El último superviviente del desastre de Enron que puso en pie el faraónico oleoducto de Canadá
- Es el responsable de la ampliación del oleoducto Trans Mountain
- Salió de Enron en el momento perfecto, llevándose su mejor negocio
- El escándalo Enron, el mayor fraude de la historia de Estados Unidos
Víctor Ventura
La expansión del oleoducto Trans Mountain acaba de empezar a funcionar en Canadá, tras una inversión de 34.000 millones de dólares que triplicará su capacidad de 300.000 barriles de crudo diarios a casi 900.000. El Gobierno de Canadá es el actual dueño de las cañerías, pero la idea original vino de un empresario estadounidense, Richard Kinder, que puede jactarse de ser el último gran jefe de Enron que no acabó implicado en la gigantesca quiebra que sacudió el mercado de EEUU a principios de los años 2000. Un directivo con un perfil de ingeniería, que llegó a ser el presidente de la energética y que se marchó con su negocio petrolero antes de que la firma se hundiera en el fraude y el escándalo.
Enron se hizo mundialmente famosa durante la 'burbuja puntocom', cuando quebró llevándose por delante 11.000 millones de dólares de sus accionistas. En aquel momento, el gigante se dedicaba teóricamente a especular con electricidad, gas y banda ancha, a través de un mercado de compraventa propio. En realidad, lo que hacía era falsificar sistemáticamente sus cuentas, mediante técnicas contables irregulares con las que valoraba sus activos y contratos firmados de forma muy superior a la realidad. Y le faltaba lo más importante, dinero contante y sonante, que conseguía pidiendo créditos usando sus acciones como colateral, que luego escondía fuera de sus cuentas oficiales para no despertar la preocupación de los inversores. Cuando reconoció que no tenía efectivo para devolver esos créditos, las acciones se hundieron, desatando una espiral que acabó por destruir su castillo de naipes.
Pero antes de aquel giro fatídico hacia la especulación, Enron se dedicaba a vender productos que sí generaban grandes cantidades de dinero: gas y petróleo. O, mejor dicho, a transportarlos: su negocio principal era la gestión de oleoductos y gasoductos en EEUU y Canadá. Richard Kinder, que había empezado su carrera en una de las compañías de gasoductos adquiridas por Enron, se convirtió en su presidente y director de operaciones.
Mientras el consejero delegado del departamento de Servicios, Jeff Skilling, y el director financiero, Andy Fastow, empujaban la firma hacia la especulación y el aprovechamiento de la desregulación del mercado de la electricidad, sostenidos por unas cuentas cada vez más irreales, Kinder se centró en la parte 'real' de la firma: las tuberías. Un negocio que traía millones de dólares en ingresos cada año, sin necesidad de filigranas contables.
Finalmente, en 1996, Kinder se encontró con el momento que marcaría su futuro y el de Enron. El fundador de la firma, Ken Lay, iba a designar a un nuevo consejero delegado para la empresa. La batalla estaba entre Kinder y Skilling. Lay eligió a Skilling, que empujó a la firma por el camino sin retorno hacia el escándalo. Kinder optó por marcharse de la compañía. Y, como recompensa a los servicios prestados, Skilling le ofreció llevarse consigo todo el negocio de transporte energético de la firma. En el mundo al que se dirigía Enron no había espacio para gasoductos. Kinder pagó 40 millones de dólares por todas las tuberías energéticas de la firma, en lo que sería el mejor negocio de su vida.
Junto a su amigo William Morgan, usó esos activos para fundar Kinder Morgan, que en pocos años se convertiría en la mayor empresa de 'midstream' (intermediaria) del sector del petróleo en Norteamérica. Su mayor éxito fue, precisamente, la compra del oleoducto Trans Mountain en Canadá, para poner en marcha, en 2004, la solicitud de ampliación que finalmente ha entrado en servicio esta semana. En 2018, la firma vendió el gran oleoducto por unos 3.300 millones de dólares al Estado canadiense.
El resultado es que aquellos activos que Enron vendió por 40 millones se han convertido en una firma que cotiza en bolsa con una capitalización de 41.600 millones de dólares, más de la mitad de lo que logró Enron en su pico. El propio Kinder tiene una fortuna de 8.300 millones. Y, al contrario que sus antiguos compañeros, nunca pisó la cárcel. Al fin y al cabo, él se había ido cinco años antes, llevándose la única parte de la compañía que sí tenía un negocio real. La decisión más acertada que tomó en toda su vida.