El pozo sin petróleo más profundo de la Tierra al descubierto: el inesperado hallazgo que provocó su repentino cierre
- "El logro fue comparable a los vuelos espaciales, pero al centro de la Tierra"
- "El aumento de la temperatura fue mucho mayor de lo que se había previsto"
- Se encontraron vetas de oro y plata por sorpresa, según los expertos
Vicente Nieves
En lo más septentrional de la Rusia europea, donde el suelo permanece congelado durante la mayor parte del año y el silencio de la tundra es apenas interrumpido por el crujir de los vientos árticos, un hito de la ciencia soviética aguarda en la quietud: el pozo superprofundo de Kola. Una obra de este calibre y coste debería tener un importante retorno económico, pero no. El pozo no fue concebido para extraer el valioso petróleo que abunda en Rusia, sino para adentrarse en las entrañas de la Tierra misma. Este coloso vertical, con sus 12.262 metros de profundidad (el segundo pozo más profundo se ha terminado hace unas semanas en China), continúa siendo el agujero más profundo jamás perforado por el ser humano. Lo que empezó como un símbolo de la supremacía científica del bloque soviético durante la Guerra Fría, acabó convertido en una odisea geológica que desafió los límites técnicos, físicos y financieros del siglo XX.
El proyecto, bautizado como SG-3, fue iniciado oficialmente el 24 de mayo de 1970, en la región de Pechenga, en la península de Kola, a solo diez kilómetros de la ciudad de Zapolyarny. Su propósito era explorar las estructuras profundas de la corteza continental del escudo báltico, con la esperanza de alcanzar, y finalmente atravesar, la hipotética frontera entre la corteza terrestre y el manto: la discontinuidad de Mohorovicic.
Para ello, se desarrollaron tecnologías pioneras, como taladros con motores hidráulicos de fondo, herramientas de aleaciones ligeras de aluminio para soportar su propio peso a tales profundidades, y sistemas de transporte hidráulico de testigos de roca. El pozo, perforado completamente en rocas cristalinas precámbricas, era una empresa sin precedentes. Como lo señala el geólogo Konstantin V. Lobanov, coautor del estudio conmemorativo de los 50 años del proyecto, "el SG-3 es un logro comparable a los vuelos espaciales, pero dirigido hacia el interior de la Tierra".
El gran problema de la temperatura
Sin embargo, este ambicioso descenso hacia lo desconocido tropezó con un enemigo invisible pero implacable: el calor. A medida que la perforación superaba los 7.000 metros y se adentraba en los gneises arcaicos de más de 2.500 millones de años, las temperaturas comenzaron a elevarse por encima de lo previsto. A los 10 kilómetros de profundidad, se registraron 180°C, y a los 12 kilómetros, se alcanzaban los 212°C, según explica Jorge Navarro, profesor del Máster de Ingeniería de Petróleo y Gas de la Universidad Politécnica de Madrid, en declaraciones a elEconomista.es.
Los equipos, diseñados para resistir hasta 100–120°C, comenzaron a fallar, y los materiales se deformaban con facilidad. La corteza terrestre, lejos de ser un medio pasivo, se rebelaba con presión, calor y fracturas imprevistas. "El aumento de temperatura observado en SG-3 fue significativamente mayor al esperado, lo que plantea importantes desafíos para la extrapolación de datos geofísicos en profundidad", concluyen los autores del estudio ruso.
Pese a las dificultades, la perforación proporcionó una inmensa riqueza científica. Se extrajeron testigos de roca de gran valor, revelando estructuras complejas, zonas de cizalla sin-metamórficas, y hasta seis tipos diferentes de mineralización, incluyendo inesperadas vetas de oro y plata a más de 9.000 metros de profundidad. También se descubrió que el supuesto "límite del basamento", esa frontera entre rocas graníticas y basálticas inferidas por los datos sísmicos, no existía tal como se pensaba. Los granitoides densamente compactados eran los responsables de las reflexiones sísmicas, lo que obligó a revisar teorías consolidadas sobre la composición de la corteza terrestre. "La idea de una capa basáltica fue sustituida por la existencia de un 'guía de ondas cortical' formado por rocas fracturadas y descompactadas", afirma Nikolay V. Sharov, coautor del trabajo.
Accidente tras accidente
A lo largo de los años, el pozo sufrió numerosos accidentes. En 1984, una sección de la tubería de perforación se quedó atascada a más de 12 kilómetros de profundidad. Se perdieron 5 kilómetros de tubería. Reiniciar el trabajo requirió volver a perforar este tramo con un nuevo ramal, lo que prolongó la operación durante años. De hecho, más de una docena de ramales se perforaron a partir del pozo principal, creando una especie de 'pozos multilaterales' bajo la corteza. Mientras los ingenieros luchaban por avanzar apenas unos metros al mes, los geólogos celebraban la oportunidad de acceder a una visión tridimensional sin precedentes del escudo báltico, formado en los albores del planeta.
En 1990, el SG-3 alcanzó su máxima profundidad: 12.262 metros. Faltaban solo tres kilómetros para llegar al objetivo inicial de 15 kilómetros, pero las condiciones técnicas y económicas ya eran insostenibles. Se había alcanzado una capa formada por unas rocas extremadamente densas que dificultaban sobremanera las operaciones, junto a unas temperaturas que nadie había previsto. En 1992 se detuvo oficialmente la operación y en 1995 cesaron las investigaciones científicas. Una década más tarde, en 2007, el equipo de perforación Uralmash-15000 fue desmantelado por completo. Así se clausuraba, en silencio y sin ceremonia, uno de los experimentos científicos más osados del siglo XX.
Los vestigios del lugar desde donde fue perforado SG-3, hoy sellado y cubierto de nieve durante buena parte del año, siguen en pie como un monumento a la voluntad humana de explorar los límites del conocimiento. El pozo no encontró petróleo, ni alcanzó el manto terrestre, pero lo que ofreció fue aún más valioso: una relectura del subsuelo de la Tierra, nuevas teorías sobre la formación de yacimientos minerales y una revolución silenciosa en la forma de entender la geología profunda. Como escribió el geofísico soviético Andrei Laverov: "Con SG-3, no fuimos hacia abajo, sino hacia dentro. Hacia las entrañas de nuestro propio pasado geológico".
A medio siglo del inicio de su excavación, el pozo de Kola no ha sido superado en profundidad. Sigue siendo una ventana cerrada al abismo, un vestigio de la ambición soviética, y al mismo tiempo, un faro científico que iluminó lo que hasta entonces era sólo especulación. En un mundo que mira cada vez más hacia el espacio, el SG-3 nos recuerda que aún quedan muchos secretos bajo nuestros pies, esperando a ser descubiertos.