus amigos. En el trabajo se dan muchas situaciones dolorosas, gritos, llantos. Hay quien le daría un bofetón a otro, pero no puede porque hay una división de poderes en ese espacio. ¿Cómo mina eso en un ser humano que va ocho horas a la oficina cinco días a la semana? ¿Cómo afecta física y mentalmente recibir esas microagresiones? Eso me parece bastante grave y lo hemos normalizado.
Para evadirse, a Marisa le gusta mirar videos en YouTube y en TikTok. En esta red social hay una tendencia que consiste en recomendar un libro que sigue la línea de otras lecturas. Siguiendo este propuesta, "si te gustó El descontento, te gustará…".
Pues recomendaría Estupor y temblores, de Amélie Nothomb; Mi año de descanso y relajación, de Ottesa Moshfegh y Supersaurio, por nombrar a alguna española (Meryem El Mehdati). También algún ensayo, como Cómo no hacer nada, de Jenny Odell; o El entusiasmo, de Remedios Zafra.
Hablando de redes sociales, hace un tiempo te marchaste de Twitter. ¿Has notado grandes cambios en tu día a día desde que no lo usas?
Cuando salió el libro, sabía que la promoción me iba a robar mucho tiempo. De repente tienes muchísimas cosas a tu alrededor relativas al trabajo. Si quería llegar a todo y tener tiempo para escribor, debía quitar tonterías de alrededor. Por eso me fui de Twitter. Me quitaba tiempo y energía. A veces me preguntaba por qué tenía que enfadarme como una mona de buena mañana por haber leído un tuit fascista. Y también rebajé el tiempo de uso en Instagram a 15 minutos diarios. A veces lo retraso, pero ya se cuánto tiempo más o menos me ocupa. No me quería dejar arrastrar. Ah, y dejé muchas plataformas de streaming porque no queria ver series de mierda. Ahora estoy con la serie de los cisnes de Capote (Feud: Capote vs The Swans). Porque, ¿cómo vas a ser una mujer de bien si no ves esa serie?
Frente a tanto producto cultural por consumir, ¿cómo te llevas con la urgencia por estar en la conversación?
Es muy difícil llegar a todo. Hace poco encontré en la Cuesta de Moyano (Madrid) Lectura fácil, el libro de Cristina Morales. Me encantó. Hablé con mis amigos de él pese a que ellos lo leyeron hace tres años, y la conversación seguía ahí. Claro, si culturalmente hay algo que te llena, te entuasma, te da alegría, te hace pensar en otras realidades… puedes retomar la conversación. Como escritora, espero que El descontento no sea flor de un día.
Tu podcast con Guillermo Alonso, Arsénico Caviar, ganó un Ondas. Es un espacio en el que sois muy críticos. ¿Odiar une a la gente?
De lo general a lo particular te diría que Guillermo y yo hicimos bien en coger la propuesta desde el odio. Siendo otro podcast presentado por una mujer y un hombre gay, intentamos diferenciarnos un poco. Siempre hemos sido muy críticos, y por eso nos planteamos hablar de las cosas desde la oposición, aunque luego mencionemos cosas que sí nos gustan. El odio crea muchas amistades, y compartirlo te hace sentir menos sola. La gente también se siente como tú. Todos tenemos un pequeño hater dentro.
¿Os preparáis mucho los programas?
Llevamos como 115 páginas de guion por episodio. Buscamos referencias, formas de apuntalar opiniones... No nos ponemos delante de un microfono a opinar y ya está, no. Y eso se agradece, porque ya hay muchísimos espacios conversacionales. Tampoco queremos quedarnos en blanco, así que nos viene bien tener el guion.
En los agradecimientos de El descontento, se lee: "Espero que esta compañía haya sido grata. Confío en que nos volvamos a encontrar". ¿Habrá próximo libro?
¡Sí! Lo tengo ya pensado y estoy empezando a escribir. Lo que pasa es que soy muy supersticiosa, asi que no te voy a comentar nada más. Voy a mi ritmo, porque no tengo ninguna prisa. Quiero disfrutarlo.